El día de hoy se cumplen 74 años desde la adopción, en París, de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

El año que entra se cumplirán 75 años desde su adopción, y la ONU prepara una serie de actividades para reflexionar y conmemorar a la Declaración.

La Declaración Universal, con casi tres cuartos de siglo de vida, ha adquirido, según algunas opiniones autorizadas, nivel de derecho consuetudinario internacional, a pesar de que, por su naturaleza (la de una Declaración y no un tratado) no tenía efectos vinculantes.

Se trata de un documento que, en su momento, constituyó un clamor, un grito desesperado, en favor de la dignidad humana, después de ocurridas las más horripilantes atrocidades durante la segunda guerra mundial; proclama la universalidad de los derechos; toda persona humana nace con igualdad de dignidad y derechos; toda persona debe gozar de los derechos consagrados en la Declaración. Se trata de un documento que encapsula un “mínimo común”, a pesar de las diferencias culturales, políticas, religiosas o de cualesquiera índoles, que existe entre quienes pertenecemos a la raza humana (la única raza, la humana, y no la blanca, la negra la amarilla, la de cualquier color… la única raza relevante para los derechos es la raza humana).

Un mínimo común, que en su momento fue avalado por toda la membresía de la ONU de aquel momento (salvo algunas abstenciones, pero ningún voto en contra), en medio de la guerra fría y la polarización entre el bloque “comunista” y el “capitalismo”. La dicotomía entre el “este” y el “occidente” no cuenta en la Declaración, aunque el relativismo quiera insistir en ello. No hay tal imposición de valores “occidentales” encima de los “orientales”.

Pero, por desgracia, a casi 75 años de distancia, todavía no se logra erradicar la tortura como castigo legal, como ocurre en muchos países del mundo actual; no se logra erradicar la discriminación contra las mujeres en las leyes domésticas (sirvan de emblema las protestas en Irán tras la horrible muerte de Msha Amini); no se logra eliminar el racismo, el sexismo, el clasismo, la homofobia, la xenofobia; no se logra eliminar las desapariciones forzadas; no se logra proteger a periodistas y personas defensoras de derechos humanos en contra de agresiones… y no sólo no se logra el respeto a los derechos humanos, sino que los gobiernos niegan la realidad. Ante la evidencia, dicen que la realidad no es la realidad. Dicen que lo que sucede, no sucede, aunque en realidad suceda.

Y, aún horribles atrocidades se han presentado después de adoptada la Declaración. Ruanda…, Yugoslavia… Guatemala… Argentina…. Chile… México…

La humanidad no parece aprender de su historia. Aunque, aun así, parecería que estamos en un mejor lugar. La Declaración debe seguir guiándonos hacia un mejor futuro. Los derechos humanos no son un destino, son, más bien, el camino.

Profesor de derechos humanos en la Universidad Iberoamericana
@CORCUERAS

 

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