Leo con cuidado las columnas que comentan el viaje del Presidente de México a Washington, para visitar al Presidente de Norteamérica. De forma unánime critican al Presidente de México.
El traje guango, la corbata verde , las hojas en la mano desde donde leyó, su intención provocadora, el bostezo de Biden, la falta de un lunch donde departieran los mandatarios.
La comentocracia de hoy se parece tanto a la de los tiempos de Benito Juárez —una comentocracia que pedía a Europa un mandatario rubio para quitarse de encima a ese prieto nativo—, que igual es la misma, resucitada.
Malinchista
, colonizada y mal intencionada. Llena de vergüenza de ser mexicana y no gringa.
Si el viaje del presidente a Washington hubiese sido un viaje de nuestra selección de futbol al Campeonato Mundial, nuestra comentocracia hubiese estado de parte de los equipos extranjeros.
¡Viva Yugoslavia!, hubieran agitado desde los palcos. ¡Muera México!
Pero olvidemos esa vergüenza de no ser extranjeros, hablemos de la estrechez de la mira por donde se observó la visita.
¿Dónde estuvo un comentario que incluyera los intereses de nuestro país? ¿Dónde otro que se refiriera a la economía integrada de ambos países? ¿Quién habló de los mexamericanos, 20 millones de hermanos y primos nuestros que viven allende del Río Bravo?
¿Y dónde el comentario que tocó la fortuna de los 11 millones de mexicanos indocumentados?
Pongo aparte esta pregunta porque el Presidente sí habló de ellos en la Casa Blanca, largo y tendido.
Nada. Solo referencias al Presidente y su corbata verde. Como ya se ha vuelto una enfermedad, en nuestra comentocracia Todo es hablar de AMLO . Hablar mal de AMLO, es cierto, criticarlo, denostarlo, menospreciarlo, pero siempre, siempre es hablar de AMLO, compitiendo por el premio mayor: ser mencionado por AMLO en su conferencia matinal.
Dicho en breve, nunca ha existido una comentocracia así de presidencialista como la de hoy.
En el año 1972, Cosío Villegas describió al sistema político mexicano como “una monarquía absoluta sexenal y hereditaria en línea transversal”. Tenía razón entonces Cosío Villegas. En esos días, el Presidente tenía poderes monárquicos. Un Congreso de ficción formado de leales levantadedos. Una Corte de Justicia a su servicio. Cero libertad de prensa o de comentario. Y el presidente elegía con su dedo índice a su sucesor.
Hay que decir a veces lo obvio: AMLO no tiene poderes equivalentes hoy. Hay un Congreso donde su partido no posee la mayoría calificada, de forma que sus iniciativas de reformas constitucionales han sido rechazadas una tras otra. Tampoco manda sobre la Suprema Corte de Justicia, que tiene una agenda propia, que a veces, solo a veces, ha coincidido con la del Presidente. Existe una Oposición que se expresa en los medios, es más: se expresa mucho más que los correligionarios del presidente. Y AMLO no elegirá a su sucesor. Lo elegirá el pueblo en las urnas.
Lo que sí tiene hoy el presidente, es lo antes dicho, una comentocracia absoluta y voluntariamente subordinada a su figura. ¿Por qué?
Sostengo que la comentocracia no ha sabido qué hacer con su nueva libertad. Y por confusión ante lo extenso de esa libertad, y por pereza, ha cerrado la mira en el Presidente. Sostengo, además, que es momento de que abra la mira.
En dos años tendremos elecciones en México y lo que sería valioso es diagnosticar las necesidades reales de los distintos sectores del país. De los empresarios y de los trabajadores. De las mujeres. De las escuelas y las universidades.
Es urgente porque hoy la Oposición también se encuentra de sexenio sabático, hipnotizada también por el Presidente, e incapaz de articular una narrativa de país, de forma que alinearse tras la Oposición es aún peor que vivir hipnotizado por el Presidente. Es alinearse tras la Nada.
No, los que comentamos la actualidad nacional no tenemos por qué ser presidencialistas hoy. Si lo somos, es por pereza —y por falta de amor al tamaño verdadero del país.
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