En los nuevos golpes de Estado no planean aviones ni se movilizan ejércitos enteros. Es más simple, y la conflagración empieza en el lenguaje público.
Una sociedad se polariza en el terreno del lenguaje. Se divide en dos ideológicamente. De pronto una pequeña facción pasa del verbo a la violencia física e intenta arrebatar el Poder presidencial por medio de las armas.
Sucedió así en Norteamérica hace dos años.
Luego de 4 años en que la prensa liberal y la prensa pro-trumpista fueron subiendo los decibeles a sus dos relatos antagónicos, los ultras de la Derecha, en su mayoría veteranos del ejército, inconformes porque su líder perdió el Poder en las urnas, se aliaron a facciones radicales de las fuerzas del orden y del servicio secreto –y tomaron el Capitolio, la residencia del poder legislativo.
Planeaban asesinar a la cabeza del Congreso y capturar al vicepresidente para forzarlo a imponer a Trump en la presidencia.
Sucedió en Perú hace un mes.
El Poder Mediático giró unánimemente a la Derecha, generó un relato violentísimo contra el presidente Pedro Castillo, con el que azuzó al Congreso para paralizar todas y cada una de sus iniciativas, mientras pactaba secretamente con las fuerzas del orden.
Castillo dio el primer golpe: declaró nulo al Congreso. A bote pronto el Congreso dio el segundo golpe, preparado de antemano: aliado a las fuerzas del orden, encarceló al presidente —y tomó la presidencia.
Hoy el pueblo indígena camina las avenidas de las ciudades mestizas cantando Ahora sí, revolución civil.
Y sucedió recién en Brasil, calcando el cartabón trumpista.
Luego de un Poder Mediático dividido y generando relatos opuestos e hiperbólicos, los ultras del expresidente Bolsonaro, recién derrotado en las elecciones, se coaligaron con una facción de las fuerzas armadas y quisieron tomar la residencia del Poder Legislativo.
Lo que ocurre hoy en México no es distinto en sus trazos gruesos.
Llevamos 4 años de narrativas radicalmente opuestas que fluyen desde dos fuentes. La conferencia matinal del presidente Obrador y el Poder Mediático Comercial, unánimemente anti-presidente y con los decibeles de la hipérbole a tope.
Según el Poder Mediático Comercial, en el que los neutrales o los izquierdistas han sido expulsados o contagiados por los radicales, y que hoy podemos llamar ya de franca Derecha, vivimos en una dictadura, hay un cataclismo económico, la Democracia peligra –y este gobierno no ha incurrido en una sola acción benéfica.
No sabemos de qué lado están hoy las fuerzas armadas. Suponemos que el Ejército y la Guardia Nacional apoyan al presidente Obrador. Pero desconocemos si a su interior hay facciones rebeldes y nada sabemos del otro ejército del país, el del narco. Hoy pudieran estar tranzando con la Ultra-Derecha. Por definición una conspiración no se revela hasta que actúa.
Lo único seguro es que en estas últimas semanas hemos visto varios descensos a la violencia física.
El atentado contra el periodista Ciro Gómez Leyva fue ejecutado por sicarios del narco, pero que bien podrían haber sido contratados por la Ultra-Derecha, para sembrarle al gobierno una crisis.
Y los tres “accidentes” en el metro de la Ciudad de México, una ciudad regenteada por la candidata puntera para ganar las próximas elecciones presidenciales para la Izquierda, son sospechosos.
Su frecuencia –en días casi sucesivos— y sus fechas —coincidentes con la visita de los presidentes de EUA y Canadá—, hacen pensar en sabotajes. No en vano el presidente Obrador ha ordenado el despliegue de la Guardia Nacional en las instalaciones del metro.
Cuando hoy jugamos al insulto, la difamación y la hipérbole en el lenguaje, debemos estar conscientes de qué fuego atizamos. Un fuego real, que quema y se expande rápido, volviendo ceniza lo que envuelve. Y debemos igual recordarlo: una guerra civil es como un incendio, se puede saber cómo inició, pero no donde terminará.
No se vale ser ingenuos en tiempos peligrosos.
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