Mañana, 10 de diciembre, se cumplen 75 años de la adopción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Esta declaración representa, sin duda, el más emblemático e importante instrumento internacional en materia de derechos humanos. Aunque se trata de una declaración y no de un tratado y por lo tanto, en su origen no tenía carácter vinculante, la doctrina es prácticamente unánime en coincidir que la Declaración ha alcanzado las características de derecho consuetudinario y reflejo de principios generales del derecho. Algunos autores, incluso afirman que su contenido, o por lo menos, muchos de los derechos reconocidos en ella, tienen el carácter de normas de ius cogens, es decir, normas imperativas del derecho internacional general, reconocidas y aceptadas por la comunidad internacional de estados en su conjunto, como normas que no admiten acuerdo (ni practica) en contrario.

Hace 75 años, el mundo se encontraba aun sumido en las secuelas de las atrocidades cometidas durante la Segunda Guerra Mundial, y la Declaración representó un grito, un clamor, por el respeto de la dignidad humana, para que los horrores que se vivieron durante la II Guerra no volvieran a repetirse.

Aunque no puede negarse que se han dado importantes avances, por desgracia, ese grito no fue, ni ha sido, suficiente, ni mucho menos eficiente. Después de 1948 se han seguido cometiendo crímenes atroces en todos los continentes de la tierra. Solamente por recordar algunos sucesos, podemos mencionar el genocidio en Ruanda, los exterminios en Bosnia y Herzegovina, Darfur en Sudán, y muchos otros. Es frustrante sentir que la Declaración que ahora conmemoramos parezca estar tan hueca, tan carente de contenido, tan llena de discurso, pero tan vacía de efectos en las vidas de las personas. Hoy por hoy, mientras presenciamos los crímenes que se han cometido y se siguen cometiendo, por un bando y por el otro, en el conflicto armado en Gaza, la Declaración Universal de los Derechos Humanos parece estar afónica.

Mucho más debe hacer la comunidad internacional para lograr que los instrumentos internacionales en materia de derechos humanos, de protección a personas refugiadas y de derecho de la guerra, pasen de ser derecho vigente, a ser derecho viviente; de derechos vivientes, realizados, efectivos. Hasta ahora, lo que presenciamos con demasiada frecuencia son discursos y papeles declarados obligatorios solemnemente, pero vidas humanas sin el mínimo de derechos. Es desesperante y desesperanzador conocer diariamente de acontecimientos que constituyen verdaderos crímenes de guerra y contra la humanidad y que la comunidad internacional se encuentre prácticamente paralizada, con algunos líderes haciendo elocuentes pronunciamientos y declaraciones, mientras cientos y miles de seres humanos, incluyendo niñas y niños, sufren y mueren.

La ONU lanzó una iniciativa para que todos los estados y otros actores relevantes, formularan compromisos de cumplimento de la Declaración y formar así un “árbol de compromisos”. Lo que esperaríamos es que ese árbol no quede meramente adornado con compromisos, sino que verdaderamente dé frutos de paz duradera y justicia para todos y todas.

Hoy por hoy, Mexico tiene uno de los peores expedientes en el mundo en materia de personas desaparecidas, siendo la desaparición una de las violaciones más graves de los derechos humanos según el derecho internacional, por el terror y sufrimiento que genera.

Así, podemos conmemorar los 75 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, pero, la verdad es que no tenemos mucho que celebrar y sí mucho que hacer.

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