Para una periodista joven, desarrollar el olfato en el oficio se basa en observar y aprender qué hechos son importantes y por qué.
Un día del año 2010, casi a medianoche, llegó a la redacción de EL UNIVERSAL , donde era editora, la noticia del asesinato de un edil de un municipio. Tuvimos que parar la edición para rehacer la portada e incluir la nota del crimen . Aprendí que el homicidio de un político era motivo para modificar la planeación del día. Estoy hablando de una década atrás: cuando el narcotráfico en México empezaba a generar una estela de violencia nunca antes vista y crímenes como estos causaban asombro.
Este domingo los mexicanos iremos a votar en un país donde se registraron 67 asesinatos a candidatos o actores políticos y 121 atentados . Sólo en cuatro estados no hubo algún hecho violento. Sí, solo en cuatro. Votaremos en un país donde se necesitarían más portadas y espacios para resaltar la verdadera magnitud de lo que está pasando.
¿En qué minuto el narco se apropió del país? ¿En qué momento dejaron de causar sorpresa estos hechos?
Es importante notar que la mayoría de estos crímenes pasan en zonas rurales o municipios chicos.
Las razones son simples: los delincuentes ven en los palacios municipales la puerta de entrada para comandar a las policías locales, controlar rutas de tráfico de droga, saquear recursos de ayuntamientos y manejar las obras, como lo dice The Washington Post este 3 de junio en su artículo Mexico’s deadly elections: Crime groups target candidates in a fight for turf. Y lo hacen porque pueden. Porque hay impunidad, corrupción y colusión. Porque los gobiernos federales han sido incapaces de tomar en serio el problema e implementar soluciones.
El resultado de esto es alcaldías quebradas e intervenidas por estas bandas, a veces independientes, a veces células de grandes cárteles. Y en elecciones sus reglas han sido claras: si no encabeza las preferencias el candidato de ellos, lo logran a balazos. Si no accede el alcalde en turno a sus peticiones (en caso de no tener previamente nexos con el crimen) lo sentencian a muerte.
Un ejemplo es Michoacán . Ahí las autodefensas surgieron en el 2013 para supuestamente proteger a la población de los Caballeros Templarios. Algunos miembros con buenas intenciones, otros no, lograron armarse y tener el apoyo del gobierno estatal y federal hasta que, con el paso de los años, fundaron nuevas bandas para extorsionar, traficar droga y adueñarse de los pueblos. Como en La Huacana, donde el capo Miguel Ángel Gallegos , “El Migueladas”, mantiene parte del control del palacio municipal. Este criminal interviene en las decisiones relacionadas con el destino de recursos para obras y compras para su beneficio por medio de prestanombres. Pobladores de la zona que accedieron a hablar con esta columnista aseguran que el ambiente ahí es de temor debido a las amenazas de los narcos para que voten y apoyen a algún candidato en específico.
Y así en la última década he visto cómo cada vez son más frecuentes estas historias. Desde Indé, Durango, hasta Teloloapan, Guerrero. Desde Caborca, Sonora, hasta Guadalupe, Chihuahua.
La interrogante es cómo llegamos a esto y qué nos espera. Porque ante este panorama lo evidente es cómo el Estado de Derecho y liderazgo de quienes nos gobiernan desapareció. Algunos municipios son como los autogobiernos en las cárceles: mandan los más violentos.
Tenemos una década perdiendo como ciudadanos. Una década perdiendo cada vez más espacios, cuadra por cuadra, ante los narcotraficantes . Una década perdiendo el asombro ante cada nueva tragedia, ante cada nueva anécdota que no muestra más que el fuerte pie que tienen los criminales sobre el débil cuello del gobierno incapaz de mantener orden, paz y justicia.
Y así iremos a votar. Así.