Dicen los expertos en consultoría política y electoral, que un debate no suele cambiar las preferencias electorales o la intención del voto; pero esa sentencia tiene sus excepciones y una de ellas es que los estadounidenses -y todo el planeta por tratarse del país más poderoso del mundo-, vimos en el primer debate que sostuvieron la noche del jueves pasado en Atlanta, los dos candidatos presidenciales de los Estados Unidos, Joe Biden, del Partido Demócrata, y Donald Trump, del Partido Republicano. Después de hora y media de ver en acción a los dos adultos mayores que buscan gobernar a la superpotencia de las barras y las estrellas, el veredicto popular, dentro y fuera de la Unión Americana, es que el presidente Biden no está ya en plenitud de sus facultades físicas y mentales para gobernar a la superpotencia norteamericana.
Y no es que el señor Trump haya lucido muy cuerdo o muy lúcido en la confrontación organizada por la televisora CNN, porque el estridente magnate se vio como el peligroso demagogo de derecha empresarial y radical que ya gobernó por cuatro años al imperio yanqui con resultados bastante cuestionables en cuanto a sus excesos y dislates que pusieron en jaque a la democracia estadounidense y a la estructura gubernamental de ese país del 2016 al 2020, sino que más bien, comparado con las mentiras y manipulaciones del magnate que suele distorsionar la realidad a su favor y evade contestar sobre los temas que más lo comprometen o lo exhiben, las dificultades para hablar, expresar y articular ideas que evidenció el presidente Biden, mostraron claramente un problema mental, ya sea por edad o por enfermedad, que descalifica al actual presidente de los Estados Unidos para aspirar a su reelección.
Lo que se vio la noche del jueves desde los estudios de CNN en la capital de Georgia, es un candidato republicano que confirmó, durante la hora y media que duró el debate, los rumores, especulaciones y dudas que ya despertaba entre los analistas, estrategas de campaña, el electorado estadounidense y el público internacional, su comportamiento errático y extraño de las últimas semanas: que Joe Biden ya no está en uso pleno de sus facultades físicas y mentales para gobernar por cuatro años más a la nación más poderosa del mundo. Y no porque el actual inquilino de la Casa Blanca carezca de la experiencia y los conocimientos para gobernar otros cuatro años, sino porque sus capacidades físicas y mentales ya no le permiten coordinar adecuadamente sus ideas y no le dan la vitalidad y fuerza que necesita para comandar desde la Casa Blanca a la nación más influyente del planeta.
Y ante la realidad, ya inocultable, desde la noche del jueves y ayer viernes el pánico se apoderó del Partido Demócrata en los Estados Unidos por el desempeño de su candidato a tal grado que ayer mismo comenzaron a sugerirse y perfilarse nombres de posibles sustitutos para la candidatura azul, con miras a evitar una derrota que sería inevitable ante la desconfianza e incertidumbre que provoca en los estadounidenses un candidato y además presidente en funciones, que no está en condiciones de salud para poder ocupar el mítico despacho oval de la Casa Blanca.
Los nombres de Michelle Obama, Kamala Harris y del gobernador de California, Gavin Newson, saltaron de inmediato a la palestra pública como los posibles sustitutos en caso de que los Demócratas decidieran cambiar la candidatura de Biden antes de que arranquen formalmente las campañas para la elección presidencial en los Estados Unidos, que tendrá lugar en el próximo mes de noviembre.
Ayer viernes la prensa estadounidense decía ya con todas sus letras lo que no se atreven a reconocer aún públicamente en el Partido Demócrata: “Que Biden ya no está capacitado para gobernar otros cuatro años”, como lo sentenciaba el editorial del Wall Street Journal, que sugería abiertamente la renuncia del presidente a su reelección para dar paso a una nueva candidatura, no sólo por el futuro del partido que representa, sino “por el bien del país en general”, si no se quiere allanarle el camino a una segunda presidencia de Donald Trump, con todos los peligros que ello representa para la sociedad estadounidense.
Igual que el New York Times, el Wall Street Journal y otros periódicos, noticieros y programas televisivos, además de las redes sociales a lo largo y ancho de la Unión Americana, consignaron y cuestionaron el comportamiento “errático y perdido” que mostró Biden en el debate frente a Trump, con ideas inconclusas y frases incoherentes, que dejaron la sensación de que, aún con algunos destellos y momentos de lucidez, el abanderado demócrata no pudo responder y encarar a un Trump que hace de las mentiras, las afirmaciones falsas y la manipulación de la realidad, su principal arma de campaña.
Así que el debate realizado el jueves por la cadena CNN, que de entrada rompe las consignas de que ese tipo de ejercicios no suelen cambiar preferencias o tendencias electorales, por lo pronto pasará a la historia como uno de los debates más influyentes y decisivos en la historia de la democracia de los Estados Unidos. Porque a partir de lo que millones de estadounidenses y habitantes de todo el planeta vieron en las transmisiones del jueves por la noche, queda muy claro que el Partido Demócrata se enfrenta a un dilema que definirá no sólo su futuro como la fuerza política gobernante de la nación norteamericana, sino en buena medida también el futuro inmediato de todas las naciones, intereses y equilibrios geopolíticos que orbitan en torno a la superpotencia estadounidense.
Así que, aunque aún es prematuro y tendrá que analizarse y sopesarse, en los círculos políticos de Washington, en México y en el resto del planeta, hoy la pregunta es: ¿quién será el sustituto o sustituta del presidente Biden y de la candidatura demócrata con la que se buscará evitar un segundo arribo de Donald Trump a la Casa Blanca y con ello todas las complicaciones que podría traer el alocado y resentido magnate que ya ha declarado que quiere llegar de nuevo a la oficina oval para cobrar venganza de todos sus adversarios.
NOTAS INDISCRETAS…
En el arranque de los diálogos o foros para analizar la Reforma Judicial o el llamado Plan C, quedaron claras dos cosas: la primera que no es posible ni deseable para el país ni para su sistema de justicia, una reforma radical que modifique completamente la integración y composición del Poder Judicial de la Federación, porque el país no puede quedarse de golpe sin ministros, magistrados y jueces federales capacitados, con experiencia y carrera judicial, que conocen el funcionamiento de los procedimientos judiciales, por lo que debe optarse por un modelo gradual y paulatino que permita mantener el funcionamiento y la operación de las instancias judiciales federales, mientras se aplican los nuevos mecanismos de elección popular para sustituir a los actuales integrantes. Ese fue el principal logro del primer foro realizado el jueves en la Cámara de Diputados, al que asistieron los 11 ministros del Pleno de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, los consejeros de la Judicatura Federal y los diputados de todos los partidos. Incluso el presidente López Obrador ya aceptó que los cambios tienen que ser graduales, aunque, como adolescente de la generación X, el mandatario insistió en que la gradualidad no debe ser pretexto para retrasar más la aplicación de su caprichosa y vengativa reforma. Es decir que el tabasqueño lo quiere todo y lo quiera ya, como los jóvenes de dicha generación. Y la segunda cosa que quedó muy clara en este primer ejercicio de consulta y escucha en el Palacio Legislativo de San Lázaro, es la incongruencia y la indignidad del exministro presidente de la Corte, Arturo Zaldívar, que en su “transformación” política y personal confirmó que la desmemoria y la desvergüenza siempre van de la mano, cuando dijo en su intervención que “La Suprema Corte se convirtió en defensora de las élites, de la oligarquía, de los poderosos, de la comentocracia y de la derecha”, con total cinismo del exintegrante de esa misma Corte. ¿Pues qué ya se le olvidó a Zaldívar que él fue parte y hasta presidente de esa Corte que hoy fustiga con el trillado y repetido discurso fanatizado de López Obrador y su 4T? Porque si la Corte es todo lo que él dice, entonces también él lo fue y lo sigue siendo, aunque ahora se siente purificado y redimido por la bendición de su admirado señor de Palacio. Un poco de dignidad, señor Zaldivar, aunque eso no se encuentra en el mercado…Se cierra la semana con Escalera Doble. Los dados andan de buenas.