En la mañanera previa a saberse enfermo de Covid , el presidente López Obrador dijo que él prefiere ser “radical” –en el sentido de ir a la raíz de las cosas. “No somos centristas”, dijo.
“La medianía no funciona”, concluyó.
Qué bueno que así empieza a verlo el presidente. Los que votamos por él, suponiéndolo un líder de Izquierda, no del Centro, queremos de él justo eso: más Izquierda y menos concesiones a las cosas como han sido.
Quisiéramos el radicalismo de un combate contra la corrupción que no haga concesiones o negociaciones en oficinas cerradas.
El caso Emilio Lozoya nos ha mostrado que en un caso de tráfico de influencias “difícil de probar”, en el que el acusado era tratado con guantes y reverencias, como a un príncipe en el destierro de su feudo, ha bastado un manotazo del presidente en su escritorio, para que de golpe lo difícil se vuelva fácil: en un mes el caso Lozoya se ha convertido en un proceso judicial serio, ajustado a las leyes, donde ya hay acusaciones firmes y ya se vislumbran sentencias justas.
Más Lozoyas procesados, menos Peña Nietos tránsfugas. Más García Lunas , Chapos Guzmán , menos generales Cienfuegos , menos Duartes.
Menos casos ejemplares solitarios y más bien una normalidad en la persecución de los crímenes de corrupción: el que ha timado al Estado, es perseguido, capturado, sentenciado y encarcelado. Y debe restituir al Bien Común lo que ha expropiado para sí.
Lo propio quieren los votantes de Izquierda en cuanto a la pobreza.
Las ayudas a la mitad más pobre de los hogares del país son una medida importante, acaso la más relevante de lo que va del sexenio. Triplicar el monto del salario mínimo también ha sido relevante. Y sin embargo no bastan estas dos medidas. ¿Dónde está el aliciente del gobierno a los trabajadores para ganar más derechos laborales?
La Secretaría del Trabajo navega este sexenio dormida, una Ofelia de espaldas en un río verde. Debería estar propiciando sindicatos fuertes. Vigilando el pago de indemnizaciones para los trabajadores despedidos, que en estos dos años han sido millones —al menos 2 millones—. Propiciando cooperativas.
México tiene el deshonor de ser uno de los países del mundo con peores salarios. Es decir, donde los dueños y los accionistas de las empresas se llevan una proporción más exagerada de las ganancias, mientras pagan a sus trabajadores migajas. Esta es la fuente de la desigualdad –y un gobierno de Izquierda debería estar interviniendo de forma agresiva para remediar esta desproporción.
Menos bullas retóricas con la Derecha y más derechos laborales . Menos lucha por el relato con los intelectuales neoliberales y más sindicatos cambiándole la economía a los trabajadores de carne y hueso.
Y por fin está la esperanza de que el país camine a ser un Estado de Bienestar, la promesa de oro de la Izquierda moderna.
En un país donde el 1% de los más ricos posee más riqueza que el 50% más pobre, y además paga poquísimos impuestos, a qué preguntarse por qué los servicios de salud y educación públicos sobreviven en la precariedad, con presupuestos insuficientes.
¿Qué es la Patria si no es hospitales y escuelas gratuitos y excelentes? La Patria real es de carne y hueso, de concreto y vidrio, de pupitres y camas de hospital. La Patria retórica en cambio es una abstracción inasible. Un retrato de familia de héroes muertos.
Mejores servicios públicos y menos pleitos conceptuales. Fotografías del presidente con líderes de los trabajadores y ninguna con el peor billonario de México, el más abusivo y corrupto.
En síntesis:
Justicia pareja. Un gobierno de parte de los trabajadores, no de los billonarios. Y Estado de Bienestar. En el marco de la democracia, esta es la izquierda posible y es por la que votamos, los que votamos por la Izquierda .
Lo que nos impacienta no es desde luego el proyecto de Izquierda de este gobierno: son las excepciones que en su aplicación se han venido acumulando, es decir: la falta de radicalismo, presidente.