Ahí estaba adelante en la carretera, estampada en la luz matinal, la Virgen de Guadalupe, flotando en el aire, vestida en camiseta blanca y vaqueros azules.
—Para la camioneta —le ordenó el PG al chofer. Se bajó al asfalto y la Virgen, morena, de ojos achinados, bajó del aire, sus tenis se depositaron en el asfalto y fueron caminando hasta él.
—Deja entrar a todos a Morena –le dijo cuando se encontraron cara a cara. Era una asesora política que no usaba cortesías de trámite, iba siempre directo a la estrategia. –Deja entrar a los buenos y a los malos y a los regulares. A los idealistas y a los oportunistas tramposos y a los que no saben ni qué son. Y tú nada más sigue diciendo qué Patria queremos.
Así hizo desde esa mañana el PG y así su movimiento se volvió un ejército de buenos y malos y regulares y el PG solo se dedicó a seguir haciendo soñar a la gente en los tres mítines de cada día: la gente cerraba los ojos y él desde el micrófono en el templete enunciaba:
—Un país donde no se miente, no se roba y no se traiciona.
—Amén —murmuraba la gente a coro.
En las reuniones con los idealistas, en los vestíbulos de los hoteles del borde de las carreteras, solía saltar la pregunta:
—Oye Andrés Manuel, pero si ganamos, ¿qué hacemos con los tramposos? ¿Cómo evitamos que los malandrines nos roben el sueño?
El PG sonreía, ladino como era.
—Yo se los garantizo —les decía. –Yo me encargo de ellos. Ustedes ni se agobien. Yo tengo mis contactos ahí con los ángeles.
Un año después, cuando el PG era ya presidente y sus huestes ya estaban instaladas en los puestos de Poder de la Patria, se volvió evidente que el PG había tenido razón en eso, como en tantas otras cosas que predijo: en ese país sin Ley ni Orden, sólo el PG podía ser el garante de que sus acólitos no robaran, no mintieran y no traicionaran.
Su leal vocero de los años de exilio, César Yáñez, fue embrujado por la oportunidad de ser novio de portada de la revista fifí por excelencia, la revista Quién. El PG lo sacrificó, con un dolor de corazón en el trámite.
Su amiga de aquella remota y feliz infancia en la selva de Tabasco, su Secretaria de Ecología, ordenó a un avión comercial esperarla, dando muestras de una imprudencia temeraria. El PG la destituyó, con lágrimas en los ojos.
Su hermano de conversaciones largas como las noches, Porfirio Muñoz Ledo, anunció que se quedaba de Presidente vitalicio del Congreso, y el PG tuvo que mandarle decir que ese hurto no embonaba con la promesa de un país decente —y Muñoz Ledo respondió que la Historia y el Poder y Bla bla bla, y se bajó del sillón del amo.
Pero Ricardo Bonilla anunció que se robaba tres años de gobierno en la lejana provincia de Baja California, y cuando el PG le ordenó que los devolviera, le respondió que no y que no y que no. Y esta vez el PG se quedó pasmado, con las manos guardadas en los bolsillos, sin saber qué hacer con el rebelde.
Y su adversario-amigo-socio-detractor Ricardo Monreal se robó para una acólita una elección de Presidente también en el Congreso, y de nuevo el PG se quedó chiflando por los pasillos del Palacio Nacional una canción desorientada.
Y por fin, cuando a su otro amigo de los años del exilio, al licenciado Manuel Bartlett, un periodista le descubrió veintitantas casas no declaradas en su declaración patrimonial, el PG se rascó la mollera y dijo a su secretario particular:
—Este señor es de los nuestros y no lo vamos a importunar.
Algo pasó entonces con el sueño del PG. Cuando lo apalabraba ante un micrófono y ante la gente ya no sonaba igual. Eran las mismas palabras:
—Un país donde no se roba, no se miente y no se traiciona –pero la gente ya no cerraba los párpados y ya no soñaba: las palabras sonaban huecas, a chatarra cayendo, a otro discurso político mentido: de pronto habían perdido su musicalidad y su hechizo.
Ahí estaba al fondo del largo pasillo, estampada en la oscuridad, flotando, la Virgen de Guadalupe. Sus tenis bajaron al piso de duela y caminaron hasta el PG.
—No carnal –iba diciendo, directa como siempre. –No carnal. Así no. Por tres malandrines no vamos a dejar de aterrizar el sueño.
—Pero son solo tres –respondió con dolor el PG. –¿No eres tú la misericordiosa?, ¿la Virgen del perdón?
—Perdón pero no —dijo ella, rebasó al PG y siguió caminando por el pasillo. —Tres son demasiados. Uno es demasiado. Le tengo compasión a todo el país, no se sacrifica a un país por tres sujetos.
Morena y de vaqueros, los ojos achinados, la cara eternamente joven, la Virgen entró al despacho presidencial y fue al escritorio a prender una lámpara, cuyo cono de luz iluminó tres notas escritas a mano. Era un milagro: el PG no las había escrito y ahí estaban escritas con su letra.
Una referida a su buen amigo, Bartlett (investíguenlo en serio), otra al rebelde Bonilla (renúncienlo ipso facto) y otra a su adversario Monreal (corríjanlo a fuerzas). El PG tomó asiento ante las notas.
—Respira lento y profundo –ordenó la Virgen. –Alza tu conciencia del corazón con que amas y con que odias y haz lo correcto.
Eso hizo el PG. Luego firmó las tres órdenes.