El pasado lunes, Día Internacional de la Mujer, escribí en este espacio de EL UNIVERSAL, un artículo en el que expresé mi opinión sobre la respuesta (a mi juicio equivocada) del presidente López Obrador frente a la lucha de las feministas, para que se atienda y actúe con el objetivo de acabar con la violencia hacia las mujeres.
Recibí muchos comentarios. De quienes me expresan su felicitación, su interés o su compartir mi manera de pensar; de quienes me hacen críticas, y de quienes me regañan, me descalifican, me inventan infundios o de plano me insultan. Hay de todo en la viña del Señor.
A los que me hacen el honor de leerme y se toman la molestia de escribirme les agradezco, a ninguno le digo ¡Ya chole! como nos enseñó el Presidente, sino que por el contrario, aprecio su fidelidad y constancia por estar conmigo semana a semana.
Pero hoy quiero hablar de un comentario de alguien que firma con el nombre de Denisse Almaguer. Lo hago, porque además de que me dice lo de siempre (prianista, derechosa, chayotera), también dice algo que nunca me habían dicho: me llama “pobre mujer anorgásmica” y agrega: “Viene a ventilar su triste vida íntima en una nota”.
Gulp. Me quedé fría. ¿Cómo lo supo? ¿De veras es tan obvio en mis textos que mi vida íntima es triste y que soy anorgásmica?
En mis años de escribir en este periódico, de publicar libros y artículos, de dar cursos y conferencias, nadie lo había descubierto, pero he aquí que llega esta persona y saca a la luz la verdadera verdad: que a pesar de que soy prostituta (ella lo dice), de todos modos no tengo orgasmos, y a pesar de ser de la vida alegre (se supone que las prostitutas son eso) mi vida íntima es triste.
Buscando alguna pista para explicarme este increíble descubrimiento que hace Almaguer de mi persona, me apareció la siguiente afirmación de un gran psicoanalista: “Vemos en los otros lo que somos. No lo podríamos ver si no fuera el espejo en el que nos reconocemos”.
Gulp otra vez. Ahora es ella la que se va a quedar fría.
En otro de los comentarios al mismo artículo, una lectora le reclama que se dirija a mí de esa manera: “¿Por qué te expresas así de una mujer como la escritora de este artículo? Ojalá que cuando llegues a la edad de la señora Sefchovich tengas la madurez intelectual y el conocimiento que ella tiene. No insultes, aprende a argumentar con conocimiento de causa”.
A lo que la aludida responde: “Respeto a todo ser humano de cualquier edad, género, posición social o económica, pensamiento, credo y todo lo demás, solamente que no sé pasar por alto la falta de respeto que hace la autora de la nota al mínimo intelecto” (ojo: la “redacción” no es mi responsabilidad).
Con esa respuesta se me aclaró todo: cada quien le puede dar el significado que quiera a las palabras. Almaguer presume tenerle respeto a todos los seres humanos, menos a los que no piensan como ella.
Estamos pues, frente a nuevas definiciones de las palabras: orgasmo es (Almaguer dixit) lo que se siente cuando se insulta a alguien cuya manera de pensar no gusta y respeto es (ídem dixit) el derecho que alguien se da a sí mismo para hacerlo.
Genial. Habrá que comunicárselo inmediatamente a la Academia Española de la Lengua, quién quita y hasta incluye las nuevas definiciones de esas palabras en su próxima edición del Diccionario y tal vez ¡hasta le da crédito al “intelecto” de esa persona!
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