Cuenta Marc Bassets que en 1919, cuando Marcel Proust recibió el premio Gouncourt por una de sus novelas, Francia salía de la Primera Guerra Mundial, que había sido una carnicería. A los estudiosos de la literatura les pareció terrible que se le diera el reconocimiento a una novela que hablaba de un mundo “obscenamente remoto”, en el que las personas no trabajaban, se dedicaban a tomar te, ir a fiestas y curarse sus enfermedades en los balnearios.

A los lectores les sucedió lo mismo. Por eso la novela finalista, que era sobre la vida en las trincheras, aunque no ganó, vendió tres veces más que la ganadora. Como dijo un crítico en aquel momento, a ellos les interesaron más los héroes de sangre que las muchachas en flor. Traigo esto a colación porque esa discusión que se planteó hace un siglo en Europa, me parece muy vigente para nosotros en México hoy. En las últimas semanas hemos vivido un acoso mediático porque murió José José. Día y noche nos atosigaron con información y opiniones sobre si sus hijos hacen o dicen, si se le harán tres o cien homenajes.

Al mismo tiempo, en Guerrero unos soldados fueron emboscados por un grupo de narcos. Murieron tres “efectivos”, como los llaman ahora con dolorosa frialdad. Los militares habían sido enviados a ese lugar para erradicar plantíos de amapola, porque según el discurso oficial, nuestro país está comprometido con y enganchado en la lucha contra las drogas y su trasiego.

Y sin embargo, aunque esa nota también apareció en los medios y se le dedicaron algunos minutos en momentos poco estelares o algunas palabras en las páginas interiores de los diarios. Unos días después policías municipales fueron emboscados y asesinados en Michoacán. Cuando la prensa habló de eso y entrevistó a una de las madres de las víctimas, el gobernador de ese estado pidió “no hacer más dramas del asunto”, algo que nadie pidió con José José. Tengo claro que los medios son un negocio y como tal, les interesa vender. Y hacen lo que consideran que lleva a ese objetivo. Pero ojalá también entendieran y cumplieran con su responsabilidad social, más aún cuando no son objetivos incompatibles.

Me explico: José José era muy querido por la gente. Pero lo van a enterrar y se acabó. Se seguirán cantando sus canciones y los hijos resolviendo el tema de la herencia y los demás no tenemos nada que ver. En cambio, lo que pasó en Guerrero y en Michoacán nos afecta a todos como sociedad, como país. Que los sembradores de amapola hayan emboscado al ejército y estén desafiando al gobierno al impedirle entrar en su territorio, que los narcos decidan asesinar a policías municipales que ni siquiera los estaban combatiendo, nos hace mucho daño en términos de gobernabilidad y de seguridad, que son hoy día los asuntos más importantes a los que nos estamos enfrentando.

¿Entonces? ¿Tienen la misma importancia? Es evidente que no la tienen. Y aún así, eso sucede constantemente. Hace poco hubo en la televisión una mesa de análisis sobre los varios actos vandálicos ocurridos en la ciudad de México en fechas recientes, y a ella le dedicaron el mismo tiempo que a comentar la entrega de un premio a una persona que por valiosa que sea, es algo de interés particular.

Los medios deberían darnos la información, pero también enseñarnos a distinguir el trigo de la paja: a saber reconocer qué es más importante y qué es menos importante, a ayudarnos a entender en dónde estamos parados, qué es lo que realmente está en juego, quiénes son nuestros defensores y quiénes nuestros enemigos. Este trabajo no lo están haciendo y por eso todos los días vemos que se ataca y humilla a soldados y policías y que cualquiera se atreve a desafiar al gobierno, y en cambio se festeja y aplaude a criminales o simplemente se les deja hacer, como pasó en Culiacán.


Escritora e investigadora en la UNAM.
sarasef@prodigy.net.mx

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