Lo dicen las autoridades y lo confirman las experiencias en varios países: hemos llegado al momento en el que el aislamiento social, y su cumplimiento estricto por parte de las familias y los ciudadanos, es la última oportunidad que nos queda de evitar que México y los mexicanos vivamos una catástrofe sanitaria, humana y médica por el coronavirus. El golpe doloroso de la pandemia, en contagios, víctimas mortales y daños económicos, ya no lo podemos evitar, pero sí está en nuestras manos, como sociedad, hacer que ese golpe no sea tan duro, reduciendo el número de casos de contagio y salvando así a nuestro sistema de salud del colapso.
El tono de alarma, casi angustiado, con el que el subsecretario Hugo López-Gatell repitió el sábado, hasta en tres ocasiones, que nos quedemos en casa, ilustra muy bien el momento clave que vivimos como país ante la pandemia del Covid-19. Lo que el encargado nacional de la estrategia contra el coronavirus quería transmitir con su mensaje desesperado, es que si no entendemos y no colaboramos como sociedad aislándonos en nuestras casas, justo en estos días, evitando contacto físico en las calles, oficinas, comercios, centros de trabajo y en los espacios públicos, podríamos caer en una crisis de salud que rebase todas nuestras capacidades humanas, hospitalarias y de recursos. Algo como lo que le pasó a Italia y España, pero multiplicado por tres por el tamaño de nuestro país.
La analogía parece absurda, pero para entender lo que López-Gatell nos quiso decir en su mensaje del sábado en la noche desde Palacio Nacional, estamos en esa escena que siempre se repite en cualquier película de terror cuando la joven que huye despavorida del monstruo zombie o del asesino serial y de pronto se encuentra con una bifurcación del camino. Aterrorizada, se detiene por un momento y en su confusión y miedo piensa a cuál de los dos caminos se dirige. En el cine de horror la joven siempre tomará el camino donde le espera el asesino-monstruo que encarna todos sus miedos e irremediablemente morirá. La pregunta es ¿qué haremos los mexicanos ante esa disyuntiva en la que hoy nos encontramos? ¿Iremos por el camino donde nos espera lo peor o tomaremos el camino que nos puede salvar no de la crisis, pero sí del colapso?
Lo dijo también el mismo López-Gatell: hoy podemos aminorar el tamaño de la pandemia mundial en México, pero no evitaremos sus estragos. Y aunque él se refiere solo a la parte de salud y señala que será inevitable que muchos mexicanos se enfermen y hasta mueran por Covid-19, su precisión también aplica para la parte económica y social en donde ya hay afectaciones severas a industrias, negocios y, sobre todo, a millones de mexicanos que sobreviven día a día y cuyos ingresos y sustento dependen de que puedan salir a trabajar todos los días.
Y conforme las medidas de aislamiento social y parálisis de la actividad económica continúen, en este momento al menos por un mes más, aunque las autoridades dicen que esta epidemia en el país puede durar hasta siete meses, serán cada vez más los sectores de la producción, del comercio y los servicios los que se verán afectados y más mexicanos los que pierdan su empleo. Esto va a desencadenar, necesariamente, un problema social importante que tendrá impactos en el desempleo, pero también en la inseguridad y hasta en la estabilidad y gobernabilidad para controlar y contener las expresiones de inconformidad y posible aumento de actos delictivos en las calles.
Después de un sismo, un huracán o una pandemia como la que vivimos, la experiencia nos dice que es previsible esperar escenarios sociales complicados. El miedo, la violencia social, la desesperación de los grupos más afectados, busca necesariamente válvulas de escape y la gente tiene que salir a procurarse sus necesidades más esenciales, sobre todo en un país con tanta pobreza (53% de la población) y con una economía informal tan grande (casi el 60% de la actividad económica).
La misma Ciudad de México ha vivido ya ese tipo de experiencias con los dos sismos fuertes que ha tenido en la época reciente, el de 1985 y el de 2017, cuando esos desastres provocaron conflictos sociales y de seguridad. Y ahora esta ciudad volverá seguramente a ser el epicentro de la pandemia en su punto más complicado. Es lógico que la capital, al ser la ciudad más densamente poblada del país, se convierta en el lugar con más casos y en donde habrá más enfermos demandando hospitalización y lamentablemente también más muertos por el Covid-19; y es muy seguro que también sea la ciudad donde emerjan más problemas de seguridad, protestas sociales y aumento de delincuencia.
Las tiendas y supermercados de la Zona Metropolitana de la CDMX lo saben y han comenzado a reforzar su vigilancia, previendo escenarios de asaltos o saqueos, como ya se han producido en al menos 14 tiendas y comercios de la capital, donde se ha detenido a 83 personas involucradas y que el secretario de Seguridad capitalina, Omar García Harfuch, identifica como “delincuentes comunes, que quieren aprovechar la situación para robar artículos electrónicos, joyas y celulares, no son saqueos por hambre”. También en el Estado de México se han reportado hasta 19 saqueos y asaltos a tiendas y supermercados, al igual que ha habido intentos frustrados en Oaxaca, Puebla y otras entidades del país.
Si eso está ocurriendo cuando apenas empezaba la Fase 2 de la pandemia, ¿qué va a pasar cuando estemos en el punto más crítico o la Fase 3 que las autoridades preven para principios de mayo o incluso en los siete meses que nos restan para que el coronavirus se considere “controlado” hasta el mes de octubre, según informa el propio Hugo López-Gatell?
Se van a necesitar autoridades muy fuertes y decididas a tomar acciones necesarias para controlar el orden y la estabilidad social. E incluso, en algún escenario extremo, podría ser necesario declarar un estado de excepción en algunas partes del país y podría haber gobernadores, como los del PAN, que pidieran declarar el estado excepcional, aunque la gran duda es si un gobierno como el de López Obrador se atreverá a hacerlo. El único que tiene facultades legales y constitucionales para decretar el Estado de Excepción con el apoyo de la Guardia Nacional, es el presidente de la República. ¿Lo haría?
Nadie quiere pensar en escenarios tan difíciles y cualquier político lo pensaría dos veces ante de tomar una medida tan extrema, sobre todo si lo que más le preocupa es su popularidad y aprobación. El viernes pasado fue ubicado por varios encuestadores que miden la aprobación presidencial como el “punto de inflexión” en la popularidad y la aprobación del presidente López Obrador, que ya rompió el piso sicológico del 50% de aprobación; y bajando de esa cifra se rompe un límite en el que ya la desaprobación es mayor que la aprobación. Hoy más que nunca necesitamos un presidente fuerte, sano y que esté dispuesto a ejercer su autoridad, primero en esta emergencia, para salvar la vida del mayor número de mexicanos posible, y después, en lo que venga, utilizando todos los instrumentos y las facultades que le da la Constitución.
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