Algo que acumula en lo que va de su sexenio Andrés Manuel López Obrador son antiguos amigos y aliados que, después de haberlo apoyado, impulsado y creído en él y en su proyecto, hoy se dicen decepcionados, desengañados o de plano víctimas de la ingratitud del Presidente. La lista es larga y sigue en aumento; en ella cabrían desde el ingeniero Cuauhtémoc Cárden as, Carlos Urzúa, Ricardo Monreal, Rosario Robles, Julio Scherer, Germán Martínez, Irma Eréndira Sandoval, Arturo Herrera, Víctor Toledo, John Ackerman, Carmen Aristegui… todos personajes que caminaron junto a AMLO, lo cobijaron y apoyaron en distintos etapas y a cada uno, también en distintos momentos, les dio la espalda y les trató de forma ingrata. Algunos lo dicen públicamente, otros llevan su decepción en silencio.
A ese club se sumó ayer el diputado Santiago Creel Mirand a, quien públicamente acusó ayer la ingratitud del Presidente: “Mire a mí me da mucha pena, lamento mucho que el Presidente siga en una actitud bélica, de difamador, de confrontación y en una actitud de división del país. Sé que le preocupó mucho nuestro evento del domingo, pero le quiero recordar algunas cosas al Presidente y lo hago de manera directa, con pleno conocimiento de causa, y sé que lo que digo, él lo puede constatar. Cuando el presidente López Obrador me conoció en el año de 1995, él acudió a mi despacho en varias ocasiones, con su hijo mayor, José Ramón. Mi despacho estaba en el edificio Omega, tenía yo 3 pisos, ocupaba casi 4 mil metros cuadrados, era el socio director de ese despacho, y acudió conmigo para que lo asesorara legalmente. Presidente López Obrador, con todo respeto, usted sabía que yo, cuando acudió a verme, era un abogado consolidado. Lo que más me lastima es lo malagradecido. En aquella época, ¿cuántas veces no fue a mi casa, cuántas? Esto fue hace 30 años, Presidente”, dijo ayer Santiago Creel a reporteros que le preguntaron sobre las descalificaciones y ataques del Presidente en su contra.
La historia a la que se refiere Creel y que conoce bien López Obrador ocurrió en 1995, cuando el ahora presidente de la Cámara de Diputados era consejero electoral del IFE y tenía su despacho de abogados en el Paseo de la Reforma. El entonces candidato del PRD al gobierno de Tabasco había conocido al abogado Creel en 1994, a instancias de Esteban Moctezuma Barragán, entonces secretario de Gobernación de Ernesto Zedillo. Una comida en la casa de Creel fue la ocasión en la que se conocieron y a partir de ahí trabaron una amistad que llevo a que Andrés Manuel, meses más tarde, cuando perdió las elecciones de gobernador de noviembre de aquel año, a manos del priista Roberto Madrazo, buscara la ayuda y asesoría legal del abogado y consejero Creel para sustentar su denuncia de fraude en contra de Madrazo.
Creel, además de ser entonces un “abogado consolidado” como él mismo lo refiere, era uno de los integrantes del primer Consejo General del IFE ciudadano que encabezó José Woldenberg y en el que también coincidió con un amigo cercano de AMLO , José Agustín Ortiz Pinchetti. Fueron esas conexiones las que llevaron al entonces poco conocido político tabasqueño a buscar la ayuda de Creel Miranda, a quien visitaba en su despacho de la Torre Omega junto a su hijo José Ramón. En una de esas visitas, Andrés Manuel le llevó al abogado las cajas que contenían 230 mil documentos que, presuntamente, probaban el financiamiento ilegal que había recibido Roberto Madrazo en su campaña de parte de empresarios como Carlos Cabal Peniche, lo que sustentaba su denuncia de fraude.
El tabasqueño le pidió a Creel que le ayudara a integrar sus denuncias ante el IFE y el abogado y consejero, sin cobrarle, aceptó ayudarle. Cuentan quienes vivieron aquel pasaje de hace 30 años, que, para no exhibir su apoyo legal, por su calidad de consejero electoral, Santiago llevó las decenas de cajas que le entregó López Obrador a un hotel en la calle de Donceles, en donde rentó un par de habitaciones que habilitó como oficinas para revisar, analizar y sustentar la denuncia sobre el presunto financiamiento ilícito que recibió Madrazo. Todos los gastos corrieron a cargo del abogado que ayudaba pro bono a su amigo perredista, junto con el también consejero Ortiz Pinchetti.
La denuncia de AMLO, formulada y redactada por Creel y Ortiz Pinchetti, se presentó formalmente ante las instancias electorales con todo y las cajas llenas de documentos de pruebas. Y fue tal el impacto que tuvo aquella denuncia que unos meses después de que tomara posesión, ya en 1995, Ernesto Zedillo mandó a Esteban Moctezuma a pedirle a Roberto Madrazo que pidiera licencia a la gubernatura, para dar paso a un interino que convocara a nuevas elecciones y a cambio lo invitaba a integrarse a su gabinete como secretario de Educación. Vendría después la famosa rebelión de Madrazo que engañó a Moctezuma y a Zedillo y organizó una revuelta de priistas con amenazas de romper el pacto federal, lo que le permitió continuar en la gubernatura hasta 1996, mientras que López Obrador era impulsado por la administración zedillista y por Manuel Camacho Solís, entonces regente, para que llegara a la dirigencia nacional del PRD en 1997.
Esa es la historia de ingratitud a la que alude ayer Santiago Creel y que se suma a muchas otras que describen al ahora Presidente de México como un político pragmático que traiciona y olvida fácilmente a los que fueron sus amigos y aliados. Para López Obrador, Creel era entonces un demócrata y un aliado que lo ayudó de manera gratuita y desinteresada, y hoy es un “farsante, hipócrita, conservador” y muchas otras cosas más.
La ingratitud parece ser el sello de López Obrador y su sexenio quedará lleno de decepcionados que ven en él a un ingrato y traidor al que “el poder lo mareó y lo cambió”.
Al final, el hombre que dice ser diferente, que pregona su amor por los pobres y que defendió alguna vez la “honestidad valiente”, es un fiel representante de la condición humana y, sobre todo de la traición política. Un líder pragmático que utiliza a las personas mientras le sirven y luego, cuando ya no, las deshecha, desconoce y descalifica. La filosofía y el estilo político de AMLO parece decir “que no quede huella del pasado” y pretende construir su futuro, enterrando su pasado.
NOTAS INDISCRETAS…
Ayer que el presidente López Obrador reanudó sus ataques a la presidenta de la Corte, Norma Piña, y a los jueces que, desde la llegada de la ministra, “favorecen con sus fallos a presuntos delincuentes”, quedó muy claro que al Ejecutivo le están calando las resoluciones de juzgadores en contra de políticos acusados por su gobierno. Y es que primero fue la absolución a Rosario Robles, el viernes pasado por parte de un juez federal, y el martes, otro fallo de un juez que canceló la orden de aprehensión librada en contra del exgobernador de Tamaulipas, Francisco García Cabeza de Vaca. El Presidente arremete contra los jueces y los acusa de favorecer a políticos que llama “presuntos delincuentes”, pero no dice nada de la ineptitud e ineficacia del Ministerio Público federal y de la Fiscalía General de la República que encabeza su adorado fiscal Gertz Manero, que tuvo casi 6 meses, desde septiembre que dejó de ser gobernador, para detener a Cabeza de Vaca y ejecutar la orden de aprehensión en su contra. Lo que es más, el actual gobernador morenista de Tamaulipas, Américo Villarreal, presentó denuncias por desvíos de 2,500 millones de pesos en su gobierno, tan solo en 3 dependencias estatales, pero no pasó nada con esas denuncias que nadie investigó ni mucho menos acusó penalmente al panista. Y para colmo, apenas el 19 de febrero pasado, en la elección extraordinaria de un senador por Tamaulipas, quien ganó la senaduría fue José Ramón Gómez Leal, nada más y nada menos que el cuñado de Cabeza de Vaca, quien fue candidato por Morena. Es decir, que ahora el exgobernador panista tendrá a dos familiares directos en el Senado: su hermano, Ismael Cabeza de Vaca, que es senador por el PAN y su cuñado, a quien apodan JR, que ya es senador por Morena . Con todo eso, valdría la pena decirle al Presidente que no culpe a los jueces de las ineptitudes, negligencias o pactos inconfesables que alguien hizo con Francisco García Cabeza de Vaca. Y la pregunta que se impone es ¿realmente quería la FGR y el gobierno federal detener y encarcelar a Cabeza de Vaca o solo se trató de una faramalla política mientras pactaban y negociaban con el panista que hoy se declara inocente y reafirma en sus redes sociales que siempre fue un perseguido político? Y tuvo la razón, mientras que en Tamaulipas, aunque haya perdido la elección, Cabeza bien podría cantar aquello de José Alfredo Jiménez de que “pero sigo siendo el Rey”…Los dados mandan Serpiente Doble. Caída Libre.
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