Hace unos días caminaba paralela a un grupo de pingüinos. 6 pingüinos en fila india, uno tras otro.

Parte de la larguísima fila de grupos de pingüinos que caminaban al mar oscuro y helado y que partían de un extenso valle repleto de pingüinos, cerca de dos millones, que esperaban su turno para enfilarse al mar. Todo en medio de un viento moteado de nieve.

South Georgia, al final del mundo, según los geógrafos. Al principio del mundo a mi entender.

En tres días de observarlos no vi una sola querella en la marcha al mar. Ni un pingüino que escapara de la fila. Ni un pingüino policía que vigilara la cadencia de los pasitos con que cada pingüino balanceándose avanzaba. Ni un líder que la dirigiera.

Las reglas que ordenaban la marcha eran dos muy simples: todos iban al mar y en cada grupo había pingüinos viejos que una y otra vez habían ya caminado ese camino y había pingüinos bisoños, que la realizaban por primera vez imitando a los más avezados.

Vuelvo a México y no entiendo qué hacemos acá los miembros de la tribu.

Ah, esto que hacemos es la democracia, me acuerdo. El sistema es dividirse en dos facciones. Una que gobierna, la otra que ya no gobierna ni en su casa, y que sin embargo es mayoría en los debates televisados, quién sabe para qué. El método es discutirlo todo: no, corrección, más bien pelearlo todo.

Vuelvo y re-descubro que en mi celular guardo varios chats muy activos en los que no participo porque son contrarios a la Izquierda que gobierna. Cuando participé me descalificaron porque contradecía el ánimo catastrófico. En algunos de hecho todos los participantes se fueron a formar otro chat sin mí: me dejaron sola al fondo del chat abandonado para seguir ellos en otro chat luchando a gusto contra la Izquierda.

Me asomo a los chats activos: siguen en su relato de un país que es una dictadura y un desastre económico. Me asomó a mis chats de Izquierda: seguimos triunfando en llevar al país a una vida más democrática. Qué bien.

Recuerdo: hace 7 años los mexicanos nos afiliamos a una narrativa o a la otra: desde entonces, no vivimos en el mismo país, vivimos en dos relatos distintos. Lo que estorba a cada relato, el relator lo omite, lo que le falta para completar su relato, lo inventa. Y como sabemos qué eso hacen también los informadores de los medios de comunicación, les creemos la mitad –o nada.

Pero si durante los próximos tres años el relato de la Izquierda será el único que pueda volverse realidades, ¿para qué sigue la dinámica? Por costumbre, supongo.

El barco que transportó a nuestra cuadrilla de expedicionarios contaba con GPS y en cualquier momento cualquiera podía consultar el mapa de dónde nos hallábamos y el clima a nuestro derredor, así como el mapa y el clima para las siguientes 48 horas y el cálculo del tamaño de las olas que deberíamos surcar. Olas serenas de un metro de alto o tormentosas de hasta 10 metros de alto.

Y la computadora del barco calculaba las posibles rutas y las calificaba y también elegía la más benigna.

No tenemos perdón los humanos: hoy discutimos todo el día cuál es la Verdad, cuando hoy contamos con la mejor tecnología que jamás hayamos tenido para conocerla de forma directa. Darwin se hubiera vuelto loco de felicidad asomándose por un GPS a cualquier isla del planeta, como hacen hoy los biólogos. Marx hubiera llenado sus tratados con los números reales de la producción de las fábricas y de la distribución de las ganancias.

¿Por qué en lo que toca a la navegación de un país debemos ampararnos en dichos de personas mayormente interesadas en acumular poder individual o para su grupo político?

Eso es lo que ha deformado nuestra conversación pública: salvo brillantes excepciones, no es una conversación, es una guerra por el poder. La meta no es la prosperidad de la tribu, sino la derrota del otro bando. La democracia es la guerra conceptual perpetua.

¿Y para qué guerreamos, si recién en las elecciones pasadas ya decidimos cuál modelo nos guiará durante los próximos tres años? Una Izquierda cuyos problemas a resolver son la desigualdad económica, la injusticia, la seguridad, la corrupción.

Tal vez, pienso, es el momento de dejar de participar en la guerra y empezar a trazar los mapas de cada uno de esos asuntos. Mapas fieles a la realidad. Me parece que sí, eso sería lo más útil para la tribu.

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