Nadie esperaba algo distinto en el mensaje del presidente con motivo de su primer informe, aunque sí hubo algunas novedades que, sin ser totalmente sorpresivas marcaron diferencia con sus antecesores. Porque si bien el discurso de hora y media de ayer fue una reiteración de los mismos conceptos ideológicos que el presidente ha repetido durante sus 9 meses de gobierno —y en los meses anteriores de transición y campaña— el mensaje más claro y contundente que salió del Palacio Nacional es la confirmación de que Andrés Manuel López Obrador, congruente y firme hasta la necedad en sus convicciones, seguirá conduciendo en la ruta que él ha trazado para la “Transformación” del país: con proyectos, acciones, programas, cambios y decisiones, que aunque no siempre tengan total respaldo ni en la técnica ni en la economía y a veces tampoco en la realidad, seguirán adelante porque son su visión personal de lo que México necesita.

Es como si el capitán del barco, aún cuando ve las aguas agitadas, decide no sólo confirmar la ruta y mantener intacta su carta de navegación, porque está convencido de que él no puede estar nunca equivocado y, confiado en su infalibilidad, les dice a los pasajeros y tripulantes: “Voy derecho y no me quito. La turbulencia y algo de tempestad es porque estamos avanzando en una nueva ruta, pero estoy seguro de que los voy a llevar a buen puerto”. De paso, a aquellos que se dicen aterrados “nerviosos y fuera de quicio” porque no confían en el capitán, éste los llama conservadores “que están moralmente derrotados” y les minimiza como sus opositores que “no han podido crear un grupo o facción” que amenace su autoridad para conducir él solo el agitado barco.

Esa fue una de las novedades mayores en un informe presidencial: que el presidente utilizara la tribuna de un “mensaje a toda la nación” para atacar y denostar a sus “adversarios” al declararlos, “moralmente derrotados” y, parafraseando a Juárez, una “reacción” cuyo triunfo es imposible. Y aunque no es para nada sorpresivo el discurso que confronta y polariza, esta vez no le falta del todo la razón al presidente cuando uno observa a la oposición tan desarticulada, confrontada y sin liderazgos importantes que hay en este momento en México. Pero también López Obrador puede pecar de soberbia al minimizar —como en su momento hicieron los panistas— dos problemas reales: las divisiones, pugnas y pleitos de poder que están surgiendo dentro de su propio partido Morena, y la capacidad de los partidos opositores, por pequeños que hoy se vean, de reagruparse y crecer, a partir del inevitable desgaste y los errores de su gobierno.

La otra sorpresa que hubo en el mensaje fue una mención directa, con agradecimiento incluido a poderosos empresarios a los que el presidente parece ubicar como “afines” a su proyecto de la 4T. El primero y más importante, Carlos Slim, a quien ni siquiera los mandatarios más neoliberales que ayudaron e impulsaron al ingeniero hasta convertirlo en el hombre más rico de México, desde Carlos Salinas hasta Vicente Fox, pasando por Ernesto Zedillo, Felipe Calderón y Peña Nieto, le dedicaron nunca una mención tan elogiosa por su nombre y apellido en un informe presidencial. Los otros dos empresarios aludidos directamente por el presidente fueron Carlos Salazar, el casi militante de la 4T desde el Consejo Coordinador Empresarial, y a un Antonio del Valle que, aunque es impensable ubicarlo a la izquierda, hoy representa el reencuentro de Andrés Manuel con el Consejo Mexicano de Hombres de Negocios que durante décadas controlara el salinista Claudio X. González.

Fue un primer informe que se propuso ser tan distinto que se autonombró “Tercero”. Y que cambió paradigmas como el manejo solemne del lenguaje y el uso de los datos técnicos, cifras y porcentajes habituales en ese tipo de discursos, que ayer fueron sustituidos por conceptos y definiciones ideológicas, por menciones generales y por buenas intenciones decretadas; además por enlistar como “logros” de los primeros nueve meses lo mismo proyectos emblemáticos que aún no caminan, como el aeropuerto de Santa Lucía, la Refinería de Dos Bocas, el Tren Maya o el corredor Interoceánico, que cancelaciones multimillonarias como la de Texcoco, cuyo finiquito y pago fue celebrado.

Al mismo se enumeraban leyes y reformas en materia de combate a la corrupción, fraude electoral y austeridad republicana, se vendía como logro haber “detenido la caída de la producción petrolera” que aún no aumenta pero lo hará en diciembre, o se vendía, a falta de crecimiento por el 0% del aumento del PIB el “desarrollo y mejor distribución del ingreso” por el reparto de dinero en efectivo a través de los programas sociales a grupos vulnerables y a jóvenes, y como logros de una “nueva política económica” el ingreso histórico de 16 mil millones de dólares de remesas de los “héroes migrantes”, la austeridad y la honestidad, como ejes de ese nuevo modelo de economía que se propone lograr el “bienestar no sólo material sino del alma” y alcanzar el desarrollo sin crecimiento económico.

Pero al final, aunque distinto en las formas y los estilos, el mensaje de AMLO terminó siendo igual que los de sus antecesores: totalmente autocomplaciente y carente de un mínimo de autocrítica y a veces hasta insensible. Porque si bien el tema de la inseguridad y la violencia fue reconocido como el único con “no buenos resultados” y como un “desafío” que no ha podido resolver, tampoco hubo una mención, aunque fuera simbólica ya no de los 20 mil muertos de los últimos tres trimestres, ni siquiera de los 29 mexicanos brutalmente asesinados en Coatzacoalcos. Apenas si alcanzaron una leve mención los “desaparecidos” y se habló de periodistas y defensores de derechos humanos “protegidos” por un Estado “que ya no es el principal violador de los derechos humanos” y que respeta la autonomía de la CNDH. Aunque la cara del ombudsman nacional ahí presente, Luis Raúl González Pérez, dijera lo contrario.

En fin, que fue la reconfirmación de que López Obrador no sólo ve un pueblo “feliz, feliz, feliz”, sino un “cambio no de gobierno sino de régimen” que ya está en marcha y un “país con pleno Estado de Derecho”. Por esa misma ruta seguiremos, porque es de la que está convencido el presidente, aunque algunos no la vean tan clara y viable como él, y muchos todavía confíen ciegamente en la habilidad del capitán para llevar el barco a puerto sin naufragios.

sgarciasoto@hotmail.com

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