La crisis del partido en el poder se está agudizando ante la imposibilidad de sus dirigentes de ponerse de acuerdo en algo tan básico como el método para renovar su dirigencia nacional. En Morena en este momento, ante la ausencia intencional de su líder fundador y caudillo, Andrés Manuel López Obrador, están en la orfandad. Su situación se parece más a la de una familia que, al faltar el padre y no haber un testamento para repartir, los hijos comienzan a pelearse por la ambición y la avaricia de ver quién se queda con la casa y los bienes, y en su pleito corren el riesgo de perderlo todo.
Los morenistas no se ponen de acuerdo ni en el padrón de militantes, ni en el método para procesar su sucesión interna. El presidente ha tomado distancia y lo que está viviendo Morena es la descomposición típica de un partido de corte caudillista, ante la ausencia de la figura central que los formó; el partido está huérfano de “línea” y todos se sienten con el derecho de ocupar el liderazgo que dejó el Presidente; a pesar de sus llamados a la cordura y a la mesura, eso ya se convirtió en una batalla campal de todos contra todos.
En este momento, lo que sucede en el partido gobernante va más allá de una simple disputa interna. Lo que se está definiendo no es sólo el nombre de quién dirigirá al partido a partir de noviembre próximo, sino si el perfil del nuevo liderazgo y la forma en que esto se procese, le dan al lopezobradorismo la posibilidad de contar con un partido político institucionalizado y civilizado, capaz de conducir la “transformación” a la que los ha llamado el presidente y darle continuidad a su proyecto de gobierno.
Los intereses y ambiciones internas han hecho que se desoiga la sugerencia presidencial de detener la confrontación interna y evitar un proceso interno que los desgastara recurriendo al método de las encuestas, que siempre ha utilizado Morena, para elegir a su nueva dirigencia. La que se sintió en desventaja con el tema de las encuestas fue Bertha Luján, porque sabe que su nivel de conocimiento está muy por debajo de los otros aspirantes; ella pide elecciones en convenciones de delegados, porque trae de su lado la operación de las bases territoriales de los Servidores de la Nación, que coordina Gabriel García Hernández. Esa estructura es la que apoyaría a la actual presidenta del Consejo Nacional que perdería en un sondeo ante el resto de los aspirantes.
Y como los estatutos internos tampoco son totalmente claros sobre si se puede elegir a un dirigente a través de las encuestas, como sí se puede elegir a candidatos a puesto de elección, ahora lo que se propone es un “método mixto” que combine las encuestas con una elección interna por voto de delegados. Lo más lógico sería modificar los estatutos e introducir claramente las encuestas como método para la dirigencia, pero para ello se tendría que convocar a un Congreso Nacional, algo que sería más laborioso y costoso en este momento; ante ello la solución que están dando es que se levanten primero tres encuestas nacionales para ver quién sería el candidato mejor posicionado y ese resultado se lleve a convenciones en donde se valide con el voto de los delegados, de tal forma que se cumpla con el procedimiento estatutario y se eviten futuras impugnaciones al método de elección.
El otro gran problema, por el que prácticamente se descartó ya una elección abierta y por voto directo de militantes, es que Morena, como todos los demás partidos, no tiene un padrón de militantes totalmente confiable y validado por el INE. Hay en este momento dos padrones, el de Yeidckol, que cerró en el 2015, y otro que se actualizó y cerró en el 2017. El primero es el que quiere utilizar Polevnsky porque es el que tiene ella controlado, y el segundo es el que quiere utilizar Bertha Luján porque en ese ya se incluye a los servidores de la Nación, la estructura territorial que está de su lado. El problema es que ninguno de los dos tiene el aval del INE.
El tiempo apremia para que Morena defina ya cómo va a elegir a su nuevo dirigente en noviembre y si el resultado de esa elección será respetado y aceptado por todos los grupos y corrientes internas que se disputan el partido. El gran riesgo que en estos momentos corre el proyecto político del presidente López Obrador, y que ya se dijo con total claridad, es que si Morena no logra institucionalizarse y resolver civilizadamente sus disputas internas, el actual partido no le va a servir al mandatario para concretar su proyecto de gobierno. El ya tiene una nueva estructura territorial, más allá de Morena, que se llama los “Servidores de la Nación”, y que está desplegada por todo el territorio nacional.
Esa podría perfectamente ser la base de un nuevo movimiento político que sustituyera a su actual partido si este no logra civilizarse e institucionalizar sus procesos internos. El único problema es que ya no le alcanzaría el tiempo de aquí a las elecciones del 2021 para dar forma y vida a un nuevo partido y el gran riesgo es que si Morena se colapsa y no supera sus disputas tribales, podría perder la mayoría en las elecciones intermedias y la mayoría en la Cámara de Diputados, además de retroceder en los estados y municipios en las próximas elecciones.
Para ponerlo en un contexto histórico, lo que le está pasando a Morena es lo que en su momento vivió el PRI en sus orígenes. Cuando nació como Partido Nacional Revolucionario, el viejo partido venía de un movimiento de caudillos que resolvían sus disputas de poder por la vía de las armas, entre los antiguos generales y militares revolucionarios. En 1928, Plutarco Elías Calles, en un discurso que dio en la Cámara de Diputados, delineó lo que en ese momento necesitaba el movimiento que había ganado la Revolución Mexicana: “Hay que orientar definitivamente la política del país por rumbos de una verdadera vida institucional, procurado pasar, de una vez por todas, de la condición histórica de país de un solo hombre, a la de nación de instituciones y de leyes”.
Eso aplica hoy, con todas sus diferencias y proporciones y en otro contexto histórico, para el movimiento político y social que representa Morena y que ganó abrumadoramente el poder en 2018 para plantear una “transformación nacional”. ¿Quién será el Plutarco Elías Calles de Morena? ¿Habrá un líder que pueda hacer esa transición obligada? Sin eso, Morena difícilmente va a sobrevivir. Y ya recibió la primer llamada en las elecciones locales de 2019, cuando ya sin el presidente en la boleta, perdió cerca del 60% de su votación, comparada con las elecciones de 2018 en los mismos estados donde acudieron a las urnas en junio pasado. La advertencia de su fundador, Andrés Manuel López Obrador, fue más que clara: o se institucionalizan o los dejará morir y les quitará hasta el nombre.