A un personaje de la vieja guardia le escuché en una ocasión comentar que cuando un político termina un cargo para el que fue electo o es destituido de alguna posición, lo mejor que podría hacer, para su salud mental y política, era seguir el ejemplo del águila calva de Norteamérica y ocultarse del ojo público por una temporada. Explicaba que las majestuosas águilas de cabeza blanca, que habitan en el Norte de México y principalmente en territorio de los Estados Unidos, viven hasta 70 años, pero para poder llegar hasta esa edad tienen que enfrentar un difícil proceso de cambio cuando se acercan a los 40 años.
Justo a las cuatro décadas de vida, las águilas calvas experimentan cambios físicos que las obligan a tomar una dolorosa decisión: sus uñas se vuelven flexibles y demasiado apretadas, por lo que les es muy difícil atrapar y sostener a sus presas; su pico crece tanto que se curva hacia su pecho. Sus plumas envejecen y hacen que sus alas se vuelvan más pesadas, lo que les dificulta la capacidad de volar y planear en el aire. En ese momento, el águila se enfrenta a una disyuntiva: morir, porque ya no puede cazar para alimentarse u ocultarse durante 150 días en los riscos más altos de la montaña para pasar por un doloroso proceso de renovación. En ese tiempo, oculta en un nido cercano a un paredón, el águila empieza a golpear su pico contra la pared de rocas hasta que consigue que se le desprenda y le comience a salir uno nuevo. Una vez que el pico nuevo crezca, con él se arrancará una a una las uñas de sus talones para dar paso al nacimiento de nuevas uñas; cuando éstas le crezcan lo suficiente, empezará a desplumarse ella misma, arrancándose las plumas viejas y pesadas, y sólo cuando le hayan salido otras nuevas, exactamente a los cinco meses o 150 días de su ocultamiento, podrá salir de su escondite para emprender el vuelo de renovación, con el que celebra que podrá vivir al menos 30 años más, hasta cumplir el promedio de 70 años.
La anécdota que contó aquel político y que después supe también utilizan algunos sicólogos y motivadores profesionales como un ejemplo de superación y crecimiento que nos pone la naturaleza, viene a cuento por el caso de Enrique Peña Nieto. Muy lejos de la sabiduría del águila calva y de su ejemplo que suelen seguir otros políticos no solo en México sino en el mundo, el exmandatario mexiquense no esperó ni siquiera un mes antes de salir nuevamente a la escena pública de la manera más frívola y escandalosa con la noticia de un supuesto “nuevo amorío” con la modelo mexicana, Tania Ruiz, con la que se dejó ver públicamente, paseando por Madrid, en enero del 2019, a poco más de un mes de dejar la Presidencia de la República.
Desde entonces el escándalo ha perseguido al exmandatario que, con la misma frivolidad con la que se manejó durante los seis años de mandato e incluso antes como gobernador del Estado de México, volvió a hacer de su vida privada y sus asuntos sentimentales el tema predilecto de la prensa y de los programas, blogs y revistas sensacionalistas y de la llamada “prensa del corazón”. Primero fue su costoso divorcio con Angélica Rivera, quien ofendida por la revelación pública del amorío de su esposo, le modificó las condiciones del contrato de separación legal y le exigió millonarias prestaciones y pagos.
En realidad el romance de Enrique Peña Nieto no era nuevo y, según confirman excolaboradores cercanos suyos, desde su quinto año de gobierno, en 2017 conoció a la atractiva modelo originaria de San Luis Potosí y comenzó a salir con ella, aunque durante todo ese tiempo el romance se manejó en la total secrecía para evitar un escándalo en la Presidencia y mantener las apariencias de su matrimonio con Rivera. Y a partir de que ésta hizo público el divorcio entre ambos, en sus redes sociales el 9 de febrero pasado, los desfiguros de un Peña Nieto que se sintió libre fueron en aumento. Con el pico totalmente encorvado y las uñas inservibles, el mexiquense lejos de esconderse en su exilio dorado en el fraccionamiento La Finca de Madrid, se dedicó a pasear por Europa al lado de su joven novia, al mismo tiempo que ésta daba declaraciones y entrevistas a la prensa rosa y se volvía tan famosa que le llovían los contratos de marcas y las sesiones de fotos.
Hoy, como muy pocos expresidentes de México —quizás solo comparado con el penoso caso de Vicente Fox— Enrique Peña Nieto no cumple aún un año fuera del poder y su nombre no sólo se ha vuelto sinónimo de escándalo y desprestigio, sino que constantemente aparece mencionado en investigaciones por corrupción y hasta en procesos penales de exsecretarios de su gabinete y exgobernadores amigos suyos que están en la cárcel o prófugos de la justicia como Rosario Robles, Emilio Lozoya Austin o los dos Duarte, el veracruzano Javier y el chihuahuense César. Su imagen pública es tan vacua y frívola como lo fue durante su presidencia o quizás incluso más, y ahora hasta los que fueron sus amigos más cercanos reniegan de él y de su “necedad de no entender que entre más se exhibe y se muestra, más daño se hace a él y a los que fueron sus colaboradores”.
Al paso que va, ahora usando pelucas y disfraces para ocultarse de la gente y de los paparazzis en un lujoso restaurante de Nueva York, Enrique Peña Nieto no podrá nunca levantar el vuelo de renovación. Y si se llega a guardar, no será para cambiar de plumaje y alargar su vida política, sino en la sombra de una solitaria y fría celda.
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