Nadie entiende cómo el político más hábil y sensible del país no fue capaz de distinguir entre un movimiento femenino y feminista, que parte de una incuestionable realidad de violencia, feminicidios e inequidad de género, y una “conspiración política” en su contra. Nadie se explica cómo el hombre que habita en Palacio, que durante años supo leer y montarse hábilmente en la indignación y el coraje de los movimientos sociales y políticos —incluso hasta llegar a la Presidencia de la República—, esta vez no fue capaz de entender el enojo y el hartazgo de las mujeres y lejos de sensibilizarse y mostrar empatía con esa rabia femenina en contra la violencia real y colocarse, como muchas veces lo hizo, del lado de las víctimas, prefirió confrontarlas, cuestionarlas y descalificarlas con el argumento de que sus opositores “conservadores” están detrás de las reivindicaciones feministas.
Andrés Manuel López Obrador se equivocó rotundamente no sólo la primera vez, cuando pidió a las periodistas en su conferencia mañanera dejar de hablar de feminicidios porque “se ha manipulado mucho y aprovechan cualquier circunstancia para generar campañas de difamación”; se volvió a equivocar una y otra vez cuando, en su necedad y terquedad de no apoyar un movimiento disruptivo de mujeres hartas de discursos e impunidad contra sus asesinos y violadores, se preocupó más por su Palacio —“no nos pinten las puertas, las paredes”— y decidió ignorar y minimizar los llamados a un Paro Nacional de Mujeres inédito e histórico —“yo ni me di cuenta, ni tenía en mente que el lunes era lo del día 9 del paro que se promueve del movimiento feminista”— para después mandar, tardíamente, a las secretarias de su gabinete a tratar de deslindar a su gobierno del enojo de las mujeres.
Pero los últimos y más graves errores los cometió el Presidente cuando primero se negó a defender a una mujer periodista que le pidió ayuda ante las amenazas proferidas en su contra (“Yo le deseo que le den un balazo”) por un bloguero de los que acuden cotidianamente a su conferencia mañanera. El Presidente no sólo fue incapaz de cuestionar al agresor, “porque yo con la prensa no me meto”, sino que justo a dos días de las manifestaciones que habrá este domingo en la Ciudad de México y en más de 24 ciudades del país por el “Día Internacional de la Mujer” y del Paro Nacional Un día Sin Mujeres del próximo lunes 9 de marzo, López Obrador de plano pintó su raya y le dio la espalda a los reclamos de las mujeres al declarar, a pregunta expresa, que él no era feminista: “Yo me considero humanista porque también debemos de pensar, yo creo que eso fue lo que produjo la confusión…la Cuarta Transformación es un despertar de las conciencias. Yo considero que lo fundamental es el humanismo, ese es mi punto de vista. Los conservadores se disfrazan de feministas, muy raro ¿por qué? Vieron que era la posibilidad de atacarnos, cuando nosotros siempre hemos defendido los derechos de las mujeres”.
¿Qué le pasó en toda esta coyuntura desafortunada al Presidente que terminó confrontándose y descalificando a un movimiento encabezado por el sector de la población que representó el 49% de los votos que lo llevaron en julio de 2018 a la Presidencia? ¿Cómo fue que no hubo nadie de sus asesores y colaboradores del gabinete que le dijera que una batalla en contra de la lucha feminista y la exigencia de justicia y seguridad para las mujeres era una batalla políticamente perdida incluso para un presidente tan popular como él, sobre todo en momentos en que sus niveles de aprobación y popularidad han empezado a mostrar una tendencia a la baja y una caída de casi 20 puntos en los últimos meses?
Porque ya sabemos que al Presidente le gusta la provocación como estrategia política, como cuando dice que tiene “otros datos” de crecimiento económico o de bienestar que nadie más defiende, o incluso cuando sostiene que sí hay suficiente abasto de medicamentos y de tratamientos para enfermedades como el cáncer, aun a contracorriente de las quejas y las denuncias reiteradas de pacientes y familiares; esa necedad y cerrazón del Presidente llega a molestar e incluso a irritar, sobre todo en el tema de las medicinas porque se está atentando contra la salud y la vida de mexicanos enfermos, en muchos casos niños a los que se pone en riesgo incluso de morir por el retraso o la ausencia de sus tratamientos.
Pero en el caso de las mujeres, López Obrador ni siquiera invocó sus consabidos “otros datos”, aunque tampoco se atrevió a negar la violenta realidad, sustentada en cifras, datos oficiales y estadísticas que confirman que a las mujeres mexicanas no sólo las están matando –10 asesinatos diarios— sino que las están violentando, acosando, discriminando e invisibilizando todos los días en un país que no ha podido o no ha querido hacer nada para detener la ola feminicida. Decir y repetir que “estamos haciendo muchas cosas para apoyar a las mujeres”, como lo hizo el Presidente a cada cuestionamiento sobre su posición ante las movilizaciones y protestas femeninas, es algo que sólo viene a confirmar que nunca entendió o de plano la soberbia y la terquedad no lo dejaron entender, que ni su gobierno, ni los gobiernos estatales, municipales, ni el resto de los poderes del Estado mexicano y ni siquiera la sociedad, están haciendo lo suficiente para detener la violencia que comienza con maltratos, acosos, sometimiento económico, discriminación y golpes, y que termina con violaciones, torturas, vejaciones y hasta mutilaciones para las mujeres mexicanas.
Para tratar de entender por qué Andrés Manuel López Obrador no quiso de plano dar ni apoyo ni crédito ni legitimidad a la movilización y el paro feminista de este fin de semana, lo más grave sería pensar que el poder cambió al político que conquistó la presidencia precisamente por su habilidad para conectar y entender las causas sociales o que los efectos de la presidencia vertical que ejerce, le restaron al tabasqueño su sensibilidad para leer un movimiento que, aún concediendo que sus opositores se hayan montado en él –exactamente como él mismo lo hizo en infinidad de ocasiones y movimientos cuando fue opositor— no deja de representar las exigencias, los reclamos y sobre todo la rabia y el hartazgo de más de la mitad de la población, de la fuerza laboral y productiva de este país y, sobre todo, del electorado, el mismo electorado femenino que en su momento le dio su voto al hoy Presidente, casi en la misma proporción que los votantes hombres.
Por lo pronto, al Presidente que se define como “humanista”, pero se niega a declararse “feminista”, valdría la pena recordarle lo que dice la experta en estudios de equidad, Sherrie Silman: “El Feminismo no se llama Humanismo ni Igualitarismo porque tanto en el Igualitarismo como en el Humanismo bulle un concepto preexistente; el que defiende que «las mujeres pueden o incluso deben ser reconocidas como personas» sin tener en cuenta la lucha por la equidad de género y contra la homofobia, el racismo u otras discriminaciones que la Declaración de Derechos Humanos pretende erradicar. El Feminismo se niega a eliminar el fem- de su nombre porque eliminar el femenino de la palabra sería discriminatorio y contraproducente. El Feminismo debe su nombre precisamente al sentimiento de odio hacia lo femenino que impregna todo el planeta”. Algo similar defiende la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie, al cuestionar que decirse humanista o hablar sólo de derechos humanos “es una forma de fingir que no han sido las mujeres quienes se han visto excluidas durante siglos. Es una manera de negar que el problema del género las pone a ellas en el punto de mira”. Adichie relata que una vez mientras hablaba de temas de género, un hombre le dijo: “¿Por qué tienes que hablar como mujer? ¿Por qué no hablas como ser humano?”. Los dados mandan Escalera doble.
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