Cuando era un niño y antes de dormir me asaltaban los pensamientos sobre el futuro , pensaba siempre si yo iba a llegar a vivir más allá del año 2000. Estábamos en 1981 y contaba apenas con 12 años y el peor miedo de todos los niños de esa época era la “ Tercera Guerra Mundial ”. Tratando inútilmente de conciliar el sueño, inevitablemente venía a mi mente la posibilidad de que la poderosa Unión Soviética , con sus tentáculos extendiéndose por el mundo, terminara rompiendo el frágil equilibrio de la “guerra fría” y disparara el primer misil sobre Estados Unidos .
Y de sólo pensar en lo que eso desataría y evocar casi inconscientemente la imagen de Hiroshima ardiendo, con un hongo de gas y radiación invadiéndolo todo, el futuro automáticamente se esfumaba y el miedo a sobrevivir a un cataclismo nuclear terminaba fragmentando en pedazos la idea de un yo en el futuro, para volver difuso y misterioso el 2 acompañado de tres ceros que evocaban la idea de un cambio total, no sólo de siglo sino del concepto de vida y del mundo como hasta entonces lo conocíamos.
Ayer martes, mientras movía la pantalla con el dedo para actualizar la última información en redes sobre el conflicto entre Rusia y Ucrania , del cual depende la posibilidad de un choque entre el Kremlin y la Casa Blanca , revivieron inconscientemente los miedos con los que crecí de niño. Y aunque el castillo cumbre de la arquitectura rusa hoy no es tan poderoso como en los tiempos de la Rusia soviética —con su hermética Moscú, vieja capital del imperio socialista convertida ahora en una mezcla entre el pasado comunista y el presente del capitalismo salvaje—, lo que sí es un hecho es que Vladimir Putin conserva gran parte del potencial nuclear de la antigua URSS, y está mucho más loco y dictador que el agobiado Joe Biden que se aferra, desde la misma y única Casa Blanca, a una nueva “guerra mundial” como una forma de levantar su derrumbada imagen ante los estadounidenses.
Hoy no sé, aún como periodista que consume y vive de la información, si habrá o no una nueva guerra por el conflicto entre Rusia y Ucrania, si triunfarán el diálogo y la diplomacia o si el miedo de Putin a que la OTAN pueda llegar hasta sus mismísimas fronteras, terminará haciéndolo cometer una locura, invadir Ucrania y terminar así con el equilibrio que durante por más de 31 años ha permitido al mundo —sin bien no estar exento de conflictos, terrorismos, dictaduras y guerras regionales— vivir mucho más tranquilo y al menos no preocupado y hasta estresado por la posibilidad de una confrontación mundial que ponga en riesgo la supervivencia de la especie humana.
Lo único que me queda claro, en medio de la turbulencia que provoca el desbordamiento de un conflicto antiguo que hoy tiene al mundo cerca de una confrontación que volvería a unir a los Estados Unidos con Europa en contra un enemigo común, tal como en la Segunda Guerra Mundial , es que a diferencia de 1941, cuando el ataque a Pearl Harbor hizo a los estadounidenses declarar la Guerra en contra del llamado “Eje del Mal” formado por Alemania, Japón e Italia, y de la expansión militar y territorial del Tercer Reich de Adolf Hitler, ahora en el nuevo rescate estadounidense de su aliada Europa, el armamento nuclear ya no está en poder sólo de uno de los dos bloques, sino que hay armas de destrucción masiva en uno y otro bando militar.
Y tal vez la no deseada y tan detestada guerra, aun de llegar a estallar, no será para nada la imagen de Hiroshima ardiendo y expandiendo una onda radioactiva que destruía todo a su paso, esa que tanto nos aterrorizaba hace apenas 40 años. Tal vez asistamos a otra de esas guerras mediáticas y ahora también de internet y de las redes sociales, en donde el horror y el dolor de la más irracional y destructiva capacidad humana, viajará por todo el mundo al minuto y veremos los horrores y la muerte en tiempo real y no sólo a través de fotografías que se publican un mes después de lo ocurrido.
La paradoja de lo que hoy tiene en vilo al mundo es que cuando todos pensaban en que la amenaza de supervivencia que representa el cambio climático era lo más grave que nos pasaba como planeta, hoy surge una nueva fuente de tensión que aún no deja claro si esto será solo una competencia por ver quién tiene más centímetros, si el inquilino de la Casa Blanca o el residente permanente del Kremlin, o si estamos al borde de un conflicto bélico, militar y económico que vaya sacudir al mundo y a cambiar lo que hasta ahora conocemos como realidad mundial, ya de por sí modificada en estos tiempos de la peor pandemia de la época reciente.
Y cuando pienso en por qué todo esto revive viejos miedos de la infancia, caigo en la cuenta de que quizás el miedo ya no es el mismo. Porque muy lejos de la angustia por saber si llegaríamos al futuro que provocaba la “ guerra fría ” de los 80, hoy en pleno 2022 y habiendo sobrevivido al incierto 2000 y su cambio de siglo, el temor ya no es sólo por uno, sino por los que ahora vienen al lado y detrás de uno... Los dados se arriesgan y mandan una escalera nueva. Veremos qué dicen los lectores.