La demanda presentada por la Dra. María Elena Álvarez Buylla contra investigadores que laboraron en el Conacyt y en el Foro Consultivo Científico y Tecnológico, relativa al uso y gasto de dinero, y la persecusión emprendida por la FGR contra ellos, que creció el asunto hasta convertirlo en acusaciones de lavado de dinero y uso de recursos de procedencia ilícita, ha permitido al presidente López Obrador y a varios senadores y diputados, aprovechar para hablar mal de todas las universidades públicas del país y de todos quienes laboramos en el mundo académico, sea como investigadores y profesores, sea en cargos de dirección y administración. Haciendo generalizaciones, se ha dado a entender que todos somos corruptos, que todas las universidades manejan mal sus dineros, y que los viajes de trabajo y estudio son de turismo y fiesta.

Muchos colegas han hablado de este asunto y han mostrado la falta de fundamento de dichas acusaciones, así que no lo voy a repetir en este espacio. Lo que quiero en cambio, es hacer un ejercicio sociológico y demostrar que es al revés, que esos infundios fueron recogidos de la tierra fértil en donde desde hace muchos años crecen y se reproducen alimentados por la envidia y el rencor.

Pongo un ejemplo: esta columna tiene desde hace tiempo un lector que se firma con el nombre de Federico (supongo que por el filósofo Nietzsche, pues pone su fotografía en la identificación) y con el apellido Mocoso. Ese individuo o bot o lo que sea, el único comentario que hace a mis artículos (y lo repite cada semana idéntico, sin importar el tema a que se refieran), es decir que yo cobro en varias universidades cantidades estratosféricas de dinero, las que cambian según su humor, siendo la más reciente de 300 mil pesos mensuales.

Por supuesto, no soy la única que recibe este tipo de agresiones, les sucede a todos los reporteros, articulistas y comentaristas que son críticos de la 4T.

La cosa llega tan lejos, que hasta da risa por su nivel de ridiculez. Hace algunas semanas, en los comentarios a una columna que daba cifras del impresionante crecimiento económico de un estado de la República, una persona o bot decía que era mentira, que su estado era más próspero y que seguramente el gobernador le había pagado al autor por decir lo que dijo. Hubiera sido mejor que mostrara las cifras para contradecirlo, pero es evidente que no se tomó la molestia de buscarlas, o que si las buscó, no las encontró y no las podía encontrar porque eran cifras correctas.

Escribo esto, no porque me interese hacer nada por desmentir al susodicho señor que en su apellido lleva la definición de lo que es ante mis ojos, sino que lo uso como ejemplo para entender lo que me interesa decir hoy. Y esto es muy claro: que en nuestra cultura prenden fácil y rápidamente los infundios y chismes porque permiten sacar frustraciones, y que el Presidente de la República (por no hablar del Fiscal) prefiere creerlos y repetirlos que tomarse la molestia de investigar, y lo hacen así porque les son útiles para sus propósitos.

¿Qué es lo que se pretende conseguir AMLO con estos linchamientos? Pretextos para cortarle recursos a las instituciones y llevarlos a sus megaproyectos que día con día resultan más costosos de lo anunciado. Y de paso, darle a aquellos cuya situación no ha mejorado a pesar de las promesas, un chivo expiatorio contra quien desquitarse.

Escritora e investigadora en la UNAM.
sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com