El viernes recién pasado la mayoría en el Congreso, formada por los legisladores afines al presidente López Obrador , aprobó la ley que reformará al Poder Judicial, incluyendo el transitorio que amplía por dos años el periodo de Arturo Zaldívar como presidente de la Suprema Corte de Justicia . Una ampliación que le garantiza al presidente López Obrador la calidad de la ejecución de la reforma en cuestión, dada la afinidad del juez Zaldívar con su proyecto.
De inmediato se levantaron las voces indignadas llamando al asunto un albazo y al Presidente un dictador. Y de seguro las tres palabras unidas se repetirán por doquier en las semanas que vienen. Dictador, presidente, López.
La acusación de que el Presidente es o quiere ser un dictador no es nueva. De hecho, es la razón de ser y la propuesta de futuro de toda la Oposición partidista que contiende en estas elecciones. La coalición México Va, formada por el PRI, el PAN y el PRD, fue formada expresamente para lograr una mayoría en el Congreso que obstruya con su voto las aspiraciones dictatoriales de López Obrador. Es así: México Va no tiene más oferta de futuro que esa, decirle que no a cada iniciativa del Presidente, y misteriosamente no siente que requiera más narrativa.
De hecho, México Va nace de una carta circulada por Enrique Krauze y firmada por 30 intelectuales al inicio del año pasado. El Presidente llevaba gobernando apenas un año cuando la carta llamaba ya a los partidos de Oposición a reunirse bajo una sola bandera para “detener la deriva autoritaria de López”. Que resulta ser la misma acusación de la campaña del PAN en contra del entonces candidato López Obrador en la contienda electoral del 2018: López quiere ser un dictador y hay que pararlo. Que a su vez retomaba la acusación del PAN en las campañas electorales del 2012 y del 2006: López es un peligro para México, porque quiere ser un dictador de Izquierda, idéntico a Hugo Chávez .
Tiene su gracia la longevidad de la paranoia de los neoliberales y su pobreza discursiva: López quiere ser o ya es un dictador. “Es como el loco que inventa al coco y luego le tiene miedo”, parafraseando a sor Juana Inés de la Cruz.
Lo que vemos es de hecho lo contrario. Vemos a un presidente de Izquierda que juega en el tablero democrático sus piezas, para asegurar que su proyecto avance. Realiza alianzas con partidos para asegurarse una mayoría en el Congreso. Nombra jueces afines en la Suprema Corte de Justicia y busca alargar en su presidencia a un juez afín, para lo propio. Más de un purista ha objetado que en este ajedrez López Obrador ha sacrificado ideales, y es verdad, que se ha asociado a políticos truhanes, algunos de los cuales merecerían estar en la cárcel, y es verdad también, y que se le pueden señalar más desviaciones de la ética hacia el pragmatismo. Pero si lo que hace es para ganar en el ajedrez democrático, es delirante acusarlo de estar destruyendo la Democracia.
Un dictador no asegura una mayoría en el Congreso. Lo disuelve. Un dictador no coloca en la Suprema Corte de Justicia a sus alfiles. La clausura. Un dictador no crea una coalición para ganar lugares de poder en una elección de medio término. Cancela las elecciones. Un dictador no juega el ajedrez de la Democracia: bota el tablero para que las piezas vuelen por el aire.
Lo que vemos en realidad es una Oposición que cuando fue gobierno no pudo resolver los dos problemas más graves y antiguos de México. La desigualdad y la corrupción . Al contrario, los gobiernos neoliberales del PAN, como los gobiernos neoliberales del PRI, agravaron esos problemas. Ahora que es el turno de la Izquierda para intentarlo, un turno otorgado por los ciudadanos en las urnas, la Oposición haría bien en concentrarse en el esfuerzo intelectual de urdir una nueva narrativa de futuro que pretenda lo propio.
Pero no. Le da pereza filosófica a la Oposición neoliberal. Prefiere el facilismo de re-editar una rancia paranoia. López, dictador, es o será o quiere ser o habría sido.