La de Francia es una democracia sui generis: desarrollada pero compleja, con un amalgama social difícil, resultado –entre otros factores– de una población exigente, enojada con muchas decisiones gubernamentales, y una ola migrante de larga data, cuya incorporación plena a la sociedad sigue por desgracia todavía en proceso.
La democracia mexicana es muy distinta a ésa. Sin embargo, la reciente elección parlamentaria en segunda vuelta en aquel país acusa no pocos paralelismos con nuestro propio proceso electoral de este año, lo que da a pie a una reflexión a partir de ese espejo.
En la primera vuelta francesa, la mayoría relativa se decantó por esa derecha a ultranza –lindante con el fascismo– que representa el Rassemblement National de Marine Le Pen. No obstante, puestos a elegir entre sólo dos opciones, los franceses rechazaron ese primer triunfo de la ultraderecha, enviándola a tercer lugar, tras el Nuevo Frente Popular que aglutina a las izquierdas, y Ensemble, la coalición macronista.
Francia pone de manifiesto la importancia de que una sociedad sea capaz de reaccionar cuando se percata de que se quedó dormida o de que enfrenta un fenómeno que no había visto venir. Pero también muestra que frenar una amenaza contra la democracia no pasa de manera obligatoria por una coalición de todos los partidos: la izquierda y el macronismo fueron cada uno por su lado, y aun los Republicanos gaullistas contendieron solos. Lo que sí precisa la defensa de la democracia es una ciudadanía dispuesta a salir a votar para oponerse a lo que parece un mal mayor pero también consciente de la necesidad democrática de equilibrar las fuerzas.
Cierto: de cara al lepenismo, en Francia se produjo un frente amplio de izquierda. Esa izquierda es enormemente diversa y compleja. Pasa por la socialdemocracia y el socialismo pero también por el otro extremo: quien ganó mayor número de asientos en la Asamblea Nacional es La France Insoumise, el partido movimiento de Jean-Luc Mélenchon, un populista de izquierda cuyo héroe es Robespierre, que no cree en el capital privado y que instrumentaliza a las minorías migrantes, así como otras causas de la agenda de la juventud, para despertar fervor en un segmento del electorado que volcó su apoyo hacia él.
Si bien –e incluso desde el propio núcleo de esa alianza– Mélenchon es percibido no sólo con preocupación sino como un outlier del pensamiento de izquierda, esta unificación electoral del polo progresista acusa cuando menos un eje común: las luchas por los beneficios sociales y los equilibrios colectivos. Hay, en efecto, en el Nuevo Frente Popular francés una congruencia que no es posible identificar en coaliciones que aglutinan partidos de derecha conservadora –o cuando menos con la defensa de las libertades individuales como agenda exclusiva– con otros que se sitúan más a la izquierda y cuyo eje programático debería ser la articulación de un Estado de bienestar. Casos así adolecen de la falta de una identidad común que permita construir una plataforma electoral con atractivo potencial para la sociedad. Una alianza eficaz no es un muégano electorero: es una expresión de coincidencias programáticas al menos parciales.
Será interesante ver qué sigue para Francia: al detener a la derecha lepenista –que ya había ganado en las elecciones europeas–, el presidente Emmanuel Macron gana. Pero también pierde: pierde escaños en la Asamblea Nacional, y los pierde ante quien es uno de sus mayores críticos. Jean-Luc Mélenchon ha exigido ser designado primer ministro –que en el sistema francés semipresidencial funge como jefe de gabinete–, y éste no es sino apenas su primer saque. Macron tiene, sin embargo, espacio para negociar, e incluso la posibilidad de instrumentar algo que ya ha sucedido en Italia: argumentar la imposibilidad de constituir un gabinete político y nombrar un gabinete de técnicos para llevar a cabo las funciones de gobierno.
Hay que mirar a Francia por sus muchas virtudes pero también por sus defectos, y aun por sus mecanismos y procesos. Ese contraste y ese diálogo sirven de mucho para entender lo que pasó en nuestra propia elección, para leer lo que venga por delante, para apuntalar nuestra propia lucha decisiva por la construcción del futuro de México.
Diputado