Con la sorpresiva salida de Tatiana Clouthier del gabinete de la 4T se rompe uno de los últimos vínculos de una alianza amplia que fue clave para que Andrés Manuel López Obrador ganara en 2018 la Presidencia de la República de la manera en que lo hizo. Haberse aliado, como lo hizo en su campaña con un sector de la clase media, la intelectualidad, el empresariado y un grupo de políticos moderados que provenían del centro-derecha y que ostentaban un cierto “pedrigrí” político, fue un factor decisivo para que el ahora presidente alcanzara sus tan cacareados 30 millones de votos, cifra que nunca hubiera logrado sólo con su base histórica ni con la izquierda, que cuando mucho le hubieran dado 15 millones de votos.

Esa alianza que hizo López Obrador en el 2018 —ahora sabemos que por pura conveniencia y pragmatismo—, le permitió vencer los miedos que generaba su candidatura por un discurso agresivo y rupturista, identificado no sólo con el populismo demagógico, sino con un radicalismo de izquierda que en sus primeras dos campañas le impidió ganar de manera contundente las elecciones presidenciales, acercándose mucho más en 2006 que en el 2012 a su objetivo. Por eso fue que, para su tercera campaña, con el aprendizaje que había tenido en los dos intentos previos, el político tabasqueño comenzó a rodearse de personajes de derecha y de centro e incluso de empresarios que le permitieron mostrar un rostro moderado y convencer así a una clase media y alta que históricamente se le habían resistido por la imagen del “peligro para México” que le dejó la turbulenta elección de 2006.

Digamos que, con esos personajes, sus nombres y apellidos, sus trayectorias y sus orígenes, AMLO pudo presentarse como un político moderado y confiable para un sector del electorado que jamás había votado por él y que lo hicieron al ver que ya no sólo era el candidato de una izquierda populista y radical, sino también representaba una alianza amplia en la que lo mismo cabían expanistas de prosapia, empresarios, intelectuales y representantes de la sociedad civil y de la clase media.

Pero una vez en el poder, la piel de cordero dio paso al lobo que comenzó a enseñar los colmillos. Y, azuzado por los grupos más radicales de su movimiento, el presidente comenzó a relegar y a ningunear a todos esos personajes no militantes y moderados, que por un lado perdieron interlocución e influencia en el oído del presidente y por el otro se negaron a entrar en el aro de la sumisión y la obediencia ciega que comenzó a marcar el estilo de su presidencia. Las primeras rupturas fueron estridentes: Germán Martínez primero, el 21 de mayo, seguido de Carlos Urzúa, el 19 de julio, ambos en 2019, fueron los primeros en abrir la grieta con dos explosivas cartas que públicas, en donde denunciaban, el primero la rigidez de la austeridad republicana que empezaba a transformarse en austericidio, y el segundo la toma de decisiones de política económica sin sustento y más por caprichos e imposiciones políticas que con evidencias técnicas.

Con la renuncia y el rompimiento del panista Martínez Cazares y el economista Urzúa se asomó también el primer rasgo de la presidencia imperial que empezaba a renacer en Palacio Nacional : a ambos López Obrador dejó de escucharlos, de atender sus recomendaciones y a imponerles a funcionarios sin conocimientos ni experiencia en sus dependencias; incluso en el caso de Germán, desde meses antes que renunciara el presidente dejó de recibirlo y de atender sus peticiones de audiencia.

Para el 2020 vinieron otros desprendimientos del grupo moderado y de derecha. Un técnico como el ingeniero Javier Jiménez Espriu renunció en julio tras haber sido ignorado y relegado en la SCT, a la que el presidente le quitó funciones estratégicas como el manejo de los Puertos de Marina Mercante y aduanas que le fueron entregados a la Secretaría de Marina. Luego, en septiembre un académico como Jaime Cárdenas, exconsejero del IFE, salió por piernas del Instituto para Devolverle al Pueblo lo Robado, tras denunciar corrupción en las subastas y el manejo de bienes enajenados a través de una mafia interna, lo que le valió ser acusado por el presidente de haberse “aflojado” y de “no servir para el servicio público ni para la transformación por falta de convicciones”.

Y finalmente en diciembre de ese año, el empresario Alfonso Romo, que ya no tenía ninguna influencia en el gobierno y había sido completamente relegado y desgastado como enlace entre el presidente y los empresarios, dejó la Oficina de la Presidencia para volver a sus negocios en su natal Monterrey.

La alianza con el centro-derecha y la clase media no militante se iba resquebrajando cada vez más, en la medida que el presidente se radicalizaba y permitía que los grupos más duros, del ala radical de Morena tomaran mayor control e influencia en su gobierno, a través de alianzas como la de Beatriz Gutiérrez Müller y Claudia Sheinbaum y el avance de personajes de izquierda dura como Pablo Gómez y su familia e intelectuales como Paco Ignacio Taibo y el grupo de Jesús Ramírez y Jenaro Villamil en el manejo de la imagen y comunicación de su gobierno.

Para el 2021, en el tercer año de gobierno, el rompimiento más fuerte ocurrió en el primer círculo de confianza del presidente. La salida de Julio Scherer de la Consejería Jurídica de la Presidencia representó un cisma para el staff presidencial al desgastarse la relación de amistad con quien llegó a ser el hombre fuerte y el operador político más cercano a López Obrador. La salida de Scherer trajo consigo una reconfiguración en el gobierno; por decisión del mandatario, el relevo de Olga Sánchez Cordero, terminó de romper la alianza con los moderados no militantes, para dar paso a una operación más partidista y militante con la llegada de Adán Augusto López, que además del paisanaje tabasqueño, también significó un equilibrio para la radicalización del gobierno y el dominio de los duros del centro, al fortalecer al Grupo Tabasco y al Grupo del Sureste.

Y el último eslabón que se rompió el pasado jueves, al anunciarse la salida sorpresiva de Tatiana Clouthier, confirma el desencanto y la pulverización de aquella “alianza amplia” que falazmente llegó a ofrecer López Obrador para representar al electorado. Las razones que la llevaron a presentar su renuncia desde el pasado 26 de julio, tuvieron que ver con una falta de comunicación con el presidente, que ya no la recibía ni acordaba con ella, además de su desacuerdo con la militarización de la Guardia Nacional. Pero también influyeron el revés público que le dio su jefe en mayo pasado, al echarle para atrás su negociación de meses con los empresarios para imponer una “verificación de seguridad” en todos los autos que circulan en México, y como último desaire el no haberle dado ni un peso de presupuesto a su “nueva política industrial” que durante meses negoció y acordó con las cámaras empresariales.

La salida de la llamada “Tía Tatis”, no sólo confirma el final y la desaparición del ala moderada del gobierno de López Obrador, sino que también advierte que, conforme el presidente fue perdiendo a esos personajes clasemedieros, académicos, empresarios o técnicos que en su momento le ayudaron a ganar la Presidencia y a convencer a 15 millones de votantes de que su proyecto izquierdista sí era una opción viable para cambiar al país, el gobierno de la “transformación” se fue achicando y radicalizando. Y que junto al desencanto y la decepción que hoy expresan muchos de mexicanos que votaron por Andrés Manuel en el 2018, también viene el miedo por un fin de sexenio que se avizora difícil y caótico y un sueño de “transformación” que se empieza a sentir como una pesadilla. En la medida que el presidente y su gobierno se aproximan al ocaso de su poder con crisis, problemas no resueltos y más bien agravados, filtraciones y escándalos, todos nos aproximamos junto con él al precipicio.

NOTAS INDISCRETAS… La llegada de Raquel Buenrostro no fue tomada con euforia por los mercados y mucho menos por los empresarios, que conocen bien la mano dura y la muy poca flexibilidad que maneja la nueva secretaria de Economía. Y es que, si en el SAT apretó y dobló a varios de los grandes contribuyentes que, hasta con amenazas de cárcel tuvieron que pagar sus adeudos y abandonar la evasión que les permitieron por sexenios los gobiernos del PRI y del PAN, ahora doña Raquel tendrá que demostrar que también tiene algo de mano izquierda, aunque hasta ahora casi nadie se la conoce. Lo que más preocupa es que a la que adentro de la 4T bautizaron como la “dama de hierro”, le tocará conducir las negociaciones con las representaciones comerciales de Estados Unidos y Canadá en las mesas del T-MEC en las que se busca resolver la queja de los dos socios comerciales contra la política energética estatista y proteccionista del gobierno mexicano. ¿Será que al nombrar a Buenrostro el presidente está mandando también un mensaje a la no menos dura Khaterine Tai que tan mal le cae a López Obrador y que tanto le molestó su demanda contra su política energética? El caso es que doña Raquel tendrá que demostrar que no sólo sabe doblegar a empresarios, sino también resolver problemas y negociar con todos los fierros calientes que le heredaron en Economía. Qué tan dura verán a Buenrostro dentro de la 4T que un alto funcionario de este gobierno nos decía ayer ”Raquel no es dura, es ruda”… Hablando de rudezas, pero en este caso de empresas cuestionadas como Vitol, el gigante holandés de energía, a la que en Estados Unidos acusaron de pagar sobornos a funcionarios mexicanos y de Ecuador a cambio de obtener contratos, entre 2015 y 2020, es decir también en los primeros años de la 4T, hoy se sabe que los operadores de Vitol utilizaron a empresas pequeñas y sin capacidad para obtener contratos de energía de la CFE y beneficiarse de grandes ventas de electricidad. Como prueba está el contrato que en agosto de 2021 le otorgó el área de Generación, de la Comisión que dirige Manuel Bartlett a la empresa Tradeon Energy a la que le vendió 100 MW de energía eléctrica y esta pequeña compañía a su vez se la transmitió al gigante Vitol. Así, los holandeses, a los que el presidente López Obrador dijo haber vetado por las investigaciones y acusaciones de corrupción y sobornos en su gobierno, le dieron la vuelta no sólo a la legalidad, sino al Palacio Nacional, todo con la complacencia del adorado Bartlett… Uno de los hombres más ricos de México, el empresario minero Germán Larrea, del Grupo México, fue internado en días recientes en un hospital de los Estados Unidos. El motivo fue realizarle una cirugía gástrica para bajar de peso, algo que además de tener un fin estético también se lo recomendaron por salud sus médicos. Dicen que a don Germán, que es uno de los enemigos declarados del senador y dirigente del sindicato minero, Napoleón Gómez Urrutia, le colocaron una “banda gástrica” en el estómago, que es de lo más avanzado en la medicina estadunidense para el control y la disminución del sobrepeso y la obesidad. Veremos si en algún momento don Germán reaparece más delgado, porque la que no baja ni adelgaza es su fortuna, ni aún en los tiempos de la 4T en donde no es para nada bien visto, pues en los últimos reportes de la Revista Forbes y de Statista en este año, Larrea aparece como el segundo hombre más rico de México, solo superado por Carlos Slim, con una fortuna del dueño de Grupo México que supera los 31 mil millones de dólares… Los dados mandan Escalera Doble para una semana densa y violenta.

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