Los camiones verdes del ejército no dejan de pasar por las avenidas y las carreteras de Bérgamo, la provincia en el norte de Italia. Van cargados de cajas estrechas y largas de cartón, que contienen bolsas de plástico negro, que a su vez contienen muertos tiesos y escarchados.
A lo largo de los meses críticos de la pandemia, los empresarios de Bérgamo fueron guardando a los muertos en el congelador central de los supermercados Massimo, donde en sus bolsas negras, se fueron congelando a la par que las verduras, las frutas, los camarones y las langostas guardadas en bolsas translúcidas.
Los empresarios mataron a los obreros, en Bérgamo. Nadie lo discute ahora que la pandemia ha amainado y se les lleva a enterrar en un amplio terreno de pinos junto al mar. Muy públicamente, los empresarios se negaron a enviarlos a sus casas con pagos, y en sus comercios, fábricas y bancos muchos se infectaron y desde ahí propagaron el virus al resto de la población.
Bérgamo No Cierra, Bérgamo Trabaja, fueron los lemas que los empresarios enarbolaron para resistir el embate de la propaganda del gobierno central de Italia, que exhortaba a cerrar toda actividad económica. Y también: El Trabajo Nos Hace Libres. Y también: Mejor morir de virus ahora que de Hambre después.
En aquella guerra entre el poder económico y el poder político, los periodistas e intelectuales tomaron la causa de los empresarios por una sola razón, pura y comprensible. Eran asalariados de sus periódicos y sus televisoras. Salvo algunos caricaturistas, esos locos que siempre preferirán un buen chiste a un salario firme, y una comentarista, que más bien era una artista, las personas de la prensa descubrieron su veta cruel y hablaron de la primacía del dinero sobre la vida humana.
Entonces el Primer Ministro de Italia recordó el lema que le ganó el liderazgo de su sociedad –Prima i poveri, per il bene di tutti— y amenazó a los empresarios con declarar un toque queda, que legalizaría la entrada del ejército a sus locales, para clausurarlos. Y la alcaldesa de la ciudad de Bérgamo, una científica que adivinaba el costo en vidas de la osadía de los empresarios, envió a la policía a cerrar un call center.
Pero el Primer Ministro no se atrevió a declarar el toque de queda y la alcaldesa ya no cerró otro local de trabajo: los asustó una palabra: podían acusarlos de —¡orrore!— fascisti, y cruzaron las manos dejando al empresariado gobernar.
Los empresarios lograron además que los trabajadores cooperaran. Bueno, no todos, los que tenían ahorros se encerraron en sus hogares, pero la mayoría, que dependía de sus salarios, cooperó.
Ustedes Son los Héroes, Ustedes son Esenciales: durante las lentas horas de trabajo de aquellos días aciagos, la televisión y los periódicos de Bérgamo se los recordaban a los trabajadores. Y si alguien hablaba de una Guerra de Clases o alguien intentaba organizar una rebelión, era despedido, enviado sin pago y sin indemnización a su casa.
La verdad es que los empresarios estaban haciendo su agosto. Cerradas el resto de las fábricas de Europa, eran de golpe los únicos proveedores del continente de electrodomésticos, salchichones, vinos, Ferraris y mil productos que ellos llamaron esenciales. La ecuación además se complicaba porque el gobernador de la provincia era también un empresario, el dueño de los mejores hospitales privados, y estaba igual enriqueciéndose a un ritmo inconcebible.
Ahora que los camiones verdes cargados de muertos en cajas de cartón cruzan por las carreteras y las avenidas principales de la provincia, se ha documentado ya que la mitad de los muertos de Italia durante la ola alta de la pandemia fueron de Bérgamo, y se sabe también quiénes son los responsables.
Ayer los empresarios de Bérgamo dieron en el Club de la Libre Empresa una conferencia de prensa y con gran vergüenza y dolor lo admitieron. Estamos arrepentidos, dijo el señor Musso. Molto, dijo el señor Lini. Luego los empresarios de Bérgamo se fueron a comer pizza y a brindar con vino tinto, porque son ahora el doble de ricos y en el fondo creen que la Historia los absolverá.
Cuando dejemos atrás el Humanismo y entremos a la nueva era del Capitalismo automatizado, en las fábricas y las tiendas de Bérgamo trabajarán sobre todo robots y entonces los trabajadores de Bérgamo morirán de algo peor que del virus, de hambre.
Cosa extraordinaria, detrás de la caravana de camiones verdes que llevan a los muertos, se ha ido formando una caravana mucho más larga de autos desvencijados y bicicletas y motocicletas. Son los jóvenes de Bérgamo que van con sus abuelos y padres muertos al pinar en la costa del mar.
Se harán campesinos o artesanos o asaltantes o quién sabe qué inventen ser, pero no serán aquello a lo que los condenan los empresarios de Bérgamo.
Es tiempo de partir, suena en sus audífonos la canción de moda.
Tiempo de vivir fuera, fuera de las ruinas de la Civilización de nuestros mayores, fuera de las fábricas y fuera de las oficinas.
Es tiempo de vivir fuera y aprender de las abejas y los pájaros a ser ciudadanos del aire.
Con información del Corriere della Sera y dos breves escapadas a lo imaginario. Solo dos.