Todos los presidentes mexicanos de la historia —quizás al igual que la gran mayoría de los mexicanos— han tenido en sus sexenios una relación de amor-odio con Estados Unidos. Habrá unos más proyanquis y otros menos, pero cada presidente de México de las últimas décadas ha sido cuidadoso siempre al referirse públicamente a la relación con el vecino del norte, sabedor de la relación de dependencia y sociedad que mantenemos con ellos. Y esos mismos mandatarios que en público elogiaban y reconocían al tío Sam, en privado solían despotricar y quizás hasta mentarles la madre a los gringos, aunque ni eso ni muchas de sus opiniones reales y personales, jamás se atrevieron a expresarlo en público.
Por eso el caso de Andrés Manuel López Obrador es, como en muchas otras cosas, la de un presidente “atípico”, dirían sus críticos, y “único e irrepetible”, en la visión de sus seguidores y fanáticos. Y en su manejo de la siempre compleja y desigual relación con Estados Unidos, el mandatario tabasqueño también se ha diferenciado de muchos de sus antecesores, por su forma tosca, directa y demasiado honesta de decir lo que en realidad piensa del principal socio y vecino de México.
Durante la mayor parte de su gobierno, el presidente delegó la relación con Washington a la operación personal y política de Marcelo Ebrard y de la entonces embajadora mexicana Martha Bárcena. En un principio fueron los dos operadores, pero al estallar el pleito irreconciliable entre el canciller y la embajadora, el presidente optó por darle toda su confianza a Marcelo y eso llevó a la renuncia de Bárcena que, en un gesto de dignidad, le pidió su relevo al presidente. Así que Ebrard prácticamente llevaba con su equipo todo el diálogo y los entendimientos con la administración de Donald Trump.
Y mientras López Obrador se entretenía jugando a convertirse en el “nuevo líder de Latinoamérica” y consentía a sus amigos dictadores de Cuba y Venezuela, Marcelo funcionó como el “apagafuegos” con Washington, cada vez que el presidente soltaba un golpe contra la Casa Blanca, algo que se recrudeció con la llegada de la administración Biden, porque mientras con Trump siempre tenía elogios y rara vez lo cuestionaba, con el actual presidente demócrata López Obrador ha sido no sólo duro, sino por momentos crítico y contrario a las posiciones y prioridades de Estados Unidos.
El sexenio que termina ha estado plagado de ataques verbales y declarativos del presidente mexicano hacia el gobierno de los Estados Unidos. Nada menos ayer se produjo el más reciente con la descalificación que hizo el inquilino del Palacio Nacional en contra del Departamento de Estado estadunidense y su Informe 2023 sobre Derechos Humanos en el mundo. Ante la calificación y los comentarios negativos que se hacen en dicho informe, cuestionando la falta de justicia, la impunidad y las violaciones de derechos humanos en México, el presidente estalló ayer contra la segunda dependencia en importancia en el organigrama de la Casa Blanca: “Se creen los jueces del mundo”.
El enojo de López Obrador no fue tanto que el Departamento de Estado hablara de un México en el que impera la impunidad y se violentan derechos de los ciudadanos; lo que en realidad le molestó fue que el informe de la Casa Blanca cuestionara “los constantes ataques que ha recibido la justicia” en México y señalara que tanto el presidente como otros de sus colaboradores “atacaron verbalmente al Poder Judicial, particularmente a la Corte Suprema, criticando a los jueces que fallaron en contra de la Administración en numerosas ocasiones”. Eso fue lo que en realidad le caló al presidente mexicano:
“El Departamento de Estado sacó una resolución hablando de que en México se violan los derechos humanos y ellos situándose como los jueces del mundo, nosotros somos respetuosos con ellos, ellos deberían ser respetuosos con nosotros”, dijo López Obrador ayer en su conferencia matutina. Y ya encarrerado siguió su perorata contra la administración Biden. Dijo que él no cuestiona que las autoridades de Estados Unidos tengan a “un candidato hostigándolo en los juzgados”, en referencia a las acusaciones y juicio contra Donald Trump; luego cuestionó el papel de Washington en la guerra de Gaza y mencionó otros yerros del presidente Joe Biden. “¿Por qué destinas miles de millones de dólares para la guerra, y por qué no liberas a Assange, que lo tienen encarcelado injustamente? ¿Por qué no atienden a los jóvenes que fallecen por la adicción a las drogas, al fentanilo? ¿Por qué reprimes, maltratas a los migrantes?”, preguntó Andrés Manuel.
Ese no es el primero ni será el último golpe de López Obrador a nuestro principal socio comercial y vecino. Pero en Washington tienen memoria y no olvidan, por eso, en su relación de “amor-odio” con la Casa Blanca el mandatario, sobre todo en la agonía de su sexenio, no debería perder eso de vista.
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