La apertura del diálogo político entre el PAN y el Gobierno ha originado muchas y muy diversas opiniones. Unas lo celebran, otras más cautas la acotan a una sobria bienvenida. Las escépticas gradúan sus calificativos desde la ingenuidad, hasta un sinsentido. Los mal pensados se preguntan con cierto sospechosismo: ¿qué habrá detrás, un interés mezquino, una claudicación o, de plano, una traición?
Les comparto algunas ideas de lo que entiendo es un diálogo político, y lo hago precisamente para quienes más dudas han expresado sobre esta iniciativa, y también muy especialmente para todos nuestros representados que, con o sin razón, han pensado que dialogar con un gobierno como el actual es, en el mejor de los casos, una muestra de debilidad, en el peor un absurdo y en el más peor, resulta en un altísimo costo para nuestro partido y por el contrario un gran logro para el gobierno.
Por principio de cuentas, parto de la tesis de que un diálogo político entre diferentes, entre quienes piensan distinto, es indispensable para que nuestra democracia funcione. Sin ese diálogo, no hay forma que la pluralidad prospere y que las diferentes voces sean escuchadas por quienes detentan el poder. Llevado al extremo, ese silencio acaba por imponer una sola visión, que excluye y margina a una buena parte de la sociedad, que queda sin una auténtica representación.
Un diálogo político no es un diálogo sólo por dialogar. No es una conversación, una plática, una charla, que pueda ser sobre cualquier tema y que se va construyendo ordenada o desordenadamente, en la medida de los gustos, aficiones o intereses de los hablantes.
Un diálogo político es distinto: debe tener una finalidad concreta que, en su mejor expresión, es el logro de un bien público, o dicho de una manera más sencilla, del bienestar. Un diálogo político sirve para escuchar las ideas del otro, para identificar las diferencias, las posibles coincidencias y a partir de ellas, construir acuerdos.
Un auténtico diálogo político implica respetar las diferencias y, en medio de ellas, buscar un campo común de coincidencias. No significa claudicar y menos cuando el diálogo se lleva a cabo entre quienes son representantes, sea del pueblo o de los partidos políticos . El representante debe tener una clara conciencia de las consecuencias, en sus representados, que se originen de ese diálogo transformado en acuerdo.
En un diálogo político, para decirlo claro: un representante nunca se manda solo. Debe haber un vínculo estrecho entre la posición que adopta el dialogante y la plataforma política, la visión programática y los principios que debe representar. Y claro, todo esto debe ser, además, perfectamente distinguible de sus antagonistas políticos.
Hay muchas maneras de iniciar un diálogo político. Una de ellas es definir primero la materia que se va a abordar y limitar sus contornos e identificar el problema que se quiere resolver y bordar sobre los distintos medios de solución al alcance. En consecuencia, un diálogo político requiere una amplia preparación, información precisa, técnica y científicamente comprobable, que permita abrir el diálogo con un diagnóstico compartido, eso es lo ideal.
Si el diagnóstico no se comparte, es muy difícil avanzar en un diálogo político, puesto que las meras opiniones y sobre todo las ideas cargadas de ideología, nunca se podrán transformar en hechos, sujetos a verificación y por lo tanto el diálogo, así entendido, entra en el patinoso espacio de las opiniones y del: “yo creo”.
La política no es un acto de fe, sino de realidades concretas, específicas, que se construyen con problemas para ser resueltos. Esa es esencialmente la finalidad de un diálogo político: resolver problemas sociales .
Así, de esta manera, en medio de las mismas opiniones escépticas o interesadas, se construyó el IFE , hoy INE , el Trife, la reforma de transparencia y el Inai, el Inmujeres, el Cenapred , la Auditoría Superior de la Federación, la CNDH , la reforma penal y juicios orales, la gran reforma de derechos humanos, la reforma eléctrica, la reforma de telecomunicaciones, la reforma en materia de competencia económica y sus distintas instituciones, la reforma en materia de derechos y cultura indígena, entre otras. Todas ellas, producto de un diálogo político entre diferentes, nada más y nada menos.