En ese país remoto en el tiempo, se asesinaban mujeres. De noche se les asesinaba físicamente, 9 cada noche, de día se les asesinaba simbólicamente, a todas y a cada una.
De noche cualquier chofer de taxi podía volverse y ver en el asiento trasero a una mujer, y decidir detener el auto y violarla y matarla. Al fin los policías apenas y perseguían los crímenes contra mujeres. O un marido podía una noche volverse a ver a su pareja y desamarla y decidir llevarla a la azotea y aventarla al vacío.
Y de día, lo dicho, a las mujeres se les mataba simbólicamente. A pesar de ser la mitad de los abogados, la Suprema Corte de Justicia contaba con 8 jueces y 3 mujeres. Ninguna Universidad era presidida por una mujer. Ah no, una sí, la Universidad de Querétaro. Solo un periódico tenía una directora. La Academia de la Lengua hablaba de la lengua por las lenguas de 31 hombres y 5 mujeres.
Si uno prendía la televisión, veía a un mar de sesudos intelectuales hablando orgullosamente de la Democracia, ellos solos, sin mujeres. Ah no, a veces, solo a veces, con una mujer esquinada a la izquierda de la pantalla. Y si uno sacaba las cuentas del país, las mujeres recibían pagos inferiores por el mismo trabajo que los varones.
Todo eso estaba no en la mente pero sí en los corazones de las 5 mil jóvenes Furias cuando entraron en tropel a la estación de policía y una de ellas, pequeña y muy femenina, alzó la mano enguantada y ZAC, la estrelló contra un cristal. CRAS: el cristal se cuarteó y se vino abajo con un ruido de carcajada. La misma risa liberadora que cuando Dana Corres contó en la radio el suceso del cristalazo miles de mujeres soltaron.
Las 5 mil mujeres se volvieron a verse y se dijeron a coro: “Ey jóvenes Furias, por fin nos hemos desatado del pacto de sumisión, cifrado en nuestra cordialidad cómplice ante nuestra propia desgracia. Ey jóvenes Furias, vamos a romper el resto de los cristales que encontremos a nuestro paso”. ZAC, CRAS, los cristalazos se multiplicaron. La felicidad de la liberación se multiplicó. Las Furias eran más hermosas que nunca en su momento de sublevación. Entonces las 5 mil Furias se miraron y dijeron a coro: “Por mí, por nosotras, por nuestras madres, por nuestras hijas”. Se tomaron de las manos y agregaron: “Si llega la policía, nos tendrán que llevar a las 5 mil a los separos de la cárcel”.
Primero la Gobernante de la Capital del país ordenó a la fuerzas del orden hacer acatar el pacto de cordialidad y sumisión de las hembras. “Se han portado mal”, les dijo, muy molesta. “Esa no es la forma, señoritas. Han cometido el pecado de la desesperación. Esperen pacientes un siglo y llegarán ustedes a la igualdad de derechos con los varones. Ah no, perdón, llegarán sus bisnietas, pero llegarán”.
Ah no, de pronto se corrigió a ella misma rascándose la mollera, se acordó que era Gobernante de la Capital gracias a la lucha de varias generaciones de mujeres y decidió gobernar para las mujeres también.
Un milagro civilizatorio ocurrió entonces en ese país remoto en el tiempo. Se persiguieron sin tregua a los feminicidas: cuando 2 de cada 3 feminicidas fueron a dar a prisión, los feminicidas se extinguieron. Oh maravilla. Se condicionaron las licencias de las compañías y los sitios de taxis a la severa vigilancia de sus conductores. Oh sentido común. Las mujeres utilizaron pistolas eléctricas para echar atrás a los violadores. Oh por supuesto.
Los habladores de la televisión se negaron a participar en mesas de debate sin mujeres, o con una mujer simbólica. “Yo no estaré ciego al Bien de mis hermanas”, declaró famosamente un joven llamado Gibrán, alzándose de la mesa de un debate entre puros machos, y así marcando el ejemplo que siguieron el resto de los opinares televisivos.
Varios señores se presentaron al Ministerio Público para dar fe de que se negaban a participar en los privilegios de un Colegio Nacional sin mujeres: regresaron sus privilegios de colegiados en cajitas de cartón del tamaño de una pequeña casa de 5 pisos. La Academia de la Lengua admitió de golpe 30 catedráticas, y curiosamente las reglas de la lengua inclusiva se admitieron una semana más tarde. Se eligió a la primera Rectora de la Universidad Nacional. El presidente de la Suprema Corte de Justicia le abrió la puerta a 9 nuevas magistradas a tiempo que sentenciaba: “Hablar de Justicia en el seno de la Injusticia, pues no, no se puede”.
Sucedió así, en la Capital de aquel país remoto en el tiempo, de forma tranquila y épica y pronta, gracias a la decisión de hombres y mujeres de no participar ya nunca jamás en el asesinato físico o simbólico de mujeres.
(Aunque algunos historiadores dejaron escrito que sucedió con mayores trámites y más mezquindades arduas de vencer. Que hubo que romper muchos más cristales. ZAC, CRAS. ZAC, CRAS. Lo importante es que al final sucedió y triunfó la Justicia).