Tengo la suerte de que lectores verdaderos de esta columna (no los bots ni los movidos por el odio ciego contra todo y todos) me escriban con regularidad, sea para comentar mis artículos, para confiarme algún problema que tienen con las autoridades o para darme sus opiniones sobre lo que ocurre en el país. Esto me parece tan importante, que periódicamente lo retomo para publicarlo.

Es el caso de hoy. Resulta que para publicar un libro, se requiere obtener el registro de obra y el ISBN, que deben tramitarse en el Instituto Nacional de Derechos de Autor, INDAUTOR.

Se trata de un trámite que siempre funcionó bien, pero que ahora, no solamente no funciona sino que usa de pretexto a la pandemia para justificar los retrasos, malos tratos y hasta regaños de quienes se sienten con algo de poder: desde el policía de la puerta hasta el burócrata de la ventanilla.

Ahora bien, en sentido estricto, usted no tendría que toparse con ellos, puesto que existe una página que parece de primer mundo y ofrece que todos los trámites pueden hacerse en línea. Pero allí comienza la mentira, porque aparecen diferentes formatos y cotizaciones de pago y para aclarar el asunto, hay que llamar a alguno de los teléfonos que allí se indican, en los que responde una máquina que da nada menos que una ¡¡¡veintena!!! de indicaciones, y cuando por fin se entiende la extensión que hay que marcar, sucede que jamás nadie responde.

Urgido de ese registro, el escritor acudió al lugar físico donde se encuentra el INDAUTOR, pero se encontró con dos policías custodiando la entrada, que no están allí para dar indicación o ayuda, sino para impedir el ingreso.

Después de un largo explicar, por fin le permitieron el acceso a una sala en la que varias ventanillas anunciaban dar informes. Pero antes de poderse acercar a alguna de ellas, otro policía lo interceptó: si quiere informes tiene que ir a esa sala de allá y esperar su turno.

Y allí fue, a una espera de más de media hora, porque de todas las ventanillas solamente un par eran atendidas.

Cuando por fin le tocó acceder, y pudo decir a lo que iba, se le indicó que debía pasar a otra ventanilla. Así lo hizo, pero la persona que la atendía no estaba. Cuando preguntó le respondieron: “Debe andar arriba, espere a que baje”.

Y allí se quedó, esperando. En eso estaba cuando un empleado se le acercó para preguntarle qué trámite quería realizar. “El registro de un libro”, respondió, frente a lo cual el dicho señor espetó que esa era la ventanilla para publicaciones no para libros. Ante el azoro del escritor por no entender la diferencia, el hombre trató de explicarla, pero otra persona que escuchaba dijo que ese trámite debía hacerlo en línea.

“Ya lo he estado tratando de hacer desde hace varios días”, dijo el escritor, ante lo cual, amablemente esa persona se ofreció a ayudarle. Siguiendo sus indicaciones, pudo hacerlo, pero como el formato del recibo bancario no era el mismo que había encontrado en la página, tuvo que ir al banco, volver a cubrir el importe y regresar con la constancia de ese pago.

Han pasado veinte días hábiles desde que el escritor realizó esa hazaña y aún sigue esperando el registro y el ISBN para poder publicar su libro, con todo y que un video de esa institución presume y asegura que lo entregan inmediatamente allí mismo.

¿Qué le hemos hecho los ciudadanos a los burócratas y funcionarios para recibir este trato infame?

Escritora e investigadora en la UNAM.
sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com

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