Esto es lo que cantan a todo pulmón los niños de la escuela pública frente a mi casa. Llevan toda la semana practicando para agasajar a sus progenitoras el 10 de mayo. Y eso sucede en todas las escuelas públicas (y muchas privadas) del país. Mañana lunes se llevará a cabo el festival, y por lo tanto no habrá clases, ni tampoco el martes, porque es el mero día festivo.
Esto es así, porque si una fecha recoge como pocas el sentimiento nacional, es el Día de las Madres, pues ella es lo más querido en nuestra cultura: la que cuida, enseña los saberes básicos para la vida, los modelos de conducta y de relación, los valores. Es la encarnación y representación de un ideal: el de la mujer que tiene virtudes de compasión, paciencia, sentido común, toda sentimiento, entrega y amor incondicional hacia el hijo.
Y sin embargo, esta no es la única fiesta del año a la que se dedica tanto esfuerzo y preparación en las escuelas: la semana anterior fue el Día del Niño y no hubo clases sino solo festejo; la semana que apenas terminó, el jueves no hubo clases porque se conmemoró el 5 de mayo, y la próxima semana será Día del Maestro.
Es evidente que la educación en nuestro país se interesa más por ese tipo de fechas, que por enseñar a los niños matemáticas, historia, español o comprensión de lectura, aprendizajes que como dice Johana Filip, “les permitan adquirir los suficientes conocimientos y habilidades para integrarse y participar en la vida social y para desempeñarse eficientemente según las demandas del medio social, cultural y económico en que se vive”.
Pero es que la educación en nuestras escuelas corresponde a una sociedad a la que mayoritariamente no le interesa entrar a los sistemas de trabajo, productividad y competitividad que impone el mundo de hoy, ni tampoco formar espíritus humanistas o personas capaces de crear nuevas tecnologías y avances científicos. Por eso la educación escolar de nuestros niños no ha estado encaminada a desarrollar la capacidad de entender sino sólo la de repetir de memoria fechas o eventos históricos y por eso, como han mostrado María Cecilia Fierro y Patricia Carbajal, no promueve la duda ni la crítica, más bien al contrario, las castiga.
El resultado de esto ha quedado claro en las diferentes encuestas internacionales que se han aplicado a nuestros educandos, en todas las cuales quedamos en los últimos lugares, porque lo que en ellas se califica no es lo que aquí tenemos.
Y este es el punto al que quiero llegar. Eso que se considera “el fracaso de la educación en México” tiene que ver con que el tipo de enseñanzas que se dan en la escuela son de utilidad nula para las necesidades de la vida de las personas que viven en el país. Mientras que los grupos modernizados queremos que ella proporcione herramientas para la inserción en el mundo, otros grupos quisieran que sirviera para mantener ideas y valores de épocas pasadas. Y dado que esto le conviene a los gobiernos, de allí que se hayan hecho pato desde hace muchos años para cambiarla y ahora salgan a proponer que siga sin objetivos, sin aprendizaje de conocimientos, sin nuevas materias ni nuevas pedagogías y sin capacitación a los maestros, sino que como dice la SEP, sea para aprender “las tradiciones, los rituales y las fiestas de la comunidad”.
Entonces, pues nuestros niños seguirán dedicando sus días escolares a aprender a cantar “Mamá: te amo”.
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