La fábula es un pedazo corto de realidad que guarda al ser bien mirada una enseñanza cierta para un territorio más amplio.

Una vez encontré en medio de una maleza una piedrita plana y gris que en sus rayas blancas figuraba el continente americano entero, desde Alaska hasta Tierra de Fuego.

Es una fábula. La tengo en una esquina de mi escritorio de vidrio y la miro antes de sentarme a escribir una fábula.

La que ahora cuento sucedió inicia en la magnífica ciudad precolombina de Teotihuacán, un martes en que, por razones poco interesantes, yo la recorría bajo el sol de mediodía.

En esa extensa explanada encabezada por la Pirámide del Sol y culminada en la Pirámide de la Luna, no había nadie. Los turistas suelen llenar la explanada los fines de semana, no en días hábiles. Caminaba pues mirando esa arquitectura monumental cuando llegaron al estacionamiento en la orilla del conjunto tres autobuses plateados, de los que empezaron a descender tres filas de chinos y chinas, cada cual con un celular en la mano.

Serían doscientos los visitantes chinos que fueron esparciéndose en la explanada mientras el sol se zafaba de su cenit. Cansada, me senté en un peldaño de la Pirámide de la Luna y me puse a mirarlos a lo lejos ir ascendiendo los peldaños de la Pirámide del Sol.

Pronto los chinos empezaron a subir a mis espaldas por la pirámide de la Luna. Un peldaño y fotografiaban algo. El paisaje o el barandal de piedra donde está tallada una magnífica serpiente o el quicio de la pequeña casita de piedra erigida en la cima de la pirámide o las ventanitas cuadrangulares dentro de la casita.

Clic, clic, clic. Más que sonar los celulares, yo imaginaba el chasquido de cada foto al tomarse. Clic, clic, clic. Los chinos no descansaban de fotografiar. Clic, clic, clic.

Me reí para mí: qué absurda es la gente que prefiere ver a través de la pantallita de un celular lo que tiene en frente que verlo directo, con los ojos.

Clic, clic, clic. El ejército chino de fotógrafos no se cansaba. Clic, clic, clic. No pensé más sobre ellos, caminé al estacionamiento, me subí a mi automóvil y abordé la carretera, para regresar a mi ciudad.

Por eso diez años más tarde me asombré al entrar en Shangai a lo que creí sería un gran mall y en realidad se encontraba nada menos que la explanada de Teotihuacán, con todo y su majestuosa Pirámide del Sol en un extremo y en el otro la Pirámide de la Luna.

Miles de chinos y chinas subían y bajaban por las dos pirámides, todos hablando por sus celulares, pero ninguno fotografiando nada con ellos. Algunos entraban de pronto a un espacio ya no visible, y salían de vuelta cargando bolsas de papel con el logo de Gucci, Chanel, Carolina Herrera. Arriba el techo era una bóveda azul que podría jurarse era un cielo con un distante sol de neón blanco.

De pronto, en lo que tarda en sonar un clic, Teotihuacán se esfumó, y se instalaron los túneles de la ciudad subterránea de Capadocia, la ciudad de los cristianos secretos del tiempo del Imperio Romano. Túneles de piedra amarilla por los que miles de chinos y chinas caminaban hablando por celular, con sus bolsas con compras de lujo.

Entonces fue que recordé una profecía de Mao Tse Tung, que reza así:

-- 我们将拍摄整个星球,每一块岩石,每一个台阶,并将在上海复活它。然,当我们拥有一切时,我们将在所有地理位置投下原子弹,除了我们自己的。

Para los que no leen chino, va la traducción:

-Fotografiaremos al planeta, roca por roca, peldaño por peldaño, y nos lo llevaremos a Shangai. Y cuando lo tengamos todo en nuestro reino, dejaremos caer bombas atómicas en todas las geografías, excepto la nuestra.

Buen domingo para ustedes -y nos vemos el próximo, si antes no nos cae encima una bomba.

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.