Hubo una época en que pronunciar la palabra “presidente” evocaba en México al más alto cargo de poder en la República. Los presidentes eran, por definición de la retórica oficial, infalibles y omnipotentes; se les consideraba “intocables” y se les veía como la encarnación del poder en un hombre que, fuera culto o inculto, civilizado o bronco, competente o incompetente e incluso agraciado físicamente o feo, siempre tenían la razón y sus decisiones eran incuestionables. Esa fue la época del presidencialismo omnímodo, una etapa del país también ligada a los excesos y al dispendio en los recursos públicos, a la corrupción presidencial y a los caprichos de un solo hombre y de sus familiares que nos costaron crisis, devaluaciones y retrocesos en el desarrollo.
Carlos Salinas
fue el último presidente omnímodo de la era priista y con Ernesto Zedillo comenzó a cambiar la institución presidencial. Al ser un mandatario al que no le interesaba la política y prefería la frialdad de la economía, Zedillo se distanció del partido de Estado que era el PRI y aceptó compartir el poder con la oposición por lo que alentó el avance de la izquierda perredista con el triunfo de Cuauhtémoc Cárdenas en 1997 en el entonces Distrito Federal, pero también el avance de la derecha con la victoria de Vicente Fox en la Presidencia de la República en el año 2000 con la que se puso fin al dominio de 75 años del priato y, de paso, don Ernesto cumplió compromisos de “apertura democrática” con Estados Unidos y el FMI.
A partir de Vicente Fox se desacralizó la figura presidencial. Su estilo dicharachero y campirano le quitaron toda la solemnidad y pompa al titular del Ejecutivo, que lo mismo usaba botas de charol con frac que respondía a los problemas con un cínico “¿y yo por qué?”. La crítica al poder presidencial, que por muchos años se ejerció desde espacios de la prensa independiente y con el riesgo de ser censurados, perseguidos o hasta cerrados en los medios que se atrevían a cuestionar al gran “Tlatoani”, se destapó con Fox y continuó con Felipe Calderón, Enrique Peña Nieto y con el actual presidente Andrés Manuel López Obrador.
Hoy con López Obrador ocurre una paradoja con la figura del presidente. Porque si bien él llegó al poder apoyado en su carisma y sencillez de líder social y por un discurso totalmente contestatario y antisistémico, en sus tres años y medio en el cargo, Andrés Manuel ha mutado en un mandatario que, si bien le sigue hablando a su base social con un lenguaje simple y coloquial —aunque muy bien estudiado en sus efectos y alcance—, en su estilo personal de gobernar y sus modos de ejercer el cargo, el tabasqueño se parece cada vez más a los presidentes omnímodos de la era priista, que impone sus caprichos como decisiones de Estado, que gusta de la discrecionalidad en el ejercicio del gasto público y que tolera y permite la corrupción en su gobierno si se trata de sus allegados.
A pesar de su afán de acumular todo el poder posible, a costa de quitárselo a los organismos constitucionales autónomos y desplazar a la sociedad civil y a la clase media a las que tacha de “conservadora y aspiracionista”, López Obrador también ha contribuido a devaluar la palabra “presidente” al declarar iniciada su propia sucesión casi tres años antes del fin de su sexenio, con lo que desató las pasiones, aspiraciones y reyertas dentro de su propio gabinete y de la 4T.
Hoy, en plenas campañas anticipadas de los suspirantes presidenciales, a los morenistas y también a los de otros partidos de la oposición, les ha dado por gritarles “¡Presidente!” a cualquiera que levante la mano, tenga o no posibilidades reales de ser candidato o sin importar si cuenta con la capacidad y trayectoria para ocupar ese cargo. A la primera que le gritaron “¡Presidenta!”, en un acto partidista fue a Claudia Sheinbaum, que aprovechó el festejo de los tres años del triunfo de Morena el 1 de julio de 2021 para un arranque prematuro y en falso en la carrera presidencial.
A partir de ahí el grito de “Presidenta” o “Presidente” a todo aquel que levante la mano en la adelantada sucesión se ha vuelto algo tan común como corriente. A la misma Sheinbaum en sus eventos de gobierno —que más bien parecen de campaña— no falta siempre un entusiasta que empieza siempre la aclamación a la señora con gritos de “Presidenta, Presidenta”. Le gritaron el 5 de marzo cuando encabezó un acto con mujeres, para supuestamente hablar de la violencia de género; le volvieron a gritar hace unas semana en Quintana Roo, cuando fue a apoyar a la candidata Mara Lezama, igual que el pasado 8 de mayo cuando estuvo en Hidalgo también apoyando al candidato Julio Menchaca, y la última vez fue ayer, cuando en la inauguración de la Jornada Notarial en la CDMX se convirtió en mitin de campaña, al aparecer otra vez los “espontáneos” gritos de “Presidenta” para la Jefa de Gobierno.
Pero también Marcelo Ebrard ya el entró al “presidentómetro”. En Hidalgo, donde acudió el 1 de mayo, una semana antes que Sheinbaum, al canciller lo vitorearon los militantes de Morena que asistían al mitin del candidato Menchaca. “¡Presidente, presidente!”, le gritaban a un Marcelo que se soltaba el pelo y aparecía por primera vez en un acto de abierto proselitismo, aunque nunca dejó de utilizar los reflectores de la SRE en favor de su proyecto. El fin de semana pasado fueron dos aclamaciones para Ebrard: la primera en Durango, donde acompañó a la candidata Marina Vitela, y la segunda en Tamaulipas, donde estuvo en Reynosa en un mitin del abanderado Américo Villarreal. En ambos casos, ante el coro que lo proclamaba “¡Presidente, presidente!”, Ebrard sacaba el pecho y agradecía con las manos en alto cual candidato en campaña.
Y como ya la palabra presidente es de uso común y moneda corriente entre los aspirantes morenistas, Ricardo Monreal no se quiso quedar atrás y el domingo pasado, en Cancún, a donde acudió encabezando un grupo de senadores que fueron a apoyar la campaña de Morena, de pronto se escucharon los gritos de “¡Presidente, presidente!” para el zacatecano, que sonreía complacido mientras ondeaba el brazo para saludar a sus proclamantes.
Pero en el PRI no quieren quedarse atrás y el sábado durante un mitin en Durango a donde fue a apoyar al candidato Esteban Villegas, al dirigente nacional priista, Alejandro Moreno, también le gritaron “¡Presidente!” en varias ocasiones, confirmando que los autodestapes del campechano que hoy despacha en Insurgentes Norte van en serio y que, si los priistas inventaron el culto al presidencialismo, hoy no dejarán que esa palabra sea exclusiva de los suspirantes de Morena.
Así que hoy la palabra “Presidente” está devaluada y ha perdido toda la sacralidad y solemnidad que alguna vez la rodearon, para convertirse en un vulgar grito de campaña, en una aclamación que, inducida o espontánea, ya no es exclusiva de quien hoy detenta el cargo constitucional, sino que se le puede decir y gritar a cualquiera que se mueva en pos de la Presidencia, tenga o no posibilidades, trayectoria, méritos o capacidad para que le griten “presidenta” o “presidente”.
NOTAS INDISCRETAS…
El miércoles, al filo del mediodía, arribará a Palacio Nacional la Comisión del Gobierno de Estados Unidos que se reunirá con el presidente López Obrador para hablar de la Cumbre de las Américas. Al frente del grupo estadounidense llegará Chris Dodd, CEO de la Cumbre, junto con el embajador en México, Ken Salazar, y un grupo de asesores que les acompañan. Del lado mexicano encabeza el presidente y junto a él estará el canciller Marcelo Ebrard, además del director para América del Norte, Roberto Velasco. El tema será la posición del presidente mexicano de amenazar con no asistir personalmente a la Cumbre en Los Ángeles si la Casa Blanca no acepta invitar “a todos los países” y no excluye a ninguno. A la posición de López Obrador ya se sumaron Luis Arce, de Bolivia; Xiomara Castro, de Honduras, y Alberto Fernández, de Argentina en lo que va tomando forma de un “boicot” de los gobiernos de izquierda en Latinoamérica. Es parte de lo que va a negociar Chris Dodd y, aunque hasta ahora el subsecretario Bryan Nichols ha reiterado la posición de "no invitar a países cuyos presidentes vulneran la democracia”, ayer hubo señales desde la oficina oval con las medidas dictadas por el presidente Biden para relajar las restricciones de viaje a Cuba y los topes a las remesas que impuso Donald Trump . Es decir, que por el anuncio que ayer hizo la Casa Blanca suavizando sus medidas contra la isla, podría haber un ofrecimiento de los enviados de Washington para invitar solo a Cuba, aunque no a Venezuela ni Nicaragua. Veremos si eso se concreta y qué le responde AMLO a los mensajeros de Biden y ver si no termina dándoles la vuelta y luego exhibiéndolos como lo hizo no hace mucho con el veterano John Kerry, cuando vino por pelo y salió trasquilado de Palacio Nacional, con el tema de la Reforma Eléctrica… Lanzamos los dados. Cayó otra Escalera. Subimos
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