En un libro que lleva por título Nuevas instrucciones para vivir en México, publicado en 2019 por la editorial Gris tormenta, hay un relato escrito por Felipe Restrepo Pombo, en el que cuenta lo siguiente: un día llegó a su departamento, y se encontró con que la puerta estaba abierta de par en par y todo adentro desordenado y revuelto, porque le habían robado.
Sus amigos le recomendaron denunciar, pero le advirtieron que lo hiciera sin involucrar a la policía. Sin embargo, dado que también habían robado en otros departamentos, los vecinos ya habían solicitado que ésta se presentara.
Y en efecto, al poco rato llegaron las patrullas y los agentes se pusieron a “revisar cajones, mover los muebles y a robarse las pocas cosas que habían dejado los ladrones originales.”
En eso estaban, cuando se le acercó “el hombre que parecía estar a cargo de la operación”, quien le empezó a hacer preguntas: que dónde estaba a la hora del atraco, que a dónde había ido la noche anterior, y otras que, como dice el escritor, “se fueron haciendo cada vez más tendenciosas”, hasta que de plano, el dicho sujeto le soltó con tono amenazante: “Mis compañeros han encontrado drogas y armas en el departamento, pero estoy dispuesto a pasar eso por alto si se nos da una propina”.
Como todo ciudadano mexicano sabe demasiado bien, este relato es totalmente verídico y no es producto de la imaginación del escritor, ni es tampoco una situación excepcional o única, sino que sucede todos los días y a todas horas en cualquier lugar de la ciudad en que usted vive y del país de todos nosotros, sea en tiendas y restoranes, en departamentos y casas, en el transporte público y privado, en las carreteras y calles.
Y también, como todo mexicano sabe demasiado bien, siempre es terrible recurrir a la autoridad, hay que pasar horas en el Ministerio Público para levantar un acta con burócratas desidiosos y groseros, y, cuando se involucra la policía, hay que padecerla porque no se la quita uno de encima si no se le da dinero, para que de todos modos nunca resuelvan el asunto ni encuentren a los culpables. Si alguien no me cree, allí están las estadísticas: más del 90% de los delitos quedan impunes en nuestro país. O sea, prácticamente todos.
¿Por qué traigo esta historia a colación?
Porque en días pasados los ciudadanos nos enteramos de algo que no sabíamos, y que tiene que ver con lo que acabo de relatar: gracias al señor Presidente de la República, supimos que estas mañas las aprendieron nuestros burócratas y nuestros policías nada menos que en las universidades más prestigiosas del mundo, como la de Harvard, en Estados Unidos.
Confieso que me quedé helada cuando escuché esa mañanera, porque yo sabía que a esas instituciones (donde enseñan y de donde egresan los intelectuales más brillantes y prestigiosos del planeta), han ido varios de nuestros políticos y funcionarios, pero no tenía conocimiento de que también van policías, burócratas, directores de instituciones públicas, jefes sindicales y parientes de los poderosos.
Pero lo más impresionante, fue percatarme de que en un país al que los organismos internacionales califican de muy bajo aprendizaje, hay sin embargo quienes aprenden perfectamente las lecciones y consiguen transformarse en expertos en aquello que fueron a estudiar, que según nos “reveló” AMLO, fue cómo robar.
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