1. Margara S. trabajaba de cajera en una sucursal del Banco Azteca de la ciudad de Guadalajara, cuando el gobierno llamó a la población a guardarse en sus casas, para protegerse del Covid-19.
Margara, de 36 años, tenía dos hijos pequeños, y se preocupó: no quería infectarlos ni tampoco morirse y dejarlos huérfanos, así que visitó el escritorio del gerente de la sucursal para pedirle que la dejara confinarse.
—Grupo Salinas no cierra –repitió el gerente el lema de los cartones que le habían mandado pegar por la sucursal. –Grupo Salinas sigue trabajando.
—Mi sobrino trabaja en una pequeña empresa —contestó ella—, se llama Biopisa, y le están dando permiso de faltar, con un pago parcial de su sueldo.
—Tú eres libre de no venir –le recordó el gerente. –Pero si no vienes no se te puede pagar tu salario. Sería abandono del trabajo.
Margara bajó la mirada humillada: la libertad a la que el gerente aludía era teórica en su caso: o iba a trabajar o sus hijos no comían: no tenía otra opción que seguir yendo a trabajar diario.
—Mira en la tele lo que ha dicho don Ricardo –le aconsejó el gerente. —Te dará ánimo.
Por esos días el dueño de Grupo Salinas, Ricardo Salinas, había dado un discurso a sus ejecutivos que se repitió en los noticiarios de TV Azteca, su televisora.
—Están apanicándonos –dijo. —Debemos olvidarnos de la ecuación equivocada (de) que virus es igual a muerte. No es cierto. Este virus no es de alta letalidad y para saberlo solo hay que ver las cifras. El dato del 4% de mortalidad (que da la OMS) está mal. Es en realidad del 0.4%... y la inmensa mayoría de los difuntos han sido gente muy mayor, de un promedio de 80 años.
Y a continuación Salinas llamó a sus empleados a seguir saliendo de sus casas a trabajar, como si fueran héroes que salieran a defender un derecho humano: la libertad.
Margara le creyó a ese jefe distante y le creyó también a los conductores que en distintos programas de la televisora repitieron el mensaje.
¿Cómo podían estar engañándola gente tan culta y distinguida? ¿Cómo podían ellos mismos estar asistiendo a los foros de televisión, a diferencia de los conductores de otras televisoras, que aparecían en las pantallas vía internet, desde su confinamiento?
Por esos días se suspendieron los cursos en las escuelas y Margara tuvo que solucionarles las horas diurnas a sus hijos. Se los entregaba cada mañana a su madre, que vivía con su hermano y su esposa, y los recogía al salir de Banco Azteca.
2. Mi informante, un pariente cercano de Margara, me dice que me cuenta a mí lo que le ocurrió a ella por una razón. Porque yo, que trabajaba también para el Grupo Salinas, escribí en Tuiter, al inicio del confinamiento, que no le aceptaba a Salinas Pliego sus órdenes heroicas.
¿Quería sacrificar su vida en nombre de una teoría de la libertad, por lo demás bastante discutible? Adelante, que arriesgara su vida, no la mía ni la de sus trabajadores.
Desde aquellos tuits, decenas de trabajadores del Grupo me llaman o me escriben, me envían circulares, fotos y documentos, y me cuentan sus historias de terror.
3. Dos meses después, la mamá de Margara enfermó de Covid-19. Una semana después, Margara misma enfermó. Las ingresaron a la Clínica del Seguro Social, aunque estaban encamadas en alas distintas.
A las dos semanas la madre murió asfixiada. Tendida en su cama de hospital, Margara se enteró de su fallecimiento cuando leyó en su celular los pésames de amigos y familiares. Desesperada por el dolor de haber contagiado a su madre, Margara murió una semana más tarde.
Su hermano y su esposa, donde la madre vivía de fijo, también se infectaron. Por fortuna, luego de una lucha terrible contra el virus, sobrevivieron, y ellos y los hijos de Margara ahora están sanos, aunque huérfanos.
Además, en la misma sucursal ha habido varios otros fallecimientos.
Me dice mi informante que sí quiere que se conozca la historia de su hermana, y eso porque quiere algo a cambio:
—Quiero –dice despacio, palabra por palabra– un poco de justicia.