De un lado quienes son una mayoría nacional demostrable demoscópicamente identificada con una narrativa al mismo tiempo clase mediera y de estratos populares, del otro, un segmento resentido por cinco años de distanciamiento respecto de la clase política modeladora del cambio de régimen, se auto atribuyen el monopolio de “la clase media”.
Unos ganaron y ejercen el poder nacional, otros aspiran a ser percibidos como capaces de disputarlo.
La militar hegemonía de un liderazgo en clases sociales existe solamente en regímenes autoritarios. En México, los partidos ganan y pierden distrito por distrito ante modificaciones de humor, percepción, atmósfera, dinero, campañas, candidaturas y más maniobras de las imaginables por cualquiera de nosotras y nosotros.
Alrededor de Morena y en torno del PAN se concentrará la redefinición de las fronteras político-electores de cuya colisión emergerán gobiernos municipales y estatales. Los demás agrupamientos partidistas solo intentarán convencernos de su inexistente centralidad.
Vertebralmente se hallan en disputa la “clase media”, la ética de acciones pasadas, las órdenes de aprehensión pendientes, la claridad de proyectos y la evaluación de resultados.
Y nada es mayor a la emoción radicalmente incluyente o excluyente, la visceralidad para acercarse o alejarse a partidos y candidatos. Estamos en la antesala de la furiosa disputa irritada, irracional, irrespetuosa, tramposa y maliciosa de un espacio público donde de dientes para afuera, algunas fuerzas mucho más que otras, hablan de bien común, programas, propuestas y ánimos constructivos.
La noción de los partidos políticos como mecanismos de dirección unitaria para acceso al control del poder del Estado no resuelve el problema de las múltiples maneras de entender quién se hace cargo de qué parte del poder y cómo se resuelven las diferencias. Las políticas y políticos profesionales son indispensables en la asignación de las respuestas. Los grupitos, las tribalidades, las trivialidades de los egos significan menos que las definiciones centrales, de cualquier color.
Al interior de Morena, por ejemplo, no puede haber segunda ni tercera ni cuarta fuerza aclaró la precandidata presidencial, Claudia Sheinbaum, ante la permanencia anunciada por Marcelo Ebrard: “Somos un solo movimiento, un solo partido (…) no hay fuerzas distintas”.
Ocurrió también ante el proceso morenista para designar a Clara Brugada, aspirante a suceder a Martí Batres en el Gobierno de la CDMX. La capacidad de la exalcaldesa de Iztapalapa para agrupar en un consejo asesor las habilidades de las y los otros aspirantes, con la voluntad de profundizar el proyecto conjunto, revela experiencia y determinación políticas; es el inicio de las múltiples decisiones para resolver conflictos internos en alineación preparatoria frente a la confrontación con la oposición encabezada ¿por el PAN?
@guerrerochipres