Son dos los ejes de desigualdad que cruzan a México como la X en su centro.

La desigualdad económica, que va de los billonarios a los que se duermen cada noche con hambre. Y la desigualdad de género, que va de los privilegios de ser varón a las dificultades y peligros de ser mujer en una cultura Patriarcal.

Hay que decirlo pronto. Cuando en un siglo se historie el lustro que vivimos, antes que nada los historiadores se referirán al repentino ascenso de las mujeres a la mitad de los puestos de poder político –y con ellas, al ascenso de la promesa de que el segundo eje puede disolverse.

Un suceso social tan ubicuo que a veces se nos olvida nombrarlo.

¿Está ahora —y en consecuencia— México preparado para una mujer presidenta?

La respuesta es: casi es inevitable que tengamos una presidenta el próximo sexenio.

La misma Derecha lo ha entendido y en la última semana sus intelectuales más conspicuos han señalado a una mujer, a Xóchitl Gálvez, como la que debiera ser su candidato a la presidencia.

Y por su parte la Izquierda lleva un año teniendo a un candidato puntero que es una candidata. Claudia Sheinbaum.

No es seguro sin embargo que sucederá: ya vemos a la misoginia luchar contra el suceso dando sus frenéticas y fétidas flores misóginas.

Está gorda. Es demasiado guapa. Llega ahí porque es amante de Fulano. O porque es la hija postiza del Presidente. Pero es arrogante. Se le acaba la voz al primer mitin. Es sumisa y se queda calladita. Es enojona y alza la voz.

A las mujeres se nos mide con dos varas. La vara machista y la vara del mérito.

Pero de entre las descalificaciones machistas hay una sola que sí es importante. La especulación de que las mujeres candidatas, al llegar al Poder, no harán una diferencia para las otras mujeres.

¿Para qué apoyar el ascenso de una mujer a la presidencia si no cambiará la vida diaria y concreta de las mujeres de las fábricas y las oficinas, de las servidoras domésticas y de las mujeres que se quedan en el hogar?

En ese sentido escribió la doctora Denisse Dresser la semana pasada. Lo puso así, refiriéndose a Claudia Sheinbaum: “No se le ataca por ser mujer… sino por ser una mujer que ha abandonado las causas de las mujeres”.

El texto de la politóloga desató previsiblemente un torrente de otros artículos. Parecía el arma idónea para desactivar el mayor positivo de Claudia Sheinbaum —su ser mujer— y convertirlo en un negativo —es una mujer que ha traicionado las causas de las mujeres—.

Pero por fortuna —para l@s feministas— es una mentira. Una mentira flagrante y voluminosa, que se desinfla en su primer contraste con la realidad.

Recién llegada al gobierno de la CdMx, Claudia Sheinbaum fundó la Secretaría de la Mujer, de donde partieron otros programas pro-mujer –y de los que enlisto apenas algunos sobresalientes.

Se capacitó en perspectiva de género y derechos humanos a todo el personal del gobierno. Se formó la Unidad de Género en la Secretaría de Seguridad, a cargo de policías mujeres especializadas en la atención a víctimas de violencia. Se colocaron cámaras de vigilancia en todos los transportes públicos.

Se construyeron los Senderos Seguros: 710 kilómetros de vialidades bien iluminadas en las 16 alcaldías de la CdMx, para que las mujeres puedan caminar de noche en el regreso a sus hogares. Se construyeron, también en las distintas alcaldías, 27 Lunas: centros de atención para mujeres víctimas de violencia.

¿Qué resultados arrojaron estos —y otros— programas pro-mujer?

Disminución de feminicidios (28%). Aumento de captura de agresores sexuales (55%). Disminución de muertes violentas de mujeres (26%).

Por cierto, ¿cuál es el historial de políticas pro-mujer de los otros presidenciables? ¿Qué han hecho por nosotras Creel, Ebrard, Noroña, Xóchitl o Adán Augusto?

Hay que indagarlo.

Porque si en algo sí le asiste la razón a la doctora Dresser, es que el asunto del género debe dejar de ser considerado solo en lo simbólico. Debemos de sacar la vara feminista del closet del pudor y medir con ella a cada presidenciable en lo que ha hecho por la mitad femenina del país.

Y también hay que pedirle a cada cual que precise qué haría por nosotras de llegar a ser presidente.

Porque medir a todes con la vara feminista —y decidir el voto considerando esa medida— es indispensable para asegurar el ascenso de las mujeres a la plena igualdad.

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