Hace algunas semanas, en una entrevista con la periodista Carmen Aristegui, el caricaturista Rafael Barajas El Fisgón, dijo que las empresas dueñas de medios de comunicación han creado una estrategia de golpeteo a la 4T y que muchos periodistas (incluida la propia Aristegui), están siendo utilizados para ese fin. Y agregó que lo importante para desmontar esa campaña, sería debatir el tema de “la verdad” y saber de dónde vienen los dineros que pagan esas campañas.

La presentación en el muy escuchado espacio de Aristegui de la persona que se ocupa de la formación de cuadros para el partido oficial no es una casualidad ni un accidente, sino que es parte de una estrategia más amplia.

Otros casos en varios medios lo hacen evidente, pero los más notorios son los del embajador ante Naciones Unidas, Juan Ramón de la Fuente, en una entrevista con Carlos Loret de Mola, y del propagandista oficial de la presidencia Epigmenio Ibarra, devenido comentarista en el programa de radio de Ciro Gómez Leyva.

Los tres mencionados son los intelectuales orgánicos más conocidos de este gobierno y de repente resulta que los tres participan precisamente en los medios y con los comunicadores que más duramente ataca el mandatario.

Y sin embargo, estos se portaron más que bien, dejando hablar libremente a sus interlocutores. Aristegui solo interrumpió al suyo para decirle que no la usan, que ella decide lo que considera adecuado transmitir, De la Fuente soltó largos rollos sobre las maravillas que hace México en el Consejo de Seguridad y Epigmenio reiteró el discurso que culpa de todos los problemas a los anteriores presidentes y afirmó que AMLO es diferente: “No es lo mismo el ejército en la calle hoy que con Calderón”, “No es lo mismo la casa en Houston que la casa blanca con Peña Nieto”.

Ninguno de los entrevistados dijo una sola palabra sobre la estrategia del gobierno para imponer su verdad, sobre la compra de publicidad en medios ideológicamente afines, sobre el pago a periodistas y a granjas de bots o sobre préstamos, créditos, cargos y encargos a ciertas personas o grupos amigos del presidente y de su esposa.

De todos modos, como ciudadana me parece excelente que podamos escucharlos y ya nosotros decidiremos a quién le creemos.

Pero, para que esto significara realmente un cambio democrático, como el que dijeron los diputados que quieren promover (“la democracia participativa a través de posicionamientos en medios de comunicación”), tendría que tener su contraparte: que el gobierno les abriera espacio en sus espacios a quienes piensan distinto: que en la mañanera estuvieran Loret, Ciro, Carmen y Azucena, las ong y los expertos que muestran cifras diferentes a las oficiales sobre seguridad, salud, educación, corrupción y conflictos sociales; que en el diario al que el gobierno apoya escribieran Denise Dresser y José Woldenberg; que en el canal oficial de televisión tuvieran programa Mexicanos contra la corrupción y el ex secretario Carlos Urzúa. Y que terminara la simulación, porque hay programas donde parece que le dan oportunidad a la oposición, pero hacen la trampa de poner una frase o foto de algún crítico, sacadas de contexto y editadas a su gusto, en medio de los elogios al poder.

Hace poco el Presidente dijo que a él los opositores le hacen “lo que el viento a Juárez”. Si eso es cierto, ¿por qué no quiere que hablen? ¿A qué le teme?


Escritora e investigadora en la UNAM
 sarasef@prodigy.net.mx www.sarasefchovich.com