Invitaron a Vicente a la cena como un gesto democrático.

—Sí, que venga alguien de Izquierda –dijo el dueño de la mansión, don Anselmo. –Yo creo en la Democracia.

Y así fueron llegando esa noche a la mansión, en las alturas de un monte, los 16 invitados de Derecha y por fin Vicente, el único invitado de Izquierda, para la cena democrática de don Anselmo.

Por desgracia el invitado principal, don Ramiro, no estuvo de acuerdo cuando vio a Vicente subir las escaleras de la entrada, muy orondo en su saco azul claro, en la bolsa del pecho la mascada de seda azul oscura con lunares blancos.

—Don Anselmo –le dijo al anfitrión—, si él está, yo me voy.

—¿Pero por qué? –se angustió don Anselmo.

—Diferimos en todo.

—Pueden dialogar.

—Es un po pu lis ta –mordió el aire don Ramiro. –Además –agregó—, la meta de la reunión estaría de antemano fracasada, con un espía presente.

El pobre don Anselmo tuvo que ir al vestíbulo a comunicarle al recién llegado que el invitado principal no quería indigestarse con su presencia a la mesa.

Vicente atisbó sobre el hombro del anfitrión, que era muy rico pero muy bajo de estatura, al reparto de la mesa democrática y respondió:

—No se preocupe querido don Anselmo, me voy. Ahora mismo pido un Uber.

Vicente salió otra vez a la noche fría y pidió el Uber.

Pero el Uber no llegó. Según se mostró en la pantalla de su teléfono, luego de ascender por la carretera que llevaba a la mansión, canceló el viaje. Lo mismo sucedió con el segundo Uber.

Vicente cruzó el comedor donde los distinguidos comensales hablaban acaloradamente sobre la Democracia, entre cucharadas de sopa de calabaza.

Se perdió entre salones con cuadros magníficos y sofás, y llegó al umbral de la cocina, donde el capitán de meseros exclamó al verlo:

—Don Vicente, ¿es usted en persona? No me pierdo su programa en internet, lo escucho diario. Permítame y lo conduzco al comedor.

—No, no me conduzcas compadre –le dijo Vicente. –Me vetaron de la cena.

—Ah carambas, entonces siéntese a cenar acá, de por sí están cenando acá los choferes de los invitados. Siéntese por favor y cuéntenos cómo va la Patria.

—Si me pides un Uber que sí llegue hasta acá –dijo Vicente.

—Ah sí —el capitán explicó: —No los dejan pasar en la garita de abajo y cancelan. Ahora mismo lo arreglo. Pero háganos el honor de cenar en la cocina.

Así sucedió. Los opositores al gobierno hablaron mucho de la Democracia en el comedor, entre bocados de salmón, mientras en la gran cocina industrial Vicente fue servido por las cocineras el mismo salmón, a la misma mesa que los choferes de los invitados y entre el ajetreo de las pinches y los meseros.

Dos cenas. Dos países. Una fábula que me regaló la realidad, yo solo la transcribo.

—Oiga don Ramiro –dijo el anfitrión en el comedor –, lo único malo que yo veo en la Democracia es que mi voto cuenta lo mismo que el de mi cocinera.

—O de los meseros –agregó reflexivo otro invitado— o de nuestros choferes.

—O de sus trabajadores, don Anselmo –agregó un tercer invitado—, que son más de cien mil.

—¿Cómo ganamos su voto? –se aterró don Anselmo. —¿Qué les ofrecemos nosotros a the service para que voten como queremos?

Susurró “the service” (el servicio en inglés) para que the service no supiera que hablaban de ellos.

Don Ramiro se acodó en la mesa y le preguntó incisivo a Don Anselmo:

—Do you have the vaguest idea of ​​what the service wants?

Don Anselmo iba a responder, pero entró al comedor una fila de meseros con charolas para servir el postre, mousse de chocolate, y con un ademán indicó que hablarían de ello después, cuando the service se retirara. Solo dijo en voz alta:

—Carajo, estoy siendo censurado en mi propio país, por the service.

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