Como en los tiempos bíblicos, cuando el gobernador romano de Judea Poncio Pilatos se lavó las manos para no intervenir en un asunto donde estaba de por medio la vida de un hombre, ayer López Obrador aplicó la misma estrategia cuando, en su conferencia mañanera, le preguntaron sobre la dura carta de denuncia que publicó su exconsejero jurídico y operador principal, Julio Scherer Ibarra , en la revista Proceso . “Nosotros no vamos a meternos en esas diferencias. Eso tiene que ver con tribunales, con el Ministerio Público, con juzgados y nosotros no vamos a meternos en esas diferencias, no queremos participar en eso”, dijo el presidente.
Así, como si ya tuviera preparada una respuesta y pretextando que está ocupado de tiempo completo “en la transformación del país”, el presidente eludió comentar sobre las fuertes acusaciones que realiza Scherer Ibarra en su texto, donde acusa al fiscal Alejandro Gertz Manero y a la exsecretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero , de confabularse para acusarlo de presuntos delitos como la extorsión y el tráfico de influencias a través de despachos de abogados. Pero peor aún, Scherer acusa al fiscal general de la República de haberle pedido —delante de un testigo que es el director de Proceso, Jorge Carrasco— que maniobrara para que los jueces federales negaran el amparo a Laura Morán y Alejandra Cuevas , acusadas ambas de negligencia criminal del que las acusa el propio Gertz Manero.
Como quien elude el bulto para deslindarse de un tema delicado, López Obrador pretende ignorar y minimizar que tres integrantes de la 4T , dos de sus más cercanos colaboradores de gabinete y el otro el fiscal de la República propuesto por él al Senado, están enfrascados en un pleito que no es nuevo, pero que ya emergió a la esfera pública con acusaciones mutuas por delitos graves, que van más allá de sus “diferencias”, como las llama el presidente. Scherer acusa a Gertz en su texto de obstruir y manipular la administración de justicia, de presiones a jueces, del uso de la FGR para venganzas y temas personales o de la falta de calidad moral para ocupar la Fiscalía; mientras que Gertz sostiene que Scherer fue parte de una red de extorsión y tráfico de influencias a través de abogados que seguían sus instrucciones.
En ninguno de los dos casos a eso se le puede llamar “diferencias” ni es algo que le sea ajeno al presidente que está directamente involucrado en este asunto. Julio Scherer fue no sólo su consejero jurídico por tres años; también fue su operador político, interlocutor directo con otros poderes, con empresarios y prácticamente el hombre que hablaba por el presidente. El mismo López Obrador se refirió a él, cuando anunció su renuncia, “como mi hermano”, para resaltar la cercana amistad y relación que tiene con Scherer desde hace casi dos décadas.
Aun hoy, que lo abandonó y lo dejó desangrarse lentamente mientras sus enemigos políticos lo atacaban y lo investigaban —lo cual explica en buena medida su decisión de hablar y romper el silencio— López Obrador no puede deslindarse totalmente de Julio Scherer Ibarra y de lo que haya hecho o haya dejado de hacer como consejero jurídico de la Presidencia, sobre todo si incurrió en algún delito. Así como tampoco puede ignorar más los graves comportamientos y acusaciones que pesan sobre el fiscal Alejandro Gertz Manero, primero en los audios telefónicos grabados ilegalmente y filtrados, y ahora en la carta de Scherer, que confirma una conducta totalmente ilegal e inconstitucional por parte del encargado nacional de la procuración de justicia.
El presidente propuso a este fiscal para ser el primer titular autónomo de la nueva Fiscalía General de la República y aunque fue el Senado el que lo aprobó por mayoría, bien podría López Obrador asumir la responsabilidad política y constitucional que le corresponde y, en vez de seguir defendiendo a Gertz Manero como “un hombre honorable y honesto”, tendría que escuchar o por lo menos pedir que el Senado investigue y decida si el fiscal es apto para seguir desempeñando su cargo. Una sola petición de la Presidencia al Senado, sería suficiente para que intervenga y, más allá de lisonjas y espaldarazos políticos como los que le dieron en su reciente comparecencia, los senadores que lidera Ricardo Monreal investiguen las graves acusaciones y la actuación ilegal del Fiscal.
Curiosamente hasta ahora, en este pleito ya abierto y público, el presidente sólo ha defendido a Alejandro Gertz y no a quien fuera su operador de todas las confianzas. Es decir que, aunque aparentemente no toma partido, hasta ahora no se ha escuchado al presidente hacer una defensa de Julio Scherer en contra de los ataques y campañas de desprestigio que éste acusa en su texto. Es como si, después de haberlo llamado “mi hermano”, López Obrador ahora no le importa en lo más mínimo la persecución política y mediática de la que Scherer se dice víctima. ¿Será que al presidente no le importa lo que suceda con quien fuera su hombre de confianza o que la hermandad que decía tener con Julio fue sólo de palabra y hoy que éste se dice perseguido y amenazado por el fiscal su hermano lo abandona y lo deja a su suerte?
No va a ser tan fácil que López Obrador se deslinde y minimice la implosión que ha comenzado en su círculo más cercano. Si el presidente dice que estos pleitos a muerte se deben definir en los tribunales, veremos si lo que salga de esos tribunales, sobre todo a partir de lo que declaren los acusados y acusadores, no termina salpicando al Palacio Nacional y directamente a la silla presidencial. Si estos pleitos escalan y se vuelven casos judiciales con resonancia nacional e internacional, el lavatorio de manos no salvará al presidente y a su 4T del escándalo y el desprestigio.
NOTAS INDISCRETAS…
A propósito de estos pleitos se cuenta de una esposa de uno de los directamente involucrados que llegó a Palacio Nacional para ver a la otra esposa. El tema era interceder para que ayudaran a su marido y no lo dejaran solo. Y de la conversación privada nos dicen una frase que sonó contundente: “Hoy el fiscal nos persigue a nosotros, mañana los puede perseguir a ustedes”… Ayer en la inauguración del aeropuerto Felipe Ángeles , más que las presencias protagónicas de los gobernadores y de la jefa de Gobierno que se desvivía en elogios para la obra y para el presidente, quien llamó la atención fue el general Salvador Cienfuegos , el exsecretario de la Defensa Nacional . Tratando de bajar el perfil y en la parte de atrás, el general acudió en un plan institucional para apoyar una obra magna del Ejército del que él es parte. Los reporteros y fotógrafos se centraron en el militar que no había reaparecido en ningún acto público tras haber sido regresado por la justicia de los Estados Unidos en noviembre de 2020. Por eso llamó tanto la atención su presencia y jaló reflectores. Habría que preguntarle al general qué tan de acuerdo está con el nuevo papel de “todólogos” de los militares en este gobierno… Los dados mandan Serpiente. Descendemos.