Un solo hombre posee en México más riqueza que la mitad más pobre de la población. Carlos Slim .
Ese y los otros datos duros de este ensayo son de Oxfam .
Ahora imagine el lector una de esas unidades habitacionales de lujo. Una alta barda electrificada rodea un extenso prado arbolado, con veinte edificios de quince pisos cada uno y cada piso dividido en dos amplios departamentos.
Bueno, los jefes de familia que viven ahí son más o menos el número de personas que en México poseen más riqueza que el 90% de la población. En efecto, 655 billonarios poseen más riqueza que el 90% de la población.
Esa es la Gran División en nuestra sociedad —la gran brecha objetiva que la recorre—, esa es y no otra.
Y la pandemia no ha hecho mella en las grandes fortunas de los 655. Mientras durante la pandemia 4 millones de clase-medieros cayeron a la pobreza y 2 millones de pobres cayeron a la extrema pobreza, los billonarios vieron sus fortunas aumentar en 27%.
¿Qué hacemos con esta brecha que se ha venido ahondando los últimos 30 años y seguirá ahondándose?
Hay tres opciones.
No hacemos nada. Seguimos distraídos con discursos políticos llenos de bombos, platillos y trompetas, que no incluyen esta realidad y por tanto no le ofrecen solución.
Hacemos una revolución armada.
O alteramos los mecanismos que llevan a esa desigualdad.
Los dos mecanismos principales de la desigualdad no tienen misterio. Son los bajos salarios y los pocos impuestos que pagan los 655.
Es decir, los 655 pagan a sus asalariados un porcentaje ínfimo de la ganancia de sus consorcios, guardándose la gran tajada para sí mismos –y sus accionistas, si los tienen. Y la tasa de impuestos que pagan es absurda –cuando los pagan. Es la misma tasa de impuestos que pagan sus choferes o sus cocineras.
¿Cómo alterar esos dos mecanismos?
Sin una revolución de por medio, hay solo un agente que puede alterarlos. El Estado. En las democracias capitalistas del siglo 21, el Estado debería tener la misión de que el capitalismo sirva a todos, no solo a 655, y en la medida que no asuma la tarea, debemos saber que es cómplice de la creciente desigualdad.
Alterando esos dos mecanismos ha estado precisamente la ministra de Trabajo de España, Yolanda Díaz, durante un año. Conversó largo y con paciencia con los mega ricos y con los principales líderes de trabajadores de su país, y por fin logró un nuevo Pacto Laboral. Una reforma laboral que casi fenece en el Parlamento, rechazada por la Derecha, pero que fue aprobada por un solo voto.
La reforma española volverá normales los contratos precarios, aumentando así una buena parte de los salarios y dándoles a todos los trabajadores acceso a los servicios sociales gratuitos y de calidad, al tiempo que aumentará los impuestos a los billonarios, para fondear esos servicios públicos.
Las proporciones no son todo lo que esperaba la ministra, o los trabajadores, pero lo importante es que un giro hacia la mayor igualdad: la calidad de vida de todos los españoles aumentará en cosa de un año.
El politólogo y economista sinaloense, Mario Campa , coincide: en nuestra conversación reciente en Largo Aliento (Los Billonarios de México), narró con detalle cómo el aumentarle a los 655 un 5% de impuestos cambiaría en cosa de un año la calidad de la vida del resto de los 120 millones de mexicanos, dándoles acceso a educación y salud públicas, gratuitas y de mejor nivel.
Para lograrlo, solo se necesita un elemento ahora ausente. Un gobierno que se decida a tomar partido por los trabajadores, interviniendo los mecanismos de su pobreza.
Cosa curiosa, Yolanda Díaz suele admitir que es comunista. No sé, a mi la palabra “comunismo” me trae imágenes de revoluciones armadas y sangrientas que han derivado en fábricas dirigidas por burócratas y convertidas al cabo de décadas en chatarra. Por eso prefiero llamar a la nueva estrategia de la Izquierda en las democracias capitalistas como Socialismo para el siglo 21.