Desde hace muchísimos años, Grecia ha seguido políticas de austeridad para sacar adelante su economía. “La idea de que se podía regresar a la prosperidad a base de recortes estaba de moda en Europa,” afirma Larry Elliot, editor de asuntos económicos del diario inglés The Guardian.  Y en efecto, por eso los aplicaron.

Dichos recortes han consistido, entre otras cosas, en la reducción de gastos operativos y de consumo gubernamentales, reducción de la contratación de funcionarios, reducción de los suministros a empresas públicas, suprimir empleos públicos, no prolongar los contratos temporales, rebajar los salarios de altos funcionarios, suprimir diversas prestaciones sociales y subvenciones y buscar los fármacos más baratos para los hospitales.

Y sin embargo, el resultado de esa política ha sido un completo fracaso, pues aumentó el desempleo (más de un tercio de los hogares ha dependido todos estos años de una pensión contributiva del gobierno para subsistir) y disminuyó el poder adquisitivo de los trabajadores.

Según María Antonieta Sánchez Vallejo, periodista del diario español El País, especializada en temas internacionales: “Si los rescates que les dio Europa con sus consiguientes recetas de austeridad, pretendían remediar fallos estructurales del Estado griego (la corrupción, el clientelismo que engordó hasta la elefantiasis la administración o el renqueante fisco), sus consecuencias las están pagando muy caro (y seguirán haciéndolo) los ciudadanos”. En cambio, en Portugal el gobierno se rebeló contra esa exigencia y dejó de aplicar las medidas impuestas por sus acreditantes europeos, y con ello marcó el inicio de un círculo virtuoso que ha permitido a su economía registrar de nuevo cierto crecimiento. El gobierno eliminó los recortes a los salarios, a las pensiones y a la seguridad social y ofreció incentivos a las empresas.

Este giro tuvo grandes efectos: comenzó a desaparecer el pesimismo que imperaba en la nación como resultado de años de reducciones en el gasto, creció la confianza de las empresas y empezaron a aumentar la producción y las exportaciones. El gobierno impulsó así una recuperación que el año pasado resultó en las cifras de crecimiento económico más altas en una década. “El caso de Portugal demuestra que, si se exageran las medidas de austeridad, terminan por agravar la recesión y crean un círculo vicioso”, afirmó el primer ministro António Costa en una entrevista, y dijo: “Diseñamos otra opción para remplazar la austeridad, con metas como un mayor crecimiento y más y mejores empleos”.

El giro económico tuvo además un efecto secundario sorprendente en la psique colectiva de Portugal, pues sirvió para generar de nuevo motivación entre los ciudadanos y las empresas. O como afirmó el economista João Borges de Assunção: “El país cambió por completo de mentalidad y un cambio así es más trascendental que el cambio en la política en sí”.

Y en cambio, en Grecia se sigue percibiendo un ambiente de desaliento tras una década de recortes al gasto y el contrato social entre los líderes y el pueblo está al límite, pues antes los votantes creían que el Estado se ocuparía de ellos en los tiempos difíciles, creencia que ya no se tiene en pie debido a lo que ha ocurrido en los últimos ocho años.

¿Se podía haber adoptado un enfoque menos perjudicial? pregunta Elliot. Y su respuesta es sí: “Con otras políticas, la recuperación de la profunda recesión habría sido más rápida y sostenible”, como lo demuestra el caso de Portugal, que desafió a aquellos críticos que insistían en que las medidas de austeridad eran la mejor manera de resolver la crisis económica. Por eso el premio Nobel de economía Joseph Stiglitz afirma que ningún país ha salido de la crisis con programas de austeridad, pues “la desigualdad y las economías deprimidas necesitan estímulos, no recortes”.



Escritora e investigadora en la UNAM. sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.c om

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