La brutal embestida del gobierno de Díaz Ordaz al movimiento estudiantil de 1968, en sus diversas manifestaciones, en particular la del 2 de octubre en Tlatelolco, y más adelante la guerra sucia, generaría una grieta en el sistema político mexicano y, a su vez, un proceso gradual para el surgimiento de las reformas electorales y el encauzamiento de la política hacia un México democrático.
Con la llegada de la transición democrática surgiría un marco conceptual que permitiría explicar la liberalización del régimen, la pluralidad de partidos políticos, la generación de institucionalidad electoral, paradigmas en los cuales se movería toda una generación de intelectuales y artífices que se dedicaron a pensar las claves de la transición y la democracia en ciernes en nuestro país. Toda esta gran institucionalidad que se genera durante la transición democrática cumple con algunos de sus cometidos, pero no termina cumpliendo con otros. El propósito central se logró, tenemos tres alternancias sin derramamiento de sangre; pero ese modelo fue incapaz de combatir la corrupción, resolver las enormes desigualdades sociales o disminuir la impunidad. Al poco tiempo, caímos en un juego de simulación. Vicente Fox del Partido de Acción Nacional (PAN), teniendo la oportunidad de generar un cambio constitucional, de régimen, decidió aliarse con el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y, con ello, frustrar el proceso de transformación en México. De ahí el Pacto por México, y el frente opositor solo se necesitó tiempo.
Los cambios constitucionales más relevantes durante esta época estaban enfocados a la democracia representativa, al sistema electoral, a la salvaguarda de los derechos de primera generación, pero ¿qué sucedió entonces? Las desigualdades persistieron, los gobiernos no se interesaron en atender la disparidad social subyacente, salvo alguno que otro programa que era insuficiente y utilizado en la mayoría de las veces con fines claramente electorales y no como parte de una política social.
El problema de los defensores de ese esquema es que no entendieron que conforme el PRI y el PAN minaban a las instituciones con la simulación, se fue fortaleciendo por debajo un movimiento social y popular encabezado por Andrés Manuel López Obrador. Hay, claramente 2 posiciones ideológicas en pugna permanente. El debate ya no está en los procedimientos sino en los contenidos. Creo que lo que hace falta en este momento es generar un nuevo marco teórico que permita explicar el momento histórico que estamos viviendo.
En ese sentido, es necesario formular nuevos conceptos, nuevas ideas, que nos ayuden a entender la Cuarta Transformación y la presencia de un modelo totalmente distinto, donde de manera paralela a la democracia representativa se impulsa la democracia directa; que a la par de los derechos de corte individual, se revaloran los derechos de carácter social; y, por supuesto, donde surge el constitucionalismo popular, más allá de las visiones clásicas de constitucionalismo.
¿Cómo transformamos a las instituciones para que funcionen como originalmente fueron diseñadas atendiendo a los tiempos que vivimos? De eso hablaré en una siguiente entrega.