En entrevista con Lilly Téllez, Luis Alberto Medina le preguntó qué ha hecho por el estado del que es senadora, y Lilly respondió:

He puesto a Sonora en alto. Lo he hecho tan bien, que me pusieron en las encuestas como precandidata a la presidencia… Imagínate qué más orgullo para los sonorenses.

Es decir, para Lilly la política es un concurso de belleza. Los sonorenses la eligieron como su representante al concurso nacional y ha llegado a las finales. Si gana, los hará felices trayéndoles la corona: la podrán mirar de lejos, guardada dentro de una vitrina.

En su mapa no existen los pobres, la necesidad de hospitales y escuelas o de caminos asfaltados. Toda esa fealdad de la necesidad humana no existe.

El entrevistador entonces le preguntó qué ha hecho en 4 años por los sonorenses de carne y hueso.

Lilly pidió a un asistente que le entregara unos papeles y empezó a leer las solicitudes que ha presentado en el Congreso. Resulta sin embargo que de unas no sabía si habían derivado en acciones concretas y de otras estaba segura de que habían resultado en nada.

El entrevistador insistió:

—La gente se queja de que nunca vienes a Sonora.

Lilly se admiró. ¿Cómo para qué debía ir a Sonora?

—Otros senadores vienen a preguntarle a sus representados qué necesitan –explicó el periodista.

—Ah, es que yo soy diferente—explicó Lilly.

Y sí, es diferente: es un ejemplar de la política sin polis, sin pueblo.

La política de los políticos que imaginan al pueblo como a un extenso público emocionado con el reality show donde ellos son las fulgurantes estrellas. Pero Lilly no es la única en esa categoría.

Hace un par de sexenios, un político me pidió que le presentara al mejor publicista de México. Quería ser presidente y para ello había un trámite fastidioso: que el electorado votara por él.

Se sentaron en el centro de mi sala en sendas sillas, Clark y el candidato. Y Clark le preguntó:

—¿Qué ganaría yo como ciudadano mexicano si tú eres el presidente?

—No compadre –le contestó el político. –No me lo preguntes, quiero contratarte para que tú se lo digas al pueblo.

—Pero para que yo lo divulgue entre el pueblo, antes tú tienes que decirme qué nos ofreces.

—Mira cabrón –adelantó el torso el político—, estoy seguro de que soy el candidato más inteligente de este país. Tu trabajo ahora es explicarle a la gente para qué les sirve eso a ellos.

Que cada mexicano tiene sus propias necesidades y vota atendiendo a ellas, era algo que no le cabía en la cabeza al candidato. Su imperiosa necesidad de ser su Patrón Manda Más se lo eclipsaba.

En otra ocasión invité a la crema y nata de los productores de Cultura de México para que el político narcisista les hablara. Ya reunidos cerca de 40 productores en mi sala, el político empezó por decirles:

—En la última encuesta de las prioridades nacionales, la Cultura ocupó el lugar 115.

Fue un bajón entre los productores de Cultura y esperaron en silencio la propuesta del candidato para enmendar esa injusticia.

Pero no llegó. Lo que hizo el candidato fue decirles:

—Entonces olvidemos a la Cultura y pasemos a hablar de cómo yo voy en las encuestas.

Siguió hablando mientras los productores fueron alzándose de las sillas y yéndose a la cocina donde de pronto estaban 35 de ellos hablando de sus proyectos artísticos y acabándose mis botellas de tequila.

Sí, era una cocina muy grande.

Fue peor en el desayuno con mujeres en Mérida. Mil mujeres pagaron 2 mil pesos por el honor de comer huevos a la mexicana con el candidato. Llegados los cafés a las 80 mesas, el candidato tomó el micrófono y se puso en pie para decirles:

—Ya existen todas las leyes para que ustedes no sean discriminadas. Si no tienen éxito en la vida, señoras, es SU problema, no el mío. Así que pasemos a hablar de cómo yo voy en las encuestas.

—¿Cómo nos fue hoy con la gente a la que le hablé? –me solía preguntar el candidato.

Le contestaba yo siempre:

—Perdimos todos sus votos más los de sus familiares y amigos.

Se reía el candidato ante lo que suponía una broma. No lo era.

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