Circulan en redes memes alusivos a la llegada a México de afganos, a los que el canciller recibió con discursos sobre nuestro país como refugio. En uno Ebrard les dice: “Bienvenidos, aquí se sentirán como en casa: sin medicinas, sin seguridad, sin trabajo”; en otro, dirigido a las mujeres, les da cifras de los feminicidios en Afganistán en 2020 (390) y de los que hubo el mismo año en México (2,240).
Los Talibanes justifican (la palabra es absurda, pero lo hacen) su trato a las mujeres porque aseguran obedecer la “ley de la religión islámica que recoge los mandamientos de Alá relativos a la conducta humana”. Con ese “argumento”, ellos deciden cuáles conductas de las mujeres son incorrectas y cuáles deben ser los castigos que les corresponden, entre ellos la muerte.
En los países occidentales, decimos que eso nos horroriza. Y sin embargo, en México no cantamos mal las rancheras asesinando mujeres.
“Los feminicidios son crímenes por convicción —afirma Andrés Montero Gómez—, el agresor aplica la violencia para mantener el comportamiento de la mujer dentro de unos parámetros que responden, exclusivamente, a la voluntad del hombre. Está convencido de su legitimación para utilizar la violencia con el fin de lograr que la mujer se comporte conforme a un orden determinado, con el objetivo de reconducir la personalidad e identidad de la mujer hacia parámetros de conveniencia masculina. ¿De dónde procede esa legitimidad? Es autoconcedida, desde luego, pero además ese hombre agresor la entiende conferida por la sociedad”.
Este es el punto al que quiero llegar: somos una sociedad que acepta la violencia como manera de resolver lo que no agrada o conviene, es “el marco de percepción de la realidad y de orientación para actuar en ella”, afirma Gilberto Giménez; “es una conducta que se entreteje en el tapiz cultural y se transforma en parte de un juego de reglas que guían el comportamiento”, afirma Andrew Morrison; son “tradiciones del comportamiento nacional dentro de un guión de continuidades históricas”, afirma Anadeli Bencomo.
Dicho en otras palabras: “Así somos los mexicanos y esto no va a cambiar”, afirmó en el siglo XIX Victoriano Salado Álvarez; “Los homicidios son la forma en que como sociedad resolvemos nuestros problemas”, dice hoy Humberto Ríos Navarrete.
Hace algunas semanas, un académico dijo en una entrevista en radio, que las mujeres son asesinadas en Ciudad Juárez porque “se requiere esta sangre potente”. ¿Quién la requiere y para qué?
Como dicen los estudiosos citados, la requiere nuestra sociedad, nuestra cultura. Y por eso el poder no está dispuesto a deveras modificarlo. Cuando la Fiscalía de Justicia de la CDMX organizó una capacitación para sus funcionarios, a fin de “mejorar la atención a mujeres victimas del delito”, en lugar de buscar a las expertas, contrató a una empresa que vende dulces y material veterinario, total, lo mismo da. Y tan no importa que las mujeres sean asesinadas, que el académico mencionado incluso se permitió afirmar que los feminicidios: “Son un acto de amor, porque la tortura es una pasión, la huella sobre el cadáver es una pasión del alma”. Esa barbaridad la dijo hace dos meses y en ese tiempo, nadie de quienes la escucharon se dio por ofendido ni hizo nada para cuestionar a quien las pronunció.
Lo dicho: esta es una sociedad en la que la vida no vale nada. Y menos si es la de una mujer.
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