Aunque muchos no creyeron y otros aún lo dudan, el presidente Andrés Manuel López Obrador no se está metiendo en los asuntos internos de Morena y cada vez es más claro que, contra la tradición del sistema —lo mismo en la era priista que en la panista— el Ejecutivo morenista renunció a su papel de “jefe máximo” del partido que él mismo creó y que hoy gobierna al país. El inquilino de Palacio Nacional ni siquiera arbitra las pugnas y pleitos surgidos entre los grupos que quieren controlar al partido gobernante, y por momentos incluso parece distante y desencantado del rumbo de la fuerza oficialista.
Hay dos versiones que comentan en las élites de Morena para explicar el alejamiento y la distancia que López Obrador le ha impuesto a su partido. La primera, y la más dura, dice que AMLO “se desencantó de Morena”, que ya no tiene mucho y que hasta ha llegado a comentar a sus más allegados que el movimiento “ya no sirvió porque no supo estar a la altura de la transformación que estamos haciendo en el país”. La otra versión dice que Andrés Manuel, una vez en el poder, decidió no replicar viejos modelos de control político en los que el jefe de la Presidencia era también el jefe máximo y cacique de su partido que decidía todo en la fuerza política, desde candidatos, hasta dirigentes y su vida interna.
¿Cuál de las dos versiones explicaría mejor la distancia que el presidente López Obrador le ha impuesto a Morena? Y la duda que todo genera es si podría funcionar y subsistir Morena sin el liderazgo y la guía del lopezobradorismo que le dio origen y sentido.
Los ejemplos de que el presidente ha dejado a su partido en el libre albedrío están a la vista: desde la estridencia en las recientes decisiones de las bancadas del Congreso, como la definición de la presidencia del Senado, donde el encontronazo y la división entre Ricardo Monreal y Martí Batres se agudizó por el berrinche y el capricho reeleccionista del líder ceuísta, hasta la actual definición de la mayoría morenista en la Cámara de Diputados, donde los grupos más duros no quieren ceder la presidencia de la Mesa Directiva al PAN y analizan la reelección del actual presidente Porfirio Muñoz Ledo en algo que se define este próximo sábado en la sesión previa de la Cámara.
Y si en las decisiones internas de la bancada no pone orden, López Obrador tampoco interviene en la ruda disputa que ya comenzó por el control de la dirigencia nacional de Morena. Son cada vez más fuertes e intensos los enfrentamientos entre al menos tres grupos que se alinean y que ya sacan las armas para intentar quedarse con la presidencia del partido gobernante: la dupla Marcelo Ebrard-Ricardo Monreal, con Mario Delgado como su candidato; el grupo de Bertha Luján con el apoyo de varios secretarios del gabinete y del súpercoordinador de los súper delegados y de los padrones sociales nacionales, Gabriel García Hernández; y por supuesto Yeidckol Polevnsky con el rebelde Martí Batres y otros personajes que buscarían la reelección de la actual dirigente.
El presidente de la República propuso al inicio de su gobierno que cualquier funcionario público, siendo gobernador, funcionario federal o local, que se meta a una elección tendría que castigarse con cárcel. La pregunta es si, en su decisión de no meterse en la vida interna de Morena ¿aplicaría esta disposición a colaboradores suyos y funcionarios morenistas que sí se están metiendo en la pelea interna? Porque, según afirman en Morena, uno de los hombres más cercanos a AMLO, Gabriel García, el poderoso coordinador de Programas Integrales de Desarrollo de la Presidencia, se está metiendo a apoyar a Bertha Luján y, según afirman morenistas, está dando línea a los “superdelegados” en los estados para que apoyen a la candidata. Incluso, en el partido gobernante aseguran que a más de 1 millón de personas registradas en el Censo de Bienestar los metieron al padrón de Morena.
El presidente citó ayer a su gabinete y les dejó claro que no se metan a la elección. El problema es que varios se están yendo por la libre. Será la primera prueba de fuego para saber si se va aplicar la ley que impulsaron los legisladores de Morena, con el consentimiento del presidente, para castigar a cualquier servidor público que se involucre indebidamente en asuntos de los partidos o se meta en procesos electorales.
Por lo pronto, la distancia que Andrés Manuel López Obrador le ha impuesto a su partido —que por momentos recuerda la famosa “sana distancia” que Ernesto Zedillo le aplicó al PRI— se ve y se siente cada vez más real. Veremos si Morena es capaz de consolidarse como partido político sin el liderazgo del caudillo que le dio origen o si, como empieza a verse hasta ahora, se hunde en sus pugnas internas.
NOTAS INDISCRETAS… El PAN ya eligió presidente para la Mesa Directiva de San Lázaro, en las personas de Xavier Azuara y Laura Rojas, para que cada uno ocupe ese cargo por seis meses; ahora solo le falta tener la Presidencia, porque como se ven las posiciones en Morena, es muy probable que la mayoría decida que Porfirio Muñoz Ledo se mantenga en el cargo, por los primeros cinco días de septiembre y, después, tal vez incluso modifiquen la ley para que su presidencia se extienda por los tres años de la legislatura. Todo se define el sábado y será interesante ver si se impone la llamada “ley Padierna” y qué hará el bloque opositor formado por PAN, PRI, PRD y MC, si es que pueden hacer algo porque aunque ya amenazaron con una “parálisis legislativa”, con la ironía que le caracteriza, Muñoz Ledo dijo ayer que “a menos que tengan un veneno paralizador, no podrán paralizar nada”. Será un sábado intenso previo al primer Informe de Gobierno… Todo está listo para que el chiapaneco Manuel Velasco regrese al Senado y se reincorpore al escaño que ocupaba su suplente Eduardo Murat. Velasco, que regresa después de varios meses “en la banca”, ya tiene el visto bueno de la cúpula de Morena con la que al parecer votará como coordinador del PVEM en el Senado… La princesa, que iba y venía de ver a su rey de chocolate, que vivía exiliado al otro lado del océano, no tenía recato de dejarse ver un día sí y otro también por largas horas en los comederos más exclusivos y de moda del reino. Eso tenía muy molesto y preocupado al exmonarca exiliado que, desde la distancia, sospechaba que todo el amor que le profesaba su princesa, era vano, tan vano como la belleza de ella que lo había seducido. ¿Resistirá el monarca exiliado los celos que le matan a la distancia mientras ella disfruta de las mieles de la fama y los reflectores que la persiguen a todas partes, incluidos los bares y restaurantes de moda de los que es clienta asidua la princesa? No se pierda el desenlace de este cuento… Lanzamos el tiro. Capicúa de los dados.
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