La mentira es la esencia de la estrategia de las derechas, derrotadas en su expresión nazi con la caída de Hitler el siglo pasado.
Durante la Alemania de los años 30 y 40, Joseph Goebbels, el ministro de Propaganda, fue reconocido como un maestro en el arte de la manipulación mediática y la mentira sistemática; desarrolló técnicas aún ahora emuladas por movimientos ultraderechistas contemporáneos.
Sus mensajes se basaban en “la gran mentira", uno de sus principios más célebres: si la falsedad era lo suficientemente grande y reiterada, acabaría por aceptarse como verdad. Y con el control de los medios de comunicación, principalmente la radio, solo la narrativa oficial llegaba a la población.
Como herramienta política, la falacia no ha dejado de emplearse, incluso, se potencializó durante las campañas electorales.
Estuvo en la historia inverosímil de los paraísos fiscales de Clara Brugada, la candidata de la izquierda al gobierno de la Ciudad de México, o en la falsedad de su acta de nacimiento guatemalteca, desmentida el miércoles en el cierre de campaña en el Zócalo junto con Claudia Sheinbaum, la candidata presidencial.
En los últimos meses, en el mundo y en la capital nacional, hay expresiones diversas del empleo de esas tácticas, empleadas en el regreso de movimientos ultraderechistas. Recurren a nacionalismos o nociones de “los peligros” de las personas migrantes o de los delincuentes.
Algunos países han optado por gobiernos o políticas de derechas radicales, como lo fue el ascenso de Donald Trump en Estados Unidos —con altas posibilidades de regresar ahora a la presidencia—, el de Jair Bolsonaro en Brasil, Nayib Bukele en El Salvador, Javier Milei en Argentina o el éxito del Brexit en Europa.
El retorno de discursos —en su mayoría bajo el esquema de “la gran mentira”— y prácticas políticas nacionalistas, populistas y xenófobas evidencian un amplio apoyo en sociedades liberales, expresadas en el endurecimiento a la entrada de inmigrantes, la privatización de todo lo privatizable o en la visibilización de la justicia social como una aberración. “Viva la libertad, carajo”, diría Milei.
El desarrollo de una derecha radical implica la aparición de apelaciones al fascismo o neofascismo, como en Italia con Giorgia Meloni o Vox en España, o la negación de la democracia liberal sustituida por un Estado de excepción basado en el “populismo punitivo” de Bukele y su influencia en Ecuador.
Aun con el crecimiento de la ultraderecha internacional, en México su impacto ha sido menor. A inicios de año, el único candidato presidencial abiertamente ultraderechista, Eduardo Verástegui, quedó fuera de la carrera electoral por falta de apoyos.
Aun así, desde la derecha más conservadora, las mentiras surgen como una forma de manipular las preferencias ciudadanas y denostar a la o el adversario político más aventajado.