Los familiares y amigos de Debanhi Espinosa y de otras mujeres asesinadas, los de tantas personas violentadas, secuestradas y desaparecidas, piden justicia. Se manifiestan frente a oficinas gubernamentales, cierran caminos, llevan fotografías de sus seres queridos y gritan consignas porque quieren saber qué sucedió y quieren que se castigue a los delincuentes.
Tienen razón. Es absolutamente necesario que se haga justicia.
Y sin embargo, hay que decirlo, la justicia es el segundo paso, lo que viene después. Porque si existiera seguridad, se evitaría que se cometan los crímenes. Y porque si las autoridades hicieran bien su trabajo no sería necesario pedir justicia.
Pero ninguna de esas dos cosas suceden en nuestro país hoy. No hay absolutamente nadie que nos pueda dar seguridad a los mexicanos y ninguna autoridad que haga su trabajo para que haya justicia. No lo hay.
El gobierno asegura que si se le da dinero a los pobres y empleo a los jóvenes, que si se desaparece a ciertos cuerpos policiacos y se crean otros, que si se dan abrazos en lugar de castigar, se logrará el objetivo. Pero evidentemente no es así. Y tampoco lo va a ser pronto, porque como dice Silvia López Estrada, “vivimos en un medio ambiente propicio para la violencia”.
Este es el problema de fondo: que la violencia, la delincuencia, la criminalidad están de tal manera insertas en nuestra sociedad, que ya no las podemos extirpar.
¿Cómo llegamos a esto?
El estudioso Phillip Zimbardo lo explica así: “Lo que convierte a una persona común y corriente en capaz de cometer actos malvados son las corrosivas influencias de las poderosas fuerzas situacionales”. Porque las personas no somos figuras solitarias que actuamos en el vacío, sino que interactuamos con otras, y sucede que cuando el ambiente y el ánimo sociales son propicios, entonces “esto se vuelve explosivo”, como dicen quienes estudian las mentes criminales y las causas de estas conductas.
Y esta es la realidad de México hoy: la violencia es producto de las condiciones que permiten y hasta estimulan las conductas criminales. Primero, porque cuentan con apoyo social. Lo dije hace algunas semanas en este espacio: los delincuentes tienen la complicidad de sus familias y conocidos. Y segundo, porque además, los violadores, secuestradores y asesinos, saben que pase lo que pase, no va a pasar nada, que de nada sirven cámaras de video ni denuncias ni promesas de las autoridades: no son capturados y no se les castiga, la impunidad es absoluta.
Y por eso cada vez será más difícil salir de esto, porque los delincuentes son tantos que es imposible atraparlos a todos, y como es imposible, pues cada vez son más.
¿Qué podemos hacer?
Según el gobernador de Zacatecas, “no queda otra que encomendarse a Dios”. Según las autoridades, lo único que se puede hacer es abrir una carpeta de investigación. Según yo, lo que hay que hacer es educar a las familias de los delincuentes (especialmente a las madres), para que dejen de apoyarlos, a fin de que desaparezca ese piso social que ha dado lugar a que la delincuencia parezca una forma adecuada de ganarse la vida.
Pero confieso que a estas alturas, ya no sé si eso aún es posible. Quizá es demasiado tarde ya.
Decía una pancarta que llevaban las manifestantes: “Den gracias que pedimos justicia y no venganza”. Podemos agregar: todavía. Pero quién sabe mañana.