NO. Ésa es la palabra a partir de la cual se construyó Andrés Manuel López Obrador. No como gobernante. No como candidato. Como político.
La estrategia resultaba, si no extraordinariamente productiva, cuando menos rentable para el líder opositor que alguna vez fue. Si un presidente proponía cambio de horario en verano, López Obrador decía no. Si otro modificaba la estrategia de combate al crimen organizado, López Obrador decía (entonces) no. Y si uno más consideraba que construir un aeropuerto en un cierto emplazamiento era lo idóneo, otra vez aparecía para refutarlo López Obrador, el hombre del eterno no.
El no es, desde luego, la base de todo pensamiento crítico. Pero es sólo la base. Quien dice no se afirma, y en ese acto niega la posibilidad de que prevalezca una sola idea de mundo: no hay oposición sin no, no hay pluralidad sin no, no hay democracia sin no. La democracia, sin embargo, no se agota en el no, ya sólo porque el no es contundente pero estéril. El no es pero no hace.
El peor ejemplo de un no improductivo es el que llevara al hoy todavía Presidente, ya desde su campaña electoral, a acuñar aquel gracejo de cuyo vacuo ingenio tanto se vanagloria: que el Seguro Popular ni era seguro ni era popular. En su eficacia propagandística, la ocurrencia se convirtió en ineficaz diagnóstico de una política pública, ya sólo porque decir que el Seguro Popular no era seguro y no era popular le permitía desplegar su táctica política favorita: decir que no.
La evidencia ha mostrado que, al desaparecer el Seguro Popular, López Obrador dijo no a una política pública que evitaba el gasto catastrófico y reducía el gasto de bolsillo en salud, con un impacto mensurable en la vida de las y los mexicanos y uno tangible en su bolsillo. Lo que es más, ese Seguro había sido por definición popular: atendía, antes que a cualesquiera otros, a los hogares más pobres de nuestro país, incluidos los que viven en la informalidad laboral, precarizados por no ser derechohabientes de la seguridad social.
Cuando jefe de gobierno de la Ciudad de México, López Obrador dijo no, lo que tuvo como consecuencia que la capital fuera la última entidad en adherirse al sistema de protección social en salud. Hubo que esperar a que llegara un jefe de gobierno con un talante un poco menos propagandístico –y una familiaridad relativamente mayor con la política pública basada en la evidencia– para que los capitalinos pudieran beneficiarse del Seguro Popular en condiciones de mínima equidad con el resto de sus compatriotas.
En los 15 años de su existencia, el Seguro Popular fue la política del Estado mexicano objeto de mayor evaluación en la historia, como evidencian cientos de textos publicados en revistas científicas bajo revisión de pares que analizan a detalle qué de ella funcionaba y qué era perfectible. López Obrador le dijo no y con ello condenó a las y los mexicanos a perder no sólo años de vida sino vidas. Habrá que sumar a esas pérdidas la de la mínima certeza jurídica en el país, resultado de la destrucción del sistema judicial que hoy operan el Presidente y su partido.
Lo que vale para el sistema de protección social en salud vale para el Poder Judicial: el obradorismo dice no a algo que, si bien no funciona a la perfección, no sólo tiene muchas virtudes sino que acusa diagnósticos puntuales de sus limitaciones y vicios, así como hojas de ruta para enmendarlos. En su lugar propone un sistema de impartición de justicia amorfo, sin reglas, sin claridad, sin criterios de evaluación: un Insabi judicial.
López Obrador dice no. Se lo dice al futuro. Nos lo dice a todas las mexicanas, a todos los mexicanos.
Diputado