Hace un par de semanas, escribí en este espacio preguntándome a qué horas se volvió delito pertenecer al sector privado, pues no se le estaban aplicando vacunas a médicos y personal de salud de hospitales y consultorios particulares, ni se habló de aplicárselas a maestros de instituciones educativas particulares, como si ellos no corrieran el mismo riesgo de quienes laboran en instituciones del sector público.
La respuesta de un lector a mi artículo, me abrió los ojos al “pensamiento” (si así se le puede llamar) de quienes tomaron esa decisión en el gobierno. Esto me escribió: “Cierto, no hay ley, norma ni nada que justifique ese hecho, pero conviene que los clasmedieros, pequeños burgueses, acomodados o gente bien sintamos siquiera una vez en la vida lo que esa mayoría del país históricamente ha sentido: estar siempre en segundo plano, con servicios y atenciones de segunda y en incontables ocasiones ni siquiera ser considerados. No veo que se margine a doctores y maestros, para nada, es un simple espérense tantito. Sus condiciones de salud, alimentación y confort seguro les permite sin mayor dificultad esperar unos días o semanas más. Un mínimo de solidaridad y paciencia no hace mal, fortalece y cohesiona a una sociedad, ¿no crees Sara?”
La verdad es que no, no lo creo. No me parece que la solidaridad pase por allí ni que este modo de tratar a las personas sirva para cohesionar y mucho menos para fortalecer a la sociedad. Por el contrario, es una forma de venganza contra quienes tienen mejores posibilidades económicas, y este no debería constituir el criterio de un gobierno que supuestamente lo es para todos. Y mucho menos, cuando se trata de asuntos tan serios como la salud y la educación, en cuya primera fila deberían estar todos los que las atienden. La idea de ocuparse de los pobres, una concepción de suyo excelente, no tendría que significar que para apoyar a estos haya que ignorar a los otros, pues ellos también son (o deberían ser) ciudadanos con derechos.
La estudiosa Svetlana Stephenson ha explicado por qué se hacen estas cosas: “Oponerse e incluso perseguir a los ricos es la manera tradicional de pretender tapar crisis, tapar colapsos, explicar lo inexplicable y hacerlo con construcciones ideológicas sin lógica ni coherencia ni verdad. Por eso quien pretende hacer una revolución, siempre se va contra los ricos. Es la única manera que se le ocurre de convencer a los que no son ricos de que vale la pena apoyarla. Y por eso no hay mejor justificación para un movimiento que se pretende revolucionario, que apuntar hacia ellos sus dardos”.
Estos dardos consisten en tres pasos: el primero, sacarlos en el discurso de formar parte del pueblo; el segundo, ponerlos como los enemigos y acusarlos de todo: desde ser corruptos hasta responsables de la pobreza, la falta de atención médica adecuada, incluso la pandemia; y el tercero, justificar el asalto a sus bienes y personas.
Lo que me escribe esa persona cabe perfectamente en el esquema. Separar y confrontar a una parte de la sociedad con la otra, no es solamente un típico divide y vencerás, sino que parte de la idea de que se vale la venganza, lo cual deja sentadas las bases para que cualquier incidente, lleve a aquellos a quienes no se les pudo dar lo que querían o lo que se les prometió, a cometer abusos.