En plena pandemia de Covid, el canciller Marcelo Ebrard afirmó que México donaría vacunas a varios países de centro y sudamérica. Y cuando surgieron protestas en Cuba y una de las exigencias de los marchistas eran alimentos y medicinas, el presidente Lopez Obrador ofreció mandar las dos cosas.
México es sin duda un país generoso, a pesar de sus propias carencias y dificultades. Y esa generosidad puede ahora servir para resolver dos problemas.
Líbano es un país “en caída libre”, como dice la periodista española Natalia Sancha. Y es que, según el Banco Mundial, vive una de las crisis más profundas que ha visto la humanidad desde mediados del siglo XIX.
Las causas de esto se remontan a la explosión en el puerto de Beirut y la imposibilidad desde entonces de ponerse de acuerdo entre los distintos grupos confesionales para formar gobierno y sin eso, no llega la ayuda internacional. A estas alturas, ya es grave la escasez de alimentos, medicamentos y otros productos básicos, no hay combustible y son constantes los cortes de luz. La devaluación de la moneda alcanza el 95% y la inflación es de 150%.
Por otra parte, México se está ahogando en combustóleo. Este petrolífero es un residuo de la refinación, que se utiliza precisamente para producir energía eléctrica y vapor para calderas industriales y hornos. Se supone que después de la obtención de gasolinas, diésel y naftas, una cuarta parte de cada barril es combustóleo.
Pero, resulta que por una serie de razones (como que se extrae crudo pesado pero se refina crudo ligero), estamos teniendo muchísimo más que eso. Datos recientes afirman que por cada barril de petróleo tenemos más de uno y medio de combustóleo, ocho veces el promedio internacional. Hoy producimos 246 mil barriles diarios y se pronostica que en los próximos tres años produciremos 500.
Pemex no tiene suficiente capacidad de almacenamiento para este residual, y eso ha terminado por frenar el tren de refinación y hasta por obligar a parar las refinerías. En lo que va de este año, las seis que tiene la paraestatal han interrumpido sus operaciones 217 veces, un promedio de una vez al día.
La pregunta es: ¿Por qué no lo vendemos? Y la respuesta es: porque no nos lo compran. Y eso es por dos razones: la primera y más importante, que es altamente contaminante y la segunda, que no cumple con los estándares internacionales.
Por eso la única salida ha sido vendérselo a la Comisión Federal de Electricidad (barato, pero igual es absurdo porque ambos presupuestos salen de la misma bolsa que es el gobierno), que lo utiliza para la operación de su amplia red de centrales termoeléctricas, y que, según dice la empresa, ha conseguido solucionar el problema del azufre en el aire que implica su quema, con el uso de tecnología que mitiga la salida de partículas emitidas.
De ser cierto esto, entonces se puede vislumbrar una solución: ¿Por qué no regalárselo a Líbano?
La comunidad libanesa en nuestro país, que seguramente quiere ayudar a su patria ancestral, podría cooperar con el pago del traslado y de la dicha tecnología para hacerlo menos contaminante, y así se ayudaría a los dos países a resolver su problema: el que no sabe qué hacer con tanto combustóleo se libraría de buena parte del mismo, y el que lo necesita desesperadamente para producir electricidad, pero no lo puede pagar, lo obtendría para ese fin.
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