No tengo idea de si Eduardo López Betancourt, profesor y decano de la Facultad de Derecho de la UNAM y Presidente del Tribunal Universitario de la máxima casa de estudios, es o no culpable de lo que le acusa la estudiante María de Lourdes Ojeda Serrano: hostigamiento sexual y malos tratos. Las pruebas que ella presenta son contundentes, pero será el juez quien decida de culpabilidades o inocencias.

Lo que aquí quiero analizar es otra cosa: la actitud del acusado. Se trata de una persona que se sabe tan poderosa, que es capaz de afirmar que si lo atacan a él es que están atacando a la UNAM. “El Estado soy yo”, decía el Rey Luis XIV de Francia; la Universidad Nacional soy yo, dice el jurista López Betancourt.

Y no solo eso, además descalifica la acusación de la alumna porque, en su opinión, no es ella sino el Fiscal General de la República quien mueve los hilos, así como algunos universitarios que no lo quieren y han llevado el asunto a los medios. La mujer no significa nada, los que valen son los hombres que según él, están detrás de esto.

Ese es exactamente el problema con los poderosos: su arrogancia, su seguridad de que tienen la verdad y de que los otros poderosos siempre los van a defender y apoyar. Vimos esa actitud en Dominique Strauss-Kahn, director del Fondo Monetario Internacional, y en el productor de cine Harvey Weinstein, y en México, en el nombrado embajador en Panamá, Pedro Salmerón, y en el candidato a gobernador de Guerrero, Félix Salgado Macedonio (de quien López Betancourt ha sido abogado).

No es el primer caso de este tipo que enfrenta la UNAM. En algunos, las autoridades han intentado proteger a los acusados (a veces lo han conseguido) y en otros, han sido separados de sus cargos y hasta de sus honores. En éste, según la víctima, las autoridades —el Rector, la ex abogada general y el Defensor de los Derechos Universitarios— a quienes ella enteró del asunto por escrito desde que sucedieron, nunca dieron acuse de recibo y hoy, cuando esto ha salido a la luz pública, no se han pronunciado.

Como universitaria, como mujer, como feminista, duele darse cuenta de la simulación en el discurso “de tolerancia cero hacia la violencia de género, así como con la política institucional que se ha impulsado en los últimos años”, según dice una carta de académicas que está circulando.

Por lo pronto, los apoyos y las descalificaciones para ambos están a la orden del día en cartas y redes sociales. Y de paso, le tiran a la Universidad, porque el rector Graue promovió ante el Congreso de Guerrero que le concediera a este señor la medalla Sentimientos de la Nación.

El juez consideró vincularlo a proceso y la Facultad de Derecho anunció que lo separa de sus cargos y clases, pero él se ha negado a acatar la decisión.

Una vez más, vemos a una mujer pidiendo justicia y enfrentándose a un poderoso convencido de que es invulnerable. Y vemos a un señor que nunca imaginó que el hilo se rompería para él por lo más delgado: por una persona a quien no le dio importancia entonces ni se la da hoy.

En su argumentación frente al juez, el acusado dijo del fiscal Gertz: “Ese tipejo no puede seguir siendo quien garantice la seguridad de los mexicanos”. Lo mismo vale para el ex presidente del Tribunal Universitario, pues por su actitud, no podía seguir siendo quien garantice la justicia para los universitarios y menos para las universitarias.

Escritora e investigadora en la UNAM. sarasef@prodigy.net.mx www.sarasefchovich.com

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