¿Cómo transformamos a las instituciones para que funcionen, en su diseño original, atendiendo a los tiempos que vivimos? (sic). Con esta interrogante nos quedamos en la entrega anterior; pero antes de intentar abordarla, recapitulando, decíamos que estamos ante la presencia de un nuevo modelo de carácter social y político impulsado por el presidente, Andrés Manuel López Obrador, el cual es producto del hartazgo de la sociedad mexicana ante décadas de simulación y la alta corrupción que mantuvieron al país por años, los lóbregos gobiernos del PRI y PAN.
Decíamos también, que el marco referencial que servía para explicar la transición democrática, cuyo objetivo principal era culminar en la alternancia, así como los cambios constitucionales e institucionales que se requirieron para lograrlo, no alcanza a explicar la realidad actual y, por lo tanto, han dejado de tener vigencia. No sin férreas resistencias. Por ello, creo que es el momento de reformular las bases que expliquen los nuevos espacios de democracia que están surgiendo en México y la revalorización de los sectores excluidos y más empobrecidas del país.
Y retomando la pregunta, veamos. De nada nos servía que, por ejemplo, en el caso de los 43, la Procuraduría de entonces, torturara a quienes habían sido detenidas para obtener información a la par que dejaba de investigar a las autoridades involucradas en el caso; que existiera una elección absolutamente inequitativa en 2012, no obstante, validada por las instituciones; una investigación tardía por el financiamiento ilícito de campañas en el caso Odebrecht, iniciada hasta el 2017, o la impunidad en operación Safiro. O el hecho por todos conocido, que ministros (as) de la Suprema Corte resolvieran a favor del gobierno federal en turno y de los sectores empresariales, por lo que la división de poderes no era tal, sino una subordinación de aquellos hacia el presidente en funciones, lo cual ahora es distinto porque hay un enfrentamiento claro entre un grupo de ministros (as) y el Presidente.
¿Lo anterior qué generó? Pues un modelo de alta corrupción o corrupción política a pesar de la existencia de un discurso del Estado de Derecho que pregonaba todo lo contrario, como la creación del Sistema Nacional Anticorrupción, que en general era un mecanismo de simulación. Su diseño fue deliberadamente incompleto, pues no se incluyeron a instituciones clave como el Servicio de Administración Tributaria (SAT) o a la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF), porque parece que no les interesara saber cuánto ganaba realmente un funcionario público, comparándolo con su sueldo y el pago de impuestos.
Tengamos presente que la impunidad es uno de los principales problemas nacionales más arraigados en la sociedad mexicana y es, por tanto, una deuda histórica. ¿Qué hace falta? De entrada, trabajar con lo que tenemos: Incrementar los casos de extinción de dominio para el decomiso de bienes de la delincuencia, reducir la impunidad aumentando el número de judicializaciones y sentencias condenatorias, haciendo uso intensivo del modelo que nos brindan las salidas alternas y formas de terminación anticipación que despresurizan el sistema sustancialmente, no sin antes garantizar efectivamente la reparación del daño a las víctimas. Agotar los procedimientos administrativos como el congelamiento de cuentas para evitar el financiamiento de la delincuencia, así como los procedimientos de carácter civil para la recuperación de activos en el extranjero.
Sin embargo, ojo aquí. No podremos avanzar como sociedad, si no somos conscientes mexicanos y mexicanas en dónde estamos parados. Como dice la frase, quien no conoce su historia, está condenado a repetirla. No podemos desconocer más los casos de corrupción, la simulación de los gobiernos de siempre, la marginalidad de las clases más pobres, la violación de sus derechos y la falta de aseguramiento por parte del Estado de sus necesidades más básicas y un segundo piso de desarrollo. El proyecto de la 4T nos da esperanza, y no hay marcha atrás en la Transformación del país porque lo que está en juego va más allá de un mero cambio de puestos y curules sexenal. De ello, profundizaré en una tercera entrega.